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Cien años de luz a través de Ifach

El túnel que atraviesa la célebre roca de Calp cumple ahora un siglo desde que lo mandó perforar un antiguo propietario

Cien años de luz a través de Ifach

uien se haya encaramado a la cima del peñón de Ifach seguramente habrá sentido el íntimo privilegio de tener a sus pies el inmenso y horizontal azul del Mediterráneo (junto al vasto y vertical hormigón de Calp). Y también por tener al alcance de sus ojos una panorámica de 360 grados completada por Serra Gelada, la Punta de l'Albir, Puig Campana, Aitana, Ponoig, Toix, Bèrnia, Oltà, la Solana, cap de Sant Antoni, Montgó, Puig de la Llorença, Cap d'Or y, en días claros, hasta el cabo de Santa Pola e incluso Ibiza.

Sin embargo, hay un doble privilegio previo (uno: haber nacido en los últimos cien años) que al excursionista le habrá pasado desapercibido en su ascenso a la cumbre (y dos: pues se trata del túnel que traspasa la roca, y que fue perforado hace ahora un siglo).

Porque al contrario que la semisumergida cueva de Ifach, dinamitada en los años 50 para reconstruir el vecino puerto pesquero, el túnel no es una cavidad natural. Corría un día de 1918, cuando por primera vez en millones de años, la brisa marina atravesó la calcárea roca. Lo hacía a través de una galería abierta a lo largo de unos treinta metros, a base de dinamita, a golpe de pico y a punta pala «por braceros de Calp y Benissa», según relata el investigador calpino Andrés Ortolà

Que los operarios benisseros fueran originarios de la partida de Pedramala parece insinuar cuán duro debió de ser el trabajo. Claro que, para dura, la determinación de quién lo mandó excavar: el propietario del Peñón (también en contra de las suposiciones, Ifach no siempre ha sido de titularidad pública). Su nombre era Vicente Paris Morlà, un dianense enriquecido durante la Primera Guerra Mundial con el transporte y el contrabando en Galicia, y que desplegaría numerosas industrias, edificios y fincas en Gandia, Dénia y València.

Se trata de datos aportados también por Andrés Ortolà (en su web HistoriaDeCalp.net), quien a su vez es nieto del guardés de las dos casas que Vicente Paris mandó erigir donde ahora se levanta el Aula de la Naturaleza.

Desde aquel día habrán sido millones de excursionistas quienes habrán pisado el resbaladizo e irregular suelo del pasaje. No en vano se trata de uno de los parques naturales más pequeños de Europa y el más concurrido de la Comunitat Valenciana: en los últimos años, ha sobrepasado las 150.000 visitas anuales.

La condición de propiedad privada del coloso calpino autorizaba a su dueño a ponerle puertas al campo. Así las cosas, la roca devino pronto un inmenso pasto del rebaño de cabras del casero.

Fue con el túnel cuando Ifach estrenó su primera anécdota que algunos creen leyenda: la de els xotos d'Ifac, que corrió de boca en oreja y de aquí a allá. Resulta que nada más estrenarse la galería -escribe Ortolá- se descubrieron «tres soberbios ejemplares de cabra, de enormes cuernos y largo pelaje, en estado completamente salvaje. Dos machos (el uno gris, el otro negro) y una hembra». Su destino sería muy distinto: «al negro le dispararon el propio Paris y un pariente suyo. A pesar de que lo alcanzaron, jamás lo encontraron ni cayó al mar». El gris, tras mucho pensárselo y como ya hizo la hembra, acabó atravesando el túnel e integrándose con sus congéneres domésticas en el corral.

Pero que Paris pusiera puertas al Peñón no significa que lo cerrara a calp y canto. Antes bien, calpinos, vecinos de otras localidades o los primeros veraneantes («forasters»). pudieron admirar las vistas de un modo que describe Jordi Valor i Serra, el insigne escritor alcoyano (y maestro en la localidad por un curso) en un pasaje de su relato «Roc el pollastre y la mestreta de Calp».

Dice así: «Començaren la pujada silencioses. Descansaren en la casa del guarda, on la jove els donà la claueta i continuaren el camí cap al túnel. Es deixà allí el cadenat altra vegada passat, travessaren amdues els vint metres de foscor subterrània i ixqueren a l'altra part del Penyal, davant la immensitat blava i eterna del Mare Nostrum».

Sin embargo, al investigador Ortolà no le transmitieron este modus operandi: «Había un cartel que rezaba Propiedad privada: Pida la llave para subir. Y la llave subía con quien la solicitaba, con el encargo de que, al regresar, la entregara al excursionista que subiera». Claro que, «como había tres caminos, en ocasiones este encuentro no se producía. Y ya de noche mi padre o mis tíos habían de subir a abrir, tras oír las voces que llegaban desde el otro lado de la puerta. Y eso que el túnel quedaba lejísimos», afirma Ortolá. Claro que peor lo pasarían unos recién casados que hubieron de pernoctar en el túnel.

Dichas puertas, chapadas en hierro, toda una reliquia local, descansan ahora expuestas en la Casa de Cultura. En su día se divulgó que fueron halladas por el alcalde de turno, pero son muchos los vecinos que vieron semanas antes, en el programa «Coses nostres» que conducía Andrés Ortolá en la televisión local, cómo éste y otros acompañantes (Juan Ortolá, antiguo casero, Pepe Such y Eugenio León) las descubrían en un desnivel a escasos metros de la oquedad. «1918», rezaba una inscripción.

Ífach y Calp, tal para cual

Basta contemplar las estampas más antiguas del icónico promontorio calpino para comprobar que éste parece haber ingerido el elixir de la eterna juventud, tal es su inmutabilidad. Pero para el resto de los mortales, la vida es breve. Y así, en 1951, Vicente Paris Navarro, nieto del mecenas del túnel, vendió Ifach a otro potentado: José Mas Capó, un benissero afincado en València.

Con Mas Capó, el Penyal estuvo en un tris de perder su integridad paisajística y ecológica: un mastodóntico hotel brotó en su ladera en 1957, bien regado por los intereses del propio Mas y su socio, Cristóbal Martínez-Bordiú, marqués de Villaverde y yernísimo del suegrísimo Franco. Afortunadamente, nada estaba atado ni bien atado y el proyecto naufragó, con lo que el Ifach Palace Hotel encalló antes de ser botado. Su deforme cadáver yació por largas décadas en el dique seco.

Pero por lo que respecta a la accesibilidad a Ifach, algo cambió. Al menos eso parece indicar la protesta que en 1953 elevó el Consistorio de Calp al dueño y señor del Penyal. Se solicitaba que «autorice la subida al mismo», pues «se impide la visita a uno de los parajes más interesantes y bellos de la región». Así lo recogía el historiador Jaume Pastor i Fluixà en el libro «Historia de Calp en fotos».

No sería el único rifirrafe de Mas Capó, refiere Ortolá: un encontronazo con su primo, Manuel Mas, le cortó el paso a los garajes de su chalet. Se trata de la primera construcción que el excursionista encuentra nada más adentarse en el recinto del parque natural. La misma que en 1999, en días de vino y rosas (y vísperas de vinagre y espinas), la Generalitat Valenciana adquirió y habilitó como Residencia para Visitantes Ilustres (uso que nunca ha ejercido, por cierto, puesto que el único habitante que se le conoció fue Salvador Gil. Quien fuera chófer del Molt Honorable Eduardo Zaplana devino anfitrión interpuesto de invitados que ni llegaron ni se les esperó).

Por suerte, el Consell ya había puesto años antes mejores empeños en la roca de Ifach, por lo que en 1987 se convertía, ahora sí que sí, en Parque Natural. Y los explosivos volverían a campar una vez más por sus respetos, ahora para extirpar el infecto tumor del hotel.

De esta forma, el Peñón volvía a ser propiedad de todos. Lo fue hasta 1855, 132 años antes, cuando una Ley de Desamortización privatizó los espacios comunales. Los calpinos lloraron por primera vez a su montaña sagrada (lo explica el investigador José Luis Luri en «1866: Calp clama por el Penyal d'Ifac», en el portal joseluisluri.com).

Ifach, desde el Cuaternario, se encuentra unido a la península, pero de algun modo ha devenido una «isla del tesoro» de la arqueología, pues desde 2005 el MARQ hace emerger, desde los aledaños del ex-hotel, la Pobla d'Ifac. Esto es, una ciudadela ordenada construir en el siglo XIII por el rey Pere el Gran y dirigida por su almirante Roger de Llúria. Una villa con su iglesia, almacenes, y viviendas para cien familias. Sin embargo, este núcleo, al contrario que el túnel, no cumplió los cien años. La Guerra dels dos Peres, entre las coronas de Aragón y Castilla, provocó el despoblamiento del lugar y el final de una vida marcada por la carestía y la desnutrición, como así atestiguan los restos humanos exhumados en su necrópolis.

Pero la historia contemporánea, no obstante, ha dejado otras páginas tensas entre Calp y el Consell. La última de ellas, hace tres años, precisamente a cuenta del pasaje abierto en la roca. Ocurrió durante 15 meses, entre junio de 2015 y agosto de 2016, cuando la conselleria de Medi Ambient -todavía con el anterior gobierno, pero ya en el interregno- decretó una restricción de visitas por un acondicionamiento de la senda. Pero la vox populi anticipó el futuro: iba a ser un cierre total del túnel. Lo que ni los más malpensados podían acertar es que se prolongaría durante cinco trimestres, entre reproches de las administraciones municipal y autonómica -de distinto signo, claro-.

Otro período crítico, el mayor cisma social -incluso familiar- que ha vivido jamás Calp, también tuvo a Ifach como protagonista. O más concretamente su ladera norte. Fue en 1994 cuando los calpinos descubrían que ese espacio que se derrama hacia la playa de La Fossa no estaba incluido en el Parque Natural y, como propiedad que era de una gran mercantil constructora, podía acoger un hotel de cinco estrellas y 285 viviendas de alto standing, según las promesas de la publicidad (que insistía, cómo no, en que ni el paisaje ni el equilibro natural se resentirían y que, además, sería un maná para todo quisque). La mayor movilización vecinal habida jamás en Calp mantuvo un pulso durante meses con políticos locales y autonómicos -del mismo color- hasta que finalmente primó la cordura de los activistas sobre la locura del ladrillo: el Peñón sería, en toda la extensión de la palabra y de Ifach, de todos.

Ahora es el centenario del túnel. El próximo año será el de las bodas de plata de aquellos convulsos y épicos días.

Mientras, como desde hace un siglo y por muchos que vendrán, las gentes seguirán atravesando la refrescante penumbra del centenario túnel para en adelante, durante el resto del trayecto y a modo de colofón en su cénit, quedar eclipsados por la luminosa belleza de sus marítimas y montañosas panorámicas.

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