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Retratos urbanos

El marino que se metió a recadero

El marino que se metió a recadero

José Romero Mesa creció en el hogar de una familia numerosa y humilde de la localidad de El Gastor, en la provincia de Cádiz, situada entre los ríos Guadalete y Gualporcún. Cinco hijos tuvo que alimentar su padre como jornalero en la agricultura. Pepe se formó un poco en una vieja escuela pública hasta los 14 años. No tenía más futuro que mucha labor en el campo, como sus hermanos. Pero la Marina llamó a su puerta. Se alistó como voluntario a los 16 años. Salió bien del aprendizaje; cumplió el servicio militar con holgura. Ascendió a cabo, a cabo primero más tarde, y llegó a ser sargento del ejército español de los mares y las tormentas.

Ocho años permaneció embarcado en el buque escuela «Juan Sebastián Elcano», algo más que un barco de guerra: la gloria de nuestras tropas alistadas lejos de la tierra. Ha navegado por todos los océanos y sus pies pisado cuatro continentes. Un guardiamarina en toda regla que dejó de serlo por sacudirle un guantazo a un «impertinente» cadete que burló algunas órdenes del suboficial y acabó en el agua. Su último viaje fue al frío y tormentoso Mar de Bering, entre Siberia y Alaska.

Pepe fue expulsado de la Armada. Metió en el petate cuatro mudas y volvió al pueblo. Tenía 24 años. Había perdido el oficio de marinero. Volvió a trabajar en el campo. Conoció a su primera mujer, vecina de Montecorto, un municipio metido en la serranía de Ronda. Hizo lo que pudo. Trabajó como jornalero en el Plan de Empleo Rural (PER), pero su matrimonio fracasó y empezó a recorrer España para ganarse la vida. Años más tarde se enroló en las brigadas del desaparecido ICONA que custodiaba la sierra de Crevillent. Residente en Elche desde finales de los años ochenta, Pepe fue arrollado por un vehículo y salió con lesiones de gravedad en su pierna derecha, que los médicos salvaron por varias fracturas abiertas en tibia y peroné.

Volvió a empezar con más penas que gloria. A principios de los años noventa apenas podía mantenerse. Angustiado, planeó con un compinche el atraco a una sucursal bancaria de la localidad vasca de Rentería. Se quedó solo con una escopeta de cañones recortados en mitad de la oficina. Su socio le dejó a su suerte. Fue apresado instantes después. Condenado a diez años de reclusión, fue encarcelado en el penal de El Dueso, en la población cántabra de Santoña. Seis años preso. Salió a los seis por buen comportamiento. Salió sin petate ni saca alguna ante un horizonte de desesperación y entre tinieblas.

Desde la prisión se trasladó a Alicante. Decidió quedarse. Estamos en 2010. Casi siempre ha vivido en la calle, a la intemperie. Se gana la vida como recadero en varios puestos de venta de pescado del Mercado Central. Entra y sale del viejo edificio constantemente. Sobrevive de las propinas. Relaciona a los albergues de transeúntes con las cárceles. La calle es su mejor compañera.

Su barba cerrada, su recta mirada y su cabeza siempre cubierta parecen revelar a un personaje hosco, duro. Lejos de la realidad. Pepe no crea problema alguno, es amable con mercaderes y la clientela. Es un apasionado del Real Madrid. Entre recado y recado le echa una ojeada a los periódicos deportivos.

Su hija mayor (1982) vive en Ronda. También es padre de María Daniela, una niña de cinco años. La ve todas las semanas. Muestra con orgullo su foto.

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