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El bombero que llegó del Norte

Este hombre es el jefe de Bomberos de Alicante. Llegó del norte, de Vitoria, con un currículo de mil castañas. Así es.

El bombero que llegó del Norte

Eduardo Aragolaza Rabanal nació hace 58 años en Vitoria. Hijo de un trabajador vasco dedicado al acero en la empresa Forjas Alavesas y de una madre que llegó a Euskadi desde el pueblo extremeño de Brozas. Hijo único, asegura que tuvo una infancia feliz, aunque algo agitada entrada en sus tripas la adolescencia. Perteneció a varios comités políticos ilegales y fue en su ciudad un destacado activista antifranquista, aunque no militó en partido político alguno. Tenía 17 años cuando murió el dictador Franco.

Estudió Ingeniería Técnica Industrial, en la especialidad Química. Todo funcionó bien hasta que dejó de lado la carrera para prestarse al Ejército, a la mili. Burgos fue su destino durante poco menos de cinco meses, con el fallido golpe de Estado del 23-F incluido. Pillín, escondió sus gafas y pidió lentes a sus superiores. Estos debieron pensar que era más barato enviarlo a su casa que comprar gafas al soldado miope. Eduardo regresó a casa y superó las tres asignaturas que le restaban para concluir la diplomatura y el proyecto fin de carrera, mientras que preparaba oposiciones para optar a una plaza de agente de la Policía Local en Gasteiz.

1981. El joven Aragolaza tenía licencia para regular el tráfico, para ayudar a la ciudadanía y, además, participar en investigaciones judiciales. Siete años estuvo de guardia municipal hasta que aprobó una oposición como ingeniero en el departamento de Protección Ciudadana. A su llegada al nuevo destino sus superiores le facilitaron un casco y un chaleco por lo que pudiese ocurrir. Siempre cerca de las llamas y de las desgracias. Experto en materias peligrosas. «El amor es como el fuego. Ven antes el humo los que están fuera que las llamas los que están dentro», según Jacinto Benavente.

Durante dos años fue jefe de la división de los bomberos en San Sebastián en comisión de servicios. Siempre al pie del siniestro.

Volvió a su plaza de funcionario en el Ayuntamiento de Vitoria hasta que un buen día Alicante llamó a su puerta. No fue por casualidad: mandos del servicio alicantino (entre ellos el bueno de Isidoro) habían participado con él en un proyecto europeo de defensa del medio ambiente. Un plan de élite para privilegiados conocedores del fuego, de las brasas y de sus consecuencias. Ha impartido cursos por todo el país, cuenta con cientos de publicaciones. Y algún que otro que otro libro sobre su especialidad. En una de sus charlas por España conoció al desaparecido Ildefonso Prats, cuyo nombre lleva el parque de Bomberos de Alicante, del que Eduardo Aragolaza es oficial jefe desde diciembre de 2015.

Treinta años pendiente del fuego, de sirenas, de escaleras hacia el cielo y de tragedias. Ha atendido miles de siniestros, leves y graves. Su peor recuerdo es el de la muerte de un bebé de 10 meses en las fiestas de Vitoria por la explosión de «una carcasa de 220 gramos de explosivos que alcanzó el objetivo que estaba situado a 206 metros. Fue una tragedia», relata. Por eso posiblemente es tan meticuloso y cauto en la disposición de «les mascletaes».

Sí está satisfecho de la participación de su equipo en el incendio declarado el 25 de abril del pasado año en la urbanización «La Chicharra», ubicada en La Albufereta: «Ahí salvamos al menos a cinco personas. Fue una actuación difícil, pero todo salió a la perfección», asegura.

Este oficial jefe de Bomberos también se paseó por la política. Meses antes de aterrizar en Alicante, Aragolaza fue procurador en las Juntas Generales de Álava en representación de Podemos. «Lo dejé. No salí contento de aquella experiencia. Las cosas se pueden hacer mejor, pero fuimos incapaces y, además, no éramos los mejores».

Volvió al servicio. Llegó a la tierra de veraneo familiar, «al paraíso», dice este bombero que nos ha dado más seguridad.

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