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Zombis en orden sucesorio

Creo que al editorialista le parecería detestable un curso de actuación tan groseramente delictivo o, en palabras de un patriarca de la democracia británica, «la ley es la seguridad del pueblo»

Zombis en orden sucesorio

«Buenos modales juntan caudales y abren puertas principales» no se habrá dicho la alcaldesa de Barcelona al iniciar una competición de desplantes al rey con los supervivientes del «procés». Escenificar tiquismiquis domésticos durante la cena de inauguración de un cónclave mundial sobre telefonía es fundamentalmente una rabieta arrabalera que sólo podría escandalizar a los participantes si Colau, además de llegar tarde a una cena, hubiese abofeteado al rey a los postres con un guante sintético de gamuza. Estos gestos siempre perjudican más a su autor que al destinatario como bien sabe el presidente del parlamento autonómico, otro integrante de la cofradía de agraviados: si llama prevaricadores a algunos asistentes a la apertura del año judicial, es probable que éstos le dejen con el lazo amarillo en la boca y hagan mutis por el foro. Uno espera algo más que teatralidad casposa en los paladines de la libertad nacional mancillada por el número de la bestia, el 155, tal vez un brote de lirismo y fuerza argumental para disolver la sensación de que la alcaldesa mide su dignidad en concejales y el presidente sólo es un chusquero del todo por la patria.

Alterando con presunto ingenio la expresión alemana («Ostpolitik»), The Times titula «Royalpolitik» un editorial en el que aconseja al rey y al Gobierno españoles que excarcelen a los presos de Entremeras, permitan el regreso de Puigdemont y negocien con la mayoría parlamentaria separatista. Pertenecen al mundo de las tinieblas los motivos por los que el editorialista cree que Felipe VI tiene un papel constitucional más amplio que el de pronunciar discursos enérgicos en situaciones de emergencia o que el Gobierno indica a los magistrados del Tribunal Supremo quién debe ser detenido, imputado y encarcelado. Ahora bien, yo también puedo encaramarme a la atalaya del observador alejado de la trinchera y preguntarme si la opinión de The Times habría sido la misma en caso de que el Parlamento escocés hubiera convocado un referéndum al margen de la Constitución británica y votado una declaración de independencia a pesar de los requerimientos de los tribunales. Creo que al editorialista le parecería detestable un curso de actuación tan groseramente delictivo o, en palabras de un patriarca de la democracia británica, «la ley es la seguridad del pueblo».28 miércoles

Sobrecoge tanto como fascina la escena de la jauría que rodea a su víctima con las fauces entreabiertas amagando zarpazos y dentelladas y gruñendo roncamente hasta que uno de los felinos hace presa en el cuello y el resto se abalanza sobre el cuerpo inmóvil para despedazarlo. En nuestro ecosistema político, el PP es el búfalo rezagado de la opinión pública y con la cornamenta mellada por las encuestas; la oposición, la manada de depredadores que se relamen mientras estrechan el cerco y más tarde reñirán por los despojos. El búfalo se sabe condenado, salvo que por intercesión del altísimo los carnívoros se conviertan en herbívoros; los cazadores han olisqueado sangre y gozan del presupuesto habitual de la victoria, la superioridad numérica. Ayer acosaron despiadadamente al Gobierno en el Congreso con un paquete de vetos legislativos que abarcaban desde la «ley mordaza» a las pensiones hasta que la bancada del PP adquirió el aspecto de una antología de rostros lánguidos y ojerosos de El Greco.

1 jueves

Anoche dí un respingo patidifuso al escuchar que el parlamento catalán reiteraría hoy la declaración de independencia. Uno de los grandes enigmas contemporáneos es cómo personas inteligentes y en algunos casos con brillantes historiales académicos pudieron convencerse de que el gobierno central no reaccionaría a sangre y fuego tras la declaración de independencia que Puigdemont suspendió mientras aseguraba que no se había producido. Cuando algunos políticos neoyorquinos insinuaron que Nueva York podría seguir el ejemplo de los estados sureños, Lincoln les advirtió de que no iba a tolerar que la puerta principal pusiera casa propia. Aunque «El honesto Abe» no pueda compararse a «El imperturbable Mariano», Cataluña es a España lo que Nueva York a la Unión de mediados del XIX. La demencia nacionalista no es un conflicto que me atosigue insufriblemente dada la inestabilidad permanente de las fronteras y el envejecimiento prematuro de cualquier mapa, pero tanta impaciencia comienza a resultar patética. Dentro de diez o veinte años, el adoctrinamiento educativo y la propaganda audiovisual habrán creado una mayoría de independentistas contra la que serán inútiles la Constitución, la Guardia Civil y la Laureada de Felipe VI.

Como sus fieles le apodan con sesgo napoleónico «El hombre de Waterloo», supongo que la conclusión apropiada es que Puigdemont abdicó ayer. Tampoco conviene solemnizar en exceso los arrebatos dramáticos del «procés»: el parlamento autonómico tenía previsto votar una nueva declaración de independencia, pero la certidumbre de que el Tribunal Supremo no mira hacia otro lado como Rajoy con TV3 aconsejó sustituirla por un homenaje de prejubilación al fugado. Comienzan a escasear los mártires. Ahora bien, salvo en el caso de Nicolás II, que abdicó en nombre de toda la dinastía Romanov, los monarcas señeros designaban sucesor y Puigdemont ha interiorizado densamente este tipo de jefatura mística. El elegido es Jordi Sànchez, a quien el juez no permite abandonar su celda por riesgo de reiteración delictiva. Es im

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