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Área de descanso. Semana y media

Morir matando

Morir matando

12 lunes - Deudas de Sangre

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) ha condenado al Estado español por «el trato inhumano y degradante» dispensado a dos etarras. Según la versión de los denunciantes, fueron amenazados y golpeados tras su detención; según la Guardia Civil, los etarras se resistieron violentamente y tuvieron que ser reducidos con energía. El TEDH ha creído a los primeros. Al peor parado de los etarras le corresponde una indemnización de 30.000 euros por daños morales, mientras que su compinche deberá contentarse con 20.000. Tal vez sea oportuno mencionar que ambos fueron condenados posteriormente a 1.040 años de cárcel por el atentado de la T-4 de Barajas, en el que murieron dos emigrantes ecuatorianos. El «Estado español» indemnizó a los familiares con 240.000 euros por víctima, lo que sugiere un baremo de la distancia reparadora que media entre el tanatorio y treinta días con analgésicos. Pero los querubines vejados por la Guardia Civil también fueron condenados a indemnizar con un millón de euros a los familiares y consuela moderadamente que al menos éstos embargarán los 50.000 euros que debemos pagar a dos asesinos por un guantazo de más.

13 martes - Camarada

Las secuencias informativas en España no admiten sobresaltos: se filtra un informe de la Guardia Civil y los titulares se abalanzan sobre él convirtiendo hipótesis en certezas. En esta ocasión, la diana es Jaume Roures, un empresario audiovisual que en el psicodrama del «procés» interpreta el papel de estratega en la sombra según algunos o de mediador insigne según otros. Como multimillonario que se declara trotskista, Roures es una extravagancia antes que una rareza. El marxismo de Trotski, una retahíla de discrepancias ideológicas y tácticas con Lenin y Stalin que disfrazaban un conflicto entre personalismos, no ha sobrevivido salvo como otro capítulo de la paleontología bolchevique. Lo más probable es que Roures se declare trotskista por algún tipo de vinculación sentimental, tal vez con el POUM; desde luego, resulta inverosímil que un tipo cuyas empresas facturan anualmente cientos de millones de euros comparta sinceramente la tesis de la «revolución permanente». Como ocurre a menudo, el personaje Trotski es más apasionante que sus ideas. Un diplomático alemán comentó que era «el judío más inteligente desde Jesucristo. Y el más retorcido».

14 miércoles - Balón de oro

Tengo entendido que esta noche Real Madrid y PSG disputan uno de los anuales «partidos del siglo» que lustran el calendario de competición como cualquier modelo innovador la gama de teléfonos portátiles: ya es obsoleto antes de retirarle el plástico. Yo no lo veré porque es un partido para abonados, dí de baja mi contrato hace un par de meses y el ambiente siberiano me disuade de callejear hasta una cafetería. Las tarifas del fútbol televisado reúnen en un único cofre los atributos de las minas del rey Salomón, la piedra filosofal y el Santo Grial con el matiz de que no son quiméricas, sino que se abonan anticipadamente cada mes. Como otras paradojas de la postmodernidad globalizada, un artículo de ocio casi folclórico se ha transformado en un producto universal de primera necesidad que genera sus propias industrias colaterales como apuestas, patrocinios o comercialización de símbolos y logotipos. Todo esto supone un estimable paraíso de minas, piedras y griales, pero ocurre que mi organismo ya no está capacitado sentimentalmente para seguir pagando las fiestas de cumpleaños de Neymar ni los quilates orejeros de Cristiano.

15 jueves - La luna de València

Hace unos meses, François Lafontaine solicitó al Ayuntamiento de València la cesión de una sala para exponer su obra fotográfica y pictórica. El Ayuntamiento accedió y ayer casi fue inaugurada la exposición «Carles Recio: Amor a Valencia. Los trabajos de un hombre que nunca trabajó». «François Lafontaine» era el seudónimo artístico de Carles Recio, un imaginativo funcionario de la Diputación del Valencia que durante diez años estuvo fichando cada mañana para irse inmediatamente y ha sido expedientado por absentismo a gran escala. La astracanada no se consumó porque el Ayuntamiento fue advertido minutos antes de la apertura de la sala de que la magna obra de «François Lafontaine» era realmente la artimaña exculpatoria de un pícaro que pretendía convertir su exposición en la prueba de que sí había trabajado para València con creaciones como «Fallarella», un personaje de cómic que lanza naranjas flamígeras y luce un monstruoso escote con forma de murciélago. Naturalmente, Recio es lo menos interesante de esta historia: ¿el Ayuntamiento de Valencia, como cualquier diligente propietario, no investiga a quién y para qué cede sus locales aunque se llame «François Lafontaine» y no «Paco Lafuente»?

16 viernes - La flamigia

Cuando aparecieron las primeras informaciones sobre su escabrosa fortuna, la tertulia en que participaba Francisco Granados orbitó amablemente una noche sobre dos peliagudas impertinencias: de dónde salía tanto dinero y por qué no lo había declarado a Hacienda. Sus explicaciones sonaron a abracadabra de feriante engominado: los agentes de cambio y bolsa ganamos mucho dinero y olvidé que tenía esta cuenta en Suiza. Granados ahora está siendo juzgado, fundamentalmente porque los jueces desconfían tanto de su milagrosa perspicacia profesional como de su amnesia, y ha hecho valer el morir matando del toro frente al estoque involucrando a Cristina Cifuentes en la financiación ilegal del PP y adjudicándole una relación

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