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Una luz única

Contamos por qué el cielo de Alicante puede estar entre los más luminosos del mundo

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Alicante, una luz única

Alicante está hecha para reflejar la luz. Es una patena atornillada a un foco que los rayos recorren con ansiedad en busca de un obstáculo contra el que morir. Un enclave en el que prácticamente nada se interpone entre la radiación y la cara de sus habitantes, las esquinas de sus edificios y sus llanuras de tierra caliza. Donde la claridad del suelo y la película del mar devuelven el brillo a la atmósfera.

«Ciudad de la Luz» fue el nombre del proyecto audiovisual con el que el gobierno regional quiso explotar el capital natural de la provincia; «Enamorados de nuestra luz» es el lema que ha llevado la ciudad de Alicante a Fitur para atraer a quienes la conocen de vista o de oídas. «Bienvenido seas, viajero. En Alicante encontrarás sosiego y luz radiante», recordaba Gastón Castelló desde un fresco a los pasajeros de la antigua estación de autobuses de la capital. La luz es patrimonio local, pero, ¿es realmente tan especial? Lo cierto es que el clima, la posición geográfica, la orografía y el tipo y el color de las superficies que abarca su frontera construyen una luminosidad altísima para el estándar científico internacional. Tratamos de explicar con datos y palabras el fulgor que nos rodea.

Datos

Desde el día de la fundación, la provincia lleva cosida a su nombre la claridad.

Entre todas las características que podían utilizar para bautizarla, sus descubridores eligieron la que tenía que ver con la dureza con la que que se posaba el sol sobre ella. Está aceptado que Alicante proviene del árabe Laquant y este a su vez del romano Lucentum. Y aunque no hay restos que evidencien que los griegos fundaron asentamientos en este punto de la costa, todos los pueblos que se instalaron en este punto del Mediterráneo se apoyaron en su topónimo Akra Leuka, descripción de un cabo (akra) blanco y brillante (lefkos), para darle nombre.

«Todos los testimonios que tenemos desde la antigüedad nos hablan de la luminosidad, de piedras blancas y claridad en esta parte de la Península. Casi todos los viajeros ilustres que han pasado por aquí han dejado constancia de ello», apunta el historiador alicantino Gerardo Muñoz.

El divulgador se aventura a delimitar una zona de especial luminosidad dentro de la provincia. Toma la tradicional frontera geográfica, lingüística y política del macizo del Mascarat -un nudo de roca que ha separado siempre a la Marina Alta de la Baja y que ha ligado la historia de la comarca meridional a Alicante y la de su hermana del norte a València- y lanza una línea recta que se pierde en Murcia por el norte de Albatera. «Hay una transformación brutal de la claridad al cruzar los túneles en dirección sur que continúa hasta Murcia y Almería», asegura Muñoz.

El geógrafo Enrique Moltó del departamento de Análisis Geográfico Regional y Geografía Física de la UA le da la razón. Hay condicionantes por los que la misma radiación que baña toda la provincia se expresa de forma diferente al llegar al suelo en esta franja. Porque la «línea de mayor luminosidad» que forman el litoral sur y toda la Vega Baja queda debajo de la Cordillera Subbética, un sistema montañoso que cruza Andalucía, parte de Murcia y divide Alicante en dos a través de la sierra de Aitana y Bernia, sierra costera donde el Mascarat hace de mascarón de proa asomándose al mar. Al sur de sus laderas es más intensa es la luz.

«Solemos pensar que toda la provincia mira al este, pero al contrario que Dénia o Xàbia, desde Alicante hasta la Vega Baja los municipios tienen orientación más al sur. Tienen menor exposición a vientos del este y cielos más despejados, porque las montañas y los árboles retienen la nubosidad. La Cordillera Subbética les hace de abrigo», explica el climatólogo alcoyano. «Alcoy por ejemplo mira hacia el norte. No es casualidad que en l´Alcoià o el Comtat contemos 2.600 horas de sol al año y que en l´Alacantí se sobrepasen las 3.000», explica. La idea es que sin nubes ni vientos que enturbien la atmósfera, los fotones interrumpen su trayectoria directamente en el suelo.

Para Jorge Olcina, catedrático de Análisis Geográfico y responsable del Instituto de Climatología de la Universidad de Alicante, se puede hablar de «la excelencia de la luz solar» local por varios motivos. Primero porque efectivamente durante 320 días al año no hay nubes que impidan el paso de la radiación. Segundo porque por su posición geográfica absorbe grandes cantidades de luz solar durante el movimiento de rotación de la Tierra, dado que «los rayos del Sol tienen un ángulo de inclinación elevado respecto al suelo, lo que lleva que caigan con un alto grado de perpendicularidad salvo en las semanas previas o posteriores al solsticio de invierno (diciembre)», aclara. Y tercero, porque a la franja de tierra encerrada entre las sierras satélite de la cordillera le acompaña un mar azul que «refleja y absorbe al tiempo la radiación solar», lo que se traduce en «una elevada difusión o brillo en la atmósfera», según explica Olcina.

Tenemos un pasillo de luz: no hay nubes ni partículas que impidan el paso a unos rayos que al tocar suelo rebotan contra un espejo o se dispersan por la atmósfera al impactar tierra clara y plana.

«El clima mediterráneo, la posición respecto al resto de España, la longitud y la altitud, la turbidez de la atmósfera, la temperatura y humedad y la presencia de nubes son claves en la luminancia del cielo en nuestra "terreta"», asegura por email Francisco Martínez Verdú, profesor de la UA y director del grupo Visión y Color del Instituto Universitario de Física Aplicada a las Ciencias y las Tecnologías de la Universidad de Alicante. Son expertos en percepción visual y en fundamentos y normativa de la medición de la luz.

Medir la luz del cielo

Martínez Verdú propone recurrir a una clasificación técnica internacional para hablar con más objetividad sobre este activo natural de la provincia. Porque dentro de la Organización Internacional de Normalización, (ISO en sus siglas inglesas), existe la Comisión Internacional de la Iluminación (CIE, en francés), un organismo que en 1996 creó un modelo que permite clasificar los cielos según su luminancia, es decir, en función del flujo luminoso que incide en ellos (según una clarificadora entrada en Wikipedia).

«La CIE propone una clasificación de 15 cielos estándar en nuestro planeta teniendo en cuenta las variables que hemos citado: la posición del sol, posición del punto de referencia, la presencia de nubes, turbidez, etcétera. Yo me decanto por clasificar el cielo alicantino en al menos la categoría 12 en invierno y en la 15 para nuestro cielo veraniego a mediodía o por la tarde», señala el doctor en Física. «Puede que incluso esté por encima, pero aún no se ha definido esa categoría». No es un ránking de mayor a menor, pero sí hay grupos de luminancia definidos: entre el uno y el cinco el cielo está cubierto de nubes y tiene escasa luz como, por ejemplo, las regiones próximas al Ártico. Hasta el tipo 10 se describen cielos seminubosos de distinta intensidad lumínica. De ahí en adelante se sitúan los tipos de cielo despejados con diferentes niveles de interferencias atmosféricas y, por tanto, de luminancia.

El director del grupo pide que se tenga en cuenta que la clasificación CIE es «preliminar» y que posiblemente peque, «como casi todo», de un sesgo etnocéntrico en su diseño y recogida de datos. Las mediciones se realizaron sobre todo en ciudades del norte de Europa y grandes urbes y posiblemente no hayan tenido en cuenta la cantidad de luz y nubes en ciudades tropicales o de lugares sin contaminación. Quizá en versiones posteriores de la clasificación CIE la provincia se encuentre en un tipo mayor. Y quizá quede lejos de otras regiones que tienen todavía mejores indicadores de intensidad lumínica.

El físico de la UA especializado en visión y color tiene además una explicación para la sensación de exceso de luz que locales y visitantes experimentan, especialmente en el litoral y el sur. «La cantidad de luz que entra por los ojos y que usamos para evaluar nuestra percepción de claridad (alta, media o baja) es siempre una combinación de dos componentes principales: iluminación directa de una fuente de luz, como el cielo, e indirecta, transmitida por los materiales». En opinión del investigador, los tonos relativamente claros del paisaje «con colores claros en la flora, suelo y rocas» favorecen que exista una «iluminación indirecta muy alta» en entornos naturales que potencia la que procede directamente de este «cielo muy luminoso».

En esta línea, desde la Universidad de València, la geógrafa física Neus La Roca cree también que la luz de Alicante puede tener que ver con el color claro de la tierra, con el tono «de las margas y las calizas» que se diferencia «de los tonos rojos más oscuros que dominan otros paisajes valencianos». La escasa vegetación también favorece la luminosidad. Por un lado, «ha sido muy aclarada por la mano humana y deja por tanto a la vista las mencionadas rocas claras o directamente blancas» y, por otro, influye «la propia naturaleza de esa vegetación, de color verde claro como el Pi blanc o verde ceniciento de las carrascas». «Todas esas superficies claras en tierra y vegetación tienen un elevado albedo, es decir, reflejan una parte importante de la radiación que reciben», concluye la profesora de la UV.

Martínez Verdú asegura además que, debido al efecto combinado de la iluminación directa e indirecta, nuestra sensación de claridad puede alcanzar niveles varias veces superiores a los que registra un aparato de fotometría.

Algo que prueba este fragmento de «Años y Leguas», de Gabriel Miró, que Olcina cree «excelente» para retratar la luz que tratamos de definir: «Una mar lisa, parada, ciega, mirando al sol redondo que forja de cobre lo más intimo y pastoso del sembrado, un tronco viejo, una arista de roca, un pañal tendido, y , en cima de todo, el aliento de la anchura, el vaho de sal y miel de verano alicantino cuando cae la tarde».

Palabras

Roberto Ruiz se toma un momento para pensar. «Esta luz es un cuchillo. Las sombras que deja cuando se pone el sol en la ciudad son rectas y profundas, y define muy bien los volúmenes de los objetos», explica cortando el aire con la mano. Otros tres miembros de la asociación de fotógrafos Escritores de Luces escuchan cómo entiende su compañero el material con el que trabajan todos. «Es una intensidad azul muy potente», añade Javier Serrano, presidente de la agrupación. «Para mí es blanca, completamente blanca», matiza Tere Heredia, tras oír las aportaciones de sus compañeros.

Los camarógrafos tratan de encontrar palabras para describir el fenómeno que les obliga a reducir la sensibilidad de sus cámaras, de sus películas -muchos sólo utilizan carrete- y a buscar horas marginales del día y la tarde para atenuar su violencia. «Implacable. Esa sería la palabra. Hay una cantidad de luz brutal que hace que si quieres huir de la postal y el pictoricismo tengas que buscar luces y lugares diferentes», termina de reflexionar Ruiz.

Los fotógrafos acostumbran a cazar instantes por toda la provincia para conseguir variedad. «Alcoy o Benifallim tienen una luz distinta a la de aquí. Imagino que es por el tipo de suelo, que rebota menos la luz. En la Vega Baja sin embargo se parece más, es una luz desértica», indica Heredia. Serrano asegura que «cae una luz muy bestia con un reflejo en el mar que te ciega» y Fernando Fernández Córdova, consciente de la saturación de brillo y color de la que habla, asiente desde su asiento. «Pero hasta que no viajas fuera no valoras la cantidad de luz que hay aquí», remata Ruiz.

Ricardo Cases, fotógrafo oriolano residente en Torrent, València, ha hecho del exceso de luz una de las marcas de su trabajo. Hace unos meses publicó «Sol», un libro en el que muestra la potencia con que se manifiesta en objetos y paisajes cotidianos. Las imágenes están tomadas en la Comunidad Valenciana, muchas de ellas en Alicante, Benidorm, Calp y otros puntos de la provincia: plásticos poseídos por reflejos blancos, haces que se cuelan por aberturas, bodegones al aire libre aplastados por una claridad que no permite contrastes. Con sus fotografías trata de expresar el «fogonazo desagradable», la «luz osada que acaba filtrándose en todas partes y anula las sombras» del Levante. Busca y agrava las quemaduras riéndose «del fotómetro» y «dándole al flash» a pesar de que la máquina avisa del riesgo de sobreexposición. «Mi estrella me envía constantemente radiación de un modo masivo y no solicitado. Supongo que tanta energía es un regalo, quizás bienintencionado pero fuera de toda proporción; no sé qué hacer con él», declara el texto introductorio del fotolibro, firmado por Luis López Navarro.

Esta es la luz de la provincia. Quizá, al final, no sea la más poderosa del mundo, pero todos los que conocen Alicante saben que, por alguna razón, es única.

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