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Siempre nos quedará «Antoñito»

Es personaje popular. Sobrevive en una jungla de asfalto y de alta tensión. «Antoñito» se las apaña con escasas palabras y alguna que otra mueca en un mundo de locos.

Siempre nos quedará «Antoñito»

Antonio Montiel Sánchez, «Antoñito», debe de haber vivido ya medio siglo. Desconoce la fecha exacta de su nacimiento. Ni le preocupa: existencialista desde la entrada hasta la salida. Su madre, Antonia, guarda a buen recaudo su Documento Nacional de Identidad en el domicilio familiar sito en una estrecha calle de la barriada alicantina de San Blas, mientras que su muchacho deambula cada jornada por las calles céntricas de la ciudad lucentina.

Se levanta a eso de las ocho de la mañana, desayuna un café con leche, una madalena y toma la pastilla que un buen día los médicos le recetaron para acabar con continuos ataques epilépticos que desde chico sufrió. «Llevo tiempo que no me dan los achuchones; antes eran cada día, incluso varias veces», relata nuestro protagonista en vísperas de este domingo de Nochebuena.

Nació en la localidad murciana de Cieza, en el seno de una familia humilde que su padre, Francisco, intentó levantar desde abajo, como buen albañil de profesión que fue. Trasladó a los suyos a Alicante en busca de una mejor vida. El matrimonio tiene tres hijos. Y se las apañaron como pudieron, como cualquier vecino poco ilustrado, con muchas manos y demasiados esfuerzos.

«Antoñito» fue un niño frágil, siempre entre médicos por la maldita epilepsia y sus consecuencias. Algo estudió en un colegio público situado en el barrio de Rabasa y poco trabajó en una taller de mecánica de automóviles en su breve aprendizaje.

Ya jovenzuelo, se echó a la calle, a pasearse por Alicante con determinada elegancia urbana, instalado en el paisaje capitalino con ropas dos tallas más allá de la propia y con cierto desparpajo para granjearse cigarrillos y cañas entre los parroquianos.

Nunca se sabrá si le gusta la tauromaquia, pero asegura ser un enamorado de José Mari Manzanares, del que siempre lleva en la pechera su imagen plasmada en una chapa de hojalata. También siente pasión por el hijo, un torero de mucho arte y que, además, produce calambres en las pantorrillas de muchas chicas.

Porta clavados en su solapa pechera un sinfín de reclamos: motivos navideños, imágenes religiosas y lo que le da la gana.

Ni fútbol ni política: calle y un poco de toros. Siempre come y cena en casa, con sus padres. Pocas palabras usa para tan cotidianos días de litronas de cerveza en una esquina y la mirada puesta en ninguna parte, en el infinito.

Como amante de la calle, sabe que tiene miles de conocidos risueños y muy poquitos amigos. Como lo que es, un buen vecino, jamás se ha metido en líos ni en follones callejeros. Las jornadas se repiten. Al caer la tarde regresa a casa, cena, se sienta en el sofá y Quienes amamos las calles y a sus protagonistas populares sólo nos queda «Antoñito». Y Gracias.

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