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Los castillos, en el aire

Pese al buen estado de los más famosos, la mayoría de las 70 fortificaciones de la provincia están casi abandonadas

CARLOS RODRÍGUEZ

La Atalaya de Villena, con sus paredes limpias y almenas redondeadas. El Castillo de Dénia, que envuelve su planta islámica entre follaje y reflejos del mar. La torre maciza y pulida como un lingote que se alza sobre Banyeres. Santa Bárbara en Alicante, inaccesible sobre el Benacantil. El cerro blindado que corona Castalla. Siempre que se publica un listado con las fortificaciones más impresionantes del país aparece al menos uno de los seis grandes castillos de la provincia de Alicante, lista que completan las fortalezas de Biar y Sax. Gracias a su buen estado de conservación, representan el significante más satisfactorio de la palabra «castillo» dentro del territorio provincial.

Sin embargo, detrás de las fronteras entre Aragón y Castilla que marcaron, muchas otras fortalezas vigilan valles y montañas desde que la Península se convirtió en campo de batalla de civilizaciones enfrentadas primero y de reinos rivales después. Hasta 64 castillos más ven pasar los siglos en tierras alicantinas con menor suerte que los grandes colosos de piedra. Algunos sujetan la dignidad que les queda con andamios o paladas de mortero, otros disfrutan de una evolución menos deshonrosa pero alienante como partes de iglesias, palacios, murallas u otros conjuntos históricos. Pero la mayoría de las fortificaciones que recoge el Inventario General del Patrimonio Cultural Valenciano en la provincia sólo hacen honor a su nombre cuando el espectador se acerca al montículo, peña o saliente que custodiaban y toma los sillares roídos que quedan en la base para proyectar en su mente las torres, aspilleras y portadas que se alzaron sobre ese punto cuando la Historia aún pasaba por allí. Ruinas, construcciones semiderruidas, torres abandonadas, piedras valladas. La mayoría de estos monumentos se erosionan mientras su gestión, su recuperación o su puesta en valor sigue en el aire. Recorremos el pasado y algunas opciones de futuro de nuestro patrimonio petrificado.

Cinco rutas

Dentro de lo que llamamos hoy Alicante hubo tantas fronteras como líneas de frente separaron a visigodos y árabes, castellanos y aragoneses y españoles y piratas durante el milenio que va desde la Alta Edad Media hasta el inicio de la Edad Moderna. En cada lugar estratégico se erigía una fortaleza desde la que vigilar el horizonte o resistir ataques en tiempo de guerra y desde la que organizar unidades de combate y recursos militares durante la precariedad de la paz. Con más de 210 edificios militares considerados monumentos y bienes de interés cultural (BIC) por este catálogo de la Conselleria de Cultura, prácticamente cada municipio alicantino tiene vestigios de una fortaleza o de una torre vigía.

José Luis Menéndez, arqueólogo medievalista y doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Alicante y también técnico del Museo Arqueológico Provincial de Alicante (MARQ), participó en la definición de la categorización más amplia de los castillos -y algunas torres- que se ha realizado hasta la fecha, una división en cinco grandes sistemas defensivos e históricos. Es el sistema de clasificación que se usa tanto en divulgación -como en la muestra itinerante del MARQ Guardianes de Piedra, actualmente en Cocentaina- como en turismo -Costa Blanca usa estos itinerarios históricos como base de rutas turísticas desde hace un año-.

«Hacer una valoración por tipo de castillo es imposible. Por épocas, también, porque encontramos que el mismo castillo ha sido islámico, después cristiano y quizá fuese modificado en época renacentista. Usamos el tema histórico porque permite agruparlos en una época determinada e identificarlos con más facilidad», apunta el experto, quien dirigió durante años la delegación local de la Asociación Española de Amigos de los Castillos.

Las fortificaciones mejor conservadas de la provincia se encuentran en el curso del río Vinalopó y forman la ruta más trabajada hasta la fecha por el turismo y las administraciones locales. La Historia ha querido que el roce entre civilizaciones y reinos del feudalismo, el sistema social que más importancia ha concedido a estos edificios amurallados al darles uso tanto militar como sociopolítico, se haya producido con más intensidad en esta línea. A los avances y repliegues de caudillos de la Reconquista de la zona se le sumaron poco después las rupturas de los tratados de paz entre Castilla y Aragón: las fortalezas de Biar, Castalla, Villena, Sax, Elda o Petrer, frontera fluctuante entre ambos, eran objeto de constantes capturas, reformas y puestas a punto para contener a un enemigo que siempre se encontraba rearmándose a pocos kilómetros. Son los Castillos del Vinalopó.

En el siglo XIV, la ciudad de Alicante era una plaza «clave para el Reino de Aragón», en palabras del propio Pedro IV el Ceremonioso que recupera Menéndez. En la Guerra de los Dos Pedros, la hoy capital de la provincia era considerada por el descendiente de Jaime I un sistema defensivo muy importante para mantener la integridad de la frontera sur -«Santa Bárbara siempre ha sido tratado como un castillo inexpugnable», apunta el medievalista del MARQ- frente a los ataques que pudieran llegar desde la ya castellana Murcia.

Por esta razón el segundo sistema de castillos de la provincia se llama «la Clau del Regne»: la fortaleza del monte Benacantil estaría guarecida a su vez por el castillo de Busot, la torre de Mutxamel o el fuerte de San José en la isla de Tabarca.

Quizá hubiese tenido más sentido incluir esta pirámide truncada erigida casi en 1800 en la siguiente lista, pero la clasificación debe aceptar «cierta artificialidad», como admite Menéndez, para funcionar como ruta cultural y turística y agrupar edificios que tienen tantos años encima como propietarios distintos han tenido sus llaves.

Los llamados Castillos de la Frontera del Miedo son un sistema defensivo mixto, orientado a la costa, formado por torres vigía y fortalezas en puntos de montaña. La frontera que vigilaban era el mar y el miedo que se protegía tras sus muros pensaba en corsarios y piratas berberiscos. Unificado el territorio nacional, en el siglo XVI «la corona española diseña un plan defensivo integral», cuenta el experto del museo arqueológico, para controlar las razias o ataques rápidos con que los piratas acosaban al litoral. Surgieron toda la batería de torres vigía que siguen hoy en pie desde Pilar de la Horadada hasta Moraira.

Esta guía adoptada por el Patronato de la Costa Blanca complementa las atalayas de las Marinas con dos gigantes turísticos como son el Castillo de Dénia -construido 500 años antes de la irrupción de las galeras- o el de Guadalest, amén de con un importante número de ruinas: es en el interior de la Marina Alta donde se empieza a apreciar la realidad de estas fortalezas que reciben la protección de la ley sólo sobre papel.

Del castillo de Polop queda una puerta y algunas murallas; mientras que los de Ambra (Pego) o Relleu son indistinguibles para el turista normal de una ruina de edad indefinida. «El estado del 70% de los castillos de Alicante es lamentable», asegura el bloguero dianense Juan Vallalta «Gatho», quien ha recorrido todos los castillos alicantinos y un total de 628 de los más de 4.000 clasificados en el país para su blog Castillos de España.

El tercer itinerario ideado por el MARQ es de los Castillos de la Montaña. Con el relato en común de haber sido testigos de las revueltas encabezadas por el caudillo mudéjar Al-Azraq contra Jaime I en las que también participó como aliado del rebelde andalusí Alfonso X de Castilla, la Montaña puede ser uno de los recorridos más frustrantes.La fortaleza bien conservada es la excepción a la norma en este recorrido plagado de vestigios sin forma.

El castillo enrocado en un peñón de la partida de Penella (Cocentaina), una torre del homenaje con visibles reparaciones modernas y un sistema de escaleras metálicas para hacerlo accesible, es, junto con el palacio urbano pero almenado del Marqués de dos Aguas de Onil, el edificio mejor conservado de esta red. Prácticamente el resto -el Castillo de la Costurera (Balones) y los restos de murallas y paredes que hay en Tibi, Xixona y Planes- se encuentran en ese estado que sólo interesa a arqueólogos, historiadores y fanáticos.

No obstante, hay estado intermedios como la torre de Benissili, sujeta y accesible mediante una escala. Una visita que promete por fuera y sabe a poco después. «Dentro no hay nada interesante, un habitáculo vacío. Esto es algo que le pasa a casi todos los castillos alicantinos, incluso los más importantes, sólo son atractivos desde fuera; la mayoría no tiene ni techo», cuenta el bloguero dianense.

Cierra la clasificación una heterogénea colección de monumentos en la Vega Baja que comparten proximidad durante el tiempo del noble visogodo Teodomiro, quien supo mantener un territorio mayor que las provincias de Murcia y Alicante en plena conquista musulmana de la Península en al año 711. Ya entonces estaba en pie el castillo de Orihuela, un monumento muy castigado por las guerras y la intemperie del que se conservan en pie una pared y la planta de roca.

De forma similar, con correcciones modernas pero en constante lucha contra el vandalismo, se sujeta lo que queda del Castillo de Callosa de Segura, del siglo X. A poca distancia, la polémica reconstrucción del Castillo de Ayala, en Cox, permite que la ruta de Teodomiro disponga de un baluarte completo: el resto de paradas son un perímetro derruido (Guardamar del Segura) y torres vigía de diferente época en Cap Roig, Cap Çerver y La Mata.

El abandono y la oportunidad

La coherencia con que el MARQ y el Patronato Costa Blanca presentan este legado monumental se pierde a pie de muralla. La ausencia de un modelo conjunto de gestión de castillos en la provincia que pueden intuir ciudadanos y turistas hace que cada propietario, normalmente ayuntamientos, gestione su fortaleza de manera aislada.

Juan Antonio Mira Rico, técnico de Patrimonio del Ayuntamiento de Castalla, ha estudiado en la tesis doctoral que defendió el año pasado en la UA cómo se han administrado los castillos de la provincia entre los años 2003 y 2013. Se centra en 43 castillos propiedad de municipios que tienen entre 100 y 100.000 habitantes.

La intuición del bloguero casi coincide con la ciencia del investigador: el 72% de las fortalezas han sido objeto de una sola actuación (44%) o no han recibido ninguna atención municipal (28%) en los diez años que comprende el estudio. Sólo 12 de ellas han sido administradas de manera constante y de acuerdo a una planificación ad hoc. Mira considera «una anomalía» la ausencia de herramientas de gestión de los castillos en la provincia - sólo tres de ellos, Castalla, Elda y Dénia cuentan con algún plan rector-, mientras que en Escocia, Inglaterra o Canadá «cada fortificación cuenta con su propio plan», cita en un trabajo emanado de la tesis y dirigido al público internacional.

El experto considera que el tamaño del municipio determina el cuidado que recibe el castillo. Es frecuente que el estado de semiabandono se dé en pueblos de menos de 10.000 habitantes, por razones obvias de presupuesto y recursos humanos, pero es llamativo que, según la investigación del técnico, la gestión de la fortaleza en municipios de más tamaño no siga un patrón. En ocasiones es la concejalía de Cultura quien lo administra, otras veces Urbanismo y en no pocos casos es una persona externa quien tiene la llave de la fortaleza.

Responsable él mismo de la fortificación de Castalla, evita buscar más responsables de la degradación que las limitaciones económicas de los propietarios, pero es partidario de una reactivación homogénea, ordenada y profesional para que no se arruine más la memoria militar alicantina. De «crear rutas para que la gente los visite y evitar que se pierdan estos lugares».

Al contrario de lo que se pueda pensar inicialmente, los expertos no son necesariamente partidarios de hacer de nuevo los muros sobre la piedra derruida. Muchos se inclinan por ofrecer al visitante una interpretación de los vestigios y no una reconstrucción. Vallarta es de la misma opinión: reconstruir puede ser desfigurar aún más. «Las ruinas son importantes», asegura el bloguero.

El especialista del MARQ, consciente de los desencuentros y las inexactitudes que produjeron en su momento las reconstrucciones de los castillos de Ayala en Cox o el la Atalaya en Villena tampoco entiende «puesta en valor» como un sinónimo necesario de «reconstrucción». Ilusionado con las excavaciones que la Diputación tiene previsto ejecutar en su gran castillo de Perputxent, en l'Orxa - «la fortaleza tiene 15 metros de altura y hay al menos una planta enterrada y por descubrir» , explica-, se inclina más por identificar, indicar y explicar con nitidez el valor de lo que se conserva. Como ejemplo de fortificación que sólo necesita mejor trato cultural y técnico el medievalista pone el «espectacular castillo de Forna, una fortaleza palaciega del siglo XIII en L'Atzúbia típicamente cristiana en relativo buen estado que conserva pinturas murales «y las crujías de madera originales en el techo».

Como ya ocurriera en el siglo XVI, la ambición de los países árabes del Mediterráneo oriental y el miedo que les tienen los dirigentes levantinos puede traer nuevas oportunidades para los castillos de Alicante. Varios estudios del Instituto Universitario de Investigaciones Turísticas de la UA señalan que el mejor complemento para un destino de primer orden, con poco margen de crecimiento y amenazado por la recuperación del turismo en países árabes como la Costa Blanca es una red de turismo cultural y de interior.

En este campo queda mucho por hacer. La investigadora Elisa Ricó destaca en un trabajo sobre la potencialidad de las excursiones como producto turístico que el 78% de los visitantes de Benidorm consideran «importante o muy importante» el legado histórico del litoral, a la vez que señala la inmadurez de la diferentes rutas temáticas que se han tratado de activar en las comarcas sin costa.

Es especialmente crítica con la Ruta de los Castillos del Vinalopó, por ser la única consolidada. Pide más coherencia informativa y gráfica, mejor conexión con servicios locales, más desarrollo temático de las actividades que acogían las fortalezas y, en suma, un mayor esfuerzo por contar cosas sobre el castillo que no se sepan sólo con haber visto fotos de sus murallas en un listado de internet.

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