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«El rubio», siempre en la vanguardia

Fue aprendiz del artista Remigio Soler. Luchó contra el franquismo con su afilado lápiz. Fue bailarín, titiritero y ha montado miles de variopintos saraos en tiempos difíciles

Nacido y criado en el barrio de Benalúa, pronto encontró su destreza con el lápiz y las pinturas. Su padre, José, dedicó su vida profesional a la instalación de casetas de alta tensión con el logotipo de Hidroeléctrica Española en el pecho. José Luis es zurdo y atendió sus primeras lecciones con las monjitas Salesianas. El chaval acabó desquiciado por la intransigencia de las religiosas por tener vaga su mano derecha: ataban la izquierda en una de las patas del pupitre a modo de adiestramiento. Cambió de colegio.

Fue a parar con sus rubios rizos a los hermanos Maristas: «Acabé siendo lo que ahora se llama fracaso escolar». Todavía conserva una carta en el que algún religioso remitió a sus padres para advertirles de que su hijo no encajaba con el proyecto del colegio.

«El Rubio» se matriculó en el instituto Juan XXIII. Acabó Bachillerato y se dejó el preuniversitario a medias en el recién estrenado Instituto mixto de Babel, un centro rebosante de inquietudes y progresía, entre luces y sombras. Estaba interesado en el arte. Empezó como aprendiz con el escultor y constructor de hogueras Remigio Soler, vecino de su familia en la calle Alberola y con quien trabajó algo más de dos años en su taller de la Canyada de Fenollar. Aconsejado por el artista, durante ese tiempo hizo la mili como voluntario en el cuartel de San Fernando para compatibilizar el servicio a la patria con su tarea de modelar y pintar «ninots» o cualquier figura de cartón. Pocas tardes pudo asistir al obrador por sucesivos castigos y arrestos.

Estamos a finales de los años setenta. Participó en la construcción de la Hoguera Oficial «Cuento Alicantino», en 1975, y en la hoguera de Benalúa «Contaminación», premio de la categoría de Primera de 1976.

Era un joven inquieto. Alicante vivió una época publicitaria intensa: anuncios en los cines, en la prensa y vallas en la calle. Aún recuerda el panel de los resultados de fútbol que ofrecía Publicidad Diana, el rótulo de bombillas al estilo parisino que llenaban una copa de coñac en La Rambla, los carteles pintados de los estrenos de los cines, o el programa de radio «Cantera de artistas», que, patrocinado por La Casera, presentaba el fallecido Pepe Mira Galiana.

Ahí estaba «El Rubio», en plena transición política de camino a la democracia, alistado a movimientos obreros de la izquierda. Formó parte de organizaciones antifranquistas y fue compañero de Miquel Grau, el joven que fue asesinado en la Plaza de los Luceros, mientras que él pegaba carteles con una cuadrilla en la zona norte de Alicante. Se metió en un sindicato (CC OO) entonces ilegal, trabajó en fábricas de lámparas y de caucho. Y, al final, llegó a su destino como empleado en una imprenta, en concreto en la cooperativa Fotoimpress, de Elche, y en otros talleres de tinta sobre papel de Alicante. Estuvo cinco años como montador, metido en el laboratorio fotográfico y en el retoque de fotolitos en plena revolución del offset. Tuvo otra experiencia como alumno de ballet, pero una acrobacia a destiempo fracturó uno de sus meniscos y zanjó sus expectativas en la danza.

1984. José Luis abrió estudio de diseño gráfico en una de las habitaciones de la casa que tenía arrendada en la calle Valdés. Anduvo metido en todos los saraos: organizando carnavales, junto a Morán Berruti, Tito, Miguel Carmona, Tomás Ramírez y Antonio de Fez, entre muchos; teatro e incluso ejerció como titiritero en el grupo «La Rebolica», junto a Pepa Suárez, que se encargaba de mostrar por los colegios a los políticos más destacados de la época. También hizo sus piruetas con el colectivo «Melotemía», que coordinaba Asun Penalva, y en la pachanga verbenera «La ovejita paranoica», tocando la flauta travesera y las congas. Ha trabajado para la mayoría de las instituciones públicas. Esfuerzo. Coraje. Ideas. Jornadas interminables.

En 1993 fundó Cota Cero, con Juan Ignacio Mena como socio y que procedía de los ancestros de la informática. Guardaron las pinturas y los pinceles en un viejo armario e incorporaron al estudio ordenadores con software gráfico.

«El Rubio», casado con Ana Gómez, tiene una hija, Irene, que trabaja con él tras finalizar la carrera de Comunicación Audiovisual. Tiene una saca llena de premios por sus diseños y otra cargada de publicaciones en tratados especializados. Dirigió la Muestra Internacional de Cine y Derechos Humanos desde 2004 a 2012.

Se define como diseñador gráfico y se siente orgulloso de la mayoría de sus trabajos, aunque destaca algunos de sus carteles y sus creaciones para exposiciones. Todo está en la memoria de un tipo creativo, tipógrafo y de luchador que pocas veces ha estado por encima del nivel del mar.

Arte y figura. Persona necesaria durante la transición política en la ciudad lucentina y siempre en la vanguardia del diseño y de la vida.

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