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Héroes sin capa

Las ideas que muchos teníamos nos hacían imaginarlos con capa; así sucedía con Robin Hood, con Superman o Batman

Los medios lo hacían refiriéndose a Eduardo Echevarría, un joven español que con un patinete y con grandes muestras de arrojo y valor fue capaz, en el puente de Londres, de enfrentarse a tres terroristas agresivos que estaban atacando con cuchillos y matando a otros transeúntes. Ha quedado señalado en todo el mundo como el héroe del patinete. Es más impresionante aún que acciones valientes como ésta pueden pasar desapercibidas.

Acabo de leer que un general español en Mali, estando descalzo y en bañador fue capaz de, utilizando el arma de un compañero, abortar una dura y violenta agresión que empezaban a llevar a cabo allí un grupo de terroristas del Estado Islámico. Tampoco llevaba capa.

Sabe que en nuestra sociedad hay otros muchos así, y en general son poco conocidos. A mí no me importaría considerar héroes a donantes de órganos o sangre; es más, me agradaría hacerlo: ya sabe que dicen que dar sangre es dar vida, y a veces dar vida es una heroicidad... Así lo creo yo, y pienso en los cientos de personas que cada día lo hacen.

Quizá exagero al llamarles héroes, pero lo que hacen es muy grande. Y es que la sangre la necesitamos para vivir, algunos con urgencia si por un accidente, traumatismo o corte se desangran, e igual le sucede a aquellos que deben ser operados o intervenidos, y es que esa cirugía puede conllevar pérdidas importantes de ella. Hace unos días me emocioné viendo en la televisión a una madre norteamericana que, con un fonendoscopio, oía el latir del corazón de su hijo, ella lloraba, y es que su hijo había muerto meses antes y al corazón lo estaba escuchando latir en otro joven, pues había propiciado la donación de ese órgano y el receptor que se acercaba a la muerte no lo hizo, recuperó la posibilidad de vivir, y con ello el corazón de su hijo siguió vivo, aunque fuese en el cuerpo de otro. Piense en cuántos donantes de órganos han permitido que otros sigan vivos en nuestro país, que es el primero en el mundo en trasplantes; y no siempre tiene que ser la vida, puede ser simplemente la córnea, digo simplemente, pero es magnífico, ya que es permitir que el receptor siga viendo, y con ello poder seguir gozando de ver el mundo.

Otro héroe y casi anónimo fue Pablo Arráez, enfermo grave de un tumor que acababa con su vida, pero tuvo energía y valor suficiente para promover en España una campaña de donación de médula ósea. Seguro que al siguiente del que le voy a hablar lo conoce, pues ha estado a cargo durante años de la fundación para la donación de órganos. Es Rafael Matesanz. Gracias a las actividades de esa organización, traducido a miles de trasplantes, ha sido posible; algo semejante pasa con la fundación Carreras impulsada por ese magnífico tenor. Lo cierto es que algunos famosos como Raphael siguen vivos porque han recibido trasplante de órganos. Él y cientos de personas desconocidas.

No le citaré más nombres, pero casi a diario bomberos, policías, guardias o vigilantes de playa arriesgan sus vidas para que otros no se vayan, que no mueran. ¿No cree que son héroes anónimos? Muchos son ciudadanos generosos con los que convivimos, y de los que no conocemos su nombre. Muy recientemente vivimos los sucesos de la Rambla de Barcelona. Hubo muchos ciudadanos muertos, y muchos heridos graves. Para ayudarles muchos paseantes anónimos les brindaron su colaboración.

En otro campo, aunque a valorar, algunos ciudadanos se han interpuesto para evitar que hubiera violencia machista y a consecuencia de ello han sido golpeados. Son actos a enardecer y yo aquí quiero hacerlo.

A lo mejor los siguientes no son héroes, pero sí ciudadanos especiales que están en su senda. Acabo de leer a la periodista Lucía Méndez, participante activa en tertulias televisivas, que su madre, que vivía en un pueblecito de Cantabria, fue la primera allí en ponerse unos pantalones, algo que entonces estaba exclusivamente reservado a los hombres. Pero lo más curioso es que esa información coincidía con la noticia que los medios de comunicación difundieron esos días de un muchacho de diecisiete años que, sin tener nada que ver con colectivos LGTBI, defendía la idea de que los vestidos, las prendas, no tienen sexo y decidió ir al acto de su graduación con zapatos de tacón alto y falda. Y, ¡compruebe cómo ha cambiado nuestra sociedad!, que su madre le entendía perfectamente y fue ella la que le acompañó a que se comprara la vestimenta que quiso llevar. Además, añadió que además de tener ideas sólidas era un muchacho magnífico.

He tenido ocasión de convivir con algunos voluntarios de diversas ONG y es muy posible que calificarles de héroes pueda ser excesivo, pero la misión que realizan diariamente es, como mínimo, muy grande. Consiguen ofrecer compañía, aliviar el dolor, disminuir la angustia, que otros se sientan queridos. Y luego, si los oye, les oirá decir que reciben más que dan. Insisto, son otras formas de ser grande. Y ninguno de ellos lleva capa, y por supuesto sus armas son la generosidad y el amor.

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