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El hueco en la inteligencia

La gestión de las emociones gana terreno como factor de éxito personal en una sociedad dominada todavía por las capacidades intelectuales

La inteligencia es una de las capacidades humanas más apreciadas y sin embargo desconocidas a día de hoy.

Sin que exista todavía una única definición de aceptación general, la capacidad intelectual de las personas se trata de medir desde hace más de un siglo a fin de establecer una serie de expectativas fiables académicas y profesionales. En 1902 nacía la psicometría y su indicador más conocido, el coeficiente intelectual (CI), mediante el que se establece el grado de inteligencia de una persona al dividir su edad mental por su edad biológica. Su gran precisión para predecir habilidades verbales y matemáticas en la sociedad desarrollista del siglo XX hizo que el CI se coronara como el único detector veraz de líderes.

Pero la certeza de que la capacitad intelectual no determina el éxito que canta desde antiguo la sabiduría popular -«este mundo está hecho para los listos, no para los inteligentes»; «hace más quien quiere quien puede»-encontró en los años 90 un aliado en la investigación científica. Varios psicólogos empiezan a alertar de la existencia de un rasgo psíquico mucho más potente que el raciocinio y que facilitaba mucho más que el CI la obtención del mayor éxito que una persona pueda alcanzar: vivir feliz. Lo llamaron inteligencia emocional y está ganando un peso enorme en la investigación científica y la conversación cotidiana.

La investigadora del Instituto de Neurociencias de Alicante Cristina Márquez accede a ofrecer una definición de esta característica que ubique el análisis: «Se entiende como inteligencia una capacidad general que, entre otras cosas, implica la habilidad de razonar, planificar, resolver problemas, pensar de manera abstracta, asimilar ideas complejas, aprender rápido y adaptar este aprendizaje dependiendo de la experiencia». La responsable del grupo que estudia las circuitos neuronales del comportamiento social en el centro mixto del CSIC y la UMH introduce una aclaración: «Esta información se puede aplicar a procesos cognitivos, como la memoria o el lenguaje, o también de elaboración de informaciones personales».

Exploramos los límites de la visión tradicional y el potencial de la más novedosa.

Casi todos los modelos de capacidad intelectual coinciden en separar a la población en cuatro grupos. El primero es donde estaría la mitad de la población, donde todos tendrían un nivel cognitivo medio con poco variación. El segundo grupo reúne a cerca de un tercio de habitantes con capacidad superior a la media y el cuarto a un número próximo también al 25%. Estos tres conjuntos representan al 95% de la población y a niveles de inteligencia que interactúan aceptablemente en el sistema escolar.

En teoría, la educación pública no universitaria en España establece planes de estudio que se imparten en unos periodos lectivos lo bastante amplios como para que los alumnos de ese 95% progresen a la vez. Y también se prevé que el 5% restante, por exceso o falta de capacidad, pueda seguir programas adaptados: de igual manera que por debajo de un CI de 70 se habla de discapacidad intelectual, lo que ocurre en un 2% de la población, cuando se sobrepasan los 130 puntos hablamos de una potencia superior para comprender, interiorizar, relacionar y procesar la información que va desde la graduación leve hasta la profunda.

M. D. P., una niña alicantina de seis años, es una de ellas. «Aprendió a leer sola. Al principio creíamos que lo que único que hacía era relacionar imágenes a palabras que oía y a dibujos, porque decía Mercadona o Don Dino cuando pasábamos andando, pero después vimos que no, que había aprendido el significado de las letras y a unirlas sin que nadie le enseñara», cuenta su padre, A. D. Hace unos meses ha sido certificada como superdotada, al superar, en su caso con holgura, la barrera de los 130 puntos de CI. Ellos son los superdotados, la máxima expresión de la capacidad intelectual humana; los más inteligentes entre los únicos seres que piensan.

Y sin embargo, el porcentaje de éxito en sus vidas (entendiendo como éxito la consecución de las metas personales y el disfrute de la propia existencia) es completamente normal. En muchos casos, incluso, viven en la más absoluta incomprensión interior y exterior y son incapaces de hacer un uso útil para ellos mismos de sus habilidades.

Ya el colegio puede ser bastante duro. Son el 2% de la población estudiantil, pero el sistema se da cuenta de la existencia de sólo un 0,01%. El profesorado de Infantil, Primaria, Secundaria y Bachillerato de la Comunidad Valenciana detecta cada año a apenas 94 estudiantes de altas capacidades entre los más de 940.000 del sistema regional, según datos del Informe Nacional sobre Educación de los Superdotados.

Si hay quien duda de los beneficios de ser identificado como una minoría en un sociedad que aplaude la medianía, los expertos defienden la necesidad de identificar y empoderar a estos alumnos especiales desde las edades más tempranas. La psicóloga madrileña Carmen Sanz Chacón es autora del informe y se ha erigido como adalid de la minoría superdotada. Defiende en su documento la existencia de espacios de educación segregados para este segmento de la población y la colaboración de toda la comunidad educativa en su desarrollo, ya que en muchos casos el desconocimiento de su condición les lleva a aburrirse en la escuela, a rendir muy por debajo de su potencial y a ser víctimas de bullying o la marginación. Muchos, según este trabajo, descubren ya de adultos su potencia de raciocinio si es que alguna vez lo hacen.

Si la psicóloga está en lo cierto, la media de intensificación de altas capacidades en la escuela española es del 0,24%, lo que implica que 142.842 alumnos terminan el colegio cada año sin que ningún profesor les descubra de qué son capaces en realidad. Sanz da por hecho que entre las cifras de fracaso escolar se está perdiendo gran parte del talento español. «Cuando les haces las pruebas de adultos, muchos te dicen que pensaban que no servían para estudiar», cuenta Mariluz Bueno, psicóloga de la Asociación Valenciana de Apoyo al Superdotado y Talentoso (Avast).

Pero si la baja autoestima les penaliza mucho, la tendencia a llamar «capacidades sobrehumanas» a poder ir dos cursos por delante de los demás, a comprender la esencia de una materia sin necesidad de repetición o intuir los mecanismos que articulan una relación matemática o lógica con rapidez, entre otros signos de excepcionalidad cognitiva como la manipulación de formas y sonidos en actividades musicales y artísticas, ha generado una lamentable confusión a los superdotados y a su entorno social entre lo que es «muy alto» y lo que es «superior».

Susana Ortiz López sabe lo que es el exceso de confianza. Casada, con 27 años, sin hijos y vecina de San Vicente del Raspeig, con formación como maquilladora y en busca de trabajo, aporta información que la convierte en una persona perfectamente normal. Con la excepción de que está en posesión de un carnet de miembro de Mensa, acreditación de pertenencia a la organización de personas con alto CI más internacional, al igual que otras 1.700 personas en España. Ortiz, cuyo CI se estima superior a 130 al igual que el de sus compañeros de organización, tiene recursos intelectuales de sobra para destacar en las disciplinas más desafiantes, como astrofísica o matemáticas en ciencias o filosofía en humanidades. Pero no terminó la universidad.

Lo explica. «Yo nunca tuve necesidad de esforzarme en el colegio ni en el instituto. Empecé Derecho y luego Traducción e Interpretación de Francés. Entonces me di cuenta de que no tenía ningún hábito de estudio y me fue imposible adaptarme a lo que me pedían en el grado: evaluaciones continuas y trabajos todas las semanas; y yo sólo sabía leérmelo todo antes del día del examen y aprobar sólo con eso. Siempre conseguía el mismo premio, que era ninguno», cuenta por teléfono. Le sobraba capacidad para todo, menos para esforzarse.

El próximo día 5 Mensa organizan un acto en el ADDA para concienciar e informar sobre las altas capacidades y su relación con la educación y la empresa.

El jefe de comunicación de Mensa España es un alicantino de 27 años que se dedica a la Publicidad. Es muy consciente de cómo es percibida una asociación que cierra las puertas a todo aquel que no pertenezca al 2% más inteligente en una sociedad que lucha a diario por no discriminar a nadie por raza, sexo, condición social o religión. «Poco a poco se empieza a entender que la inteligencia es una característica; no es una herramienta y no te prepara para lo que se te viene encima. Es erróneo el discurso que relaciona "superdotado" con "mejor"», apunta Ezequiel Toledo, jefe de relaciones públicas. Lo recalca porque sabe que es una confusión enormemente frecuente dentro y fuera de Mensa.

En un sistema social y político construido por y para la mayoría, en el que sólo se entiende como marginadas a las minorías incapaces, la superdotación encuentra más desdén que apoyo cuando pide ayuda. Un sujeto con altas capacidades que necesita ayuda y comprensión no debe serlo tanto, parecen pensar el 98% de padres y alumnos.

«Yo podría encajar en esos perfiles que sufrían bullying en el colegio y algunos de los demás también», cuenta Ortiz. «Aquí dentro hay mucha predisposición a relacionarse porque se comparte precisamente esa característica que produce rechazo en la sociedad. Cuando estás relacionándote con alguien la cabeza te va a 2.000 por hora y a lo mejor por eso a mucha gente le va mal en el plano social y no genera mucha empatía», apunta la alicantina. Se siente muy a gusto en esta organización que le ha permitido conocer a gente de su mismo tipo, en este caso, extremadamente rápida cognitivamente. Cada semana queda con algunos de los 15 compañeros que se reúnen mensualmente procedentes de todas partes de la provincia. «Quedamos para dominar el mundo», ríe por teléfono.

¿A qué se dedica realmente el club de los que se dicen el 2% más capaz intelectualmente? Aunque la contribución al beneficio de la Humanidad es algo que está escrito muy arriba en sus estatutos, el enfoque lúdico y social de las actividades de esta asociación revela su vocación de ofrecer relaciones interpersonales basadas en la más absoluta normalidad. «Quedamos para ir al MARQ, para ver los búnkeres de la Guerra Civil, para jugar a juegos de mesa. Sobretodo, no paramos de hablar», cuenta la joven alicantina.

«Dentro hay gente muy inteligente que ha conseguido llegar muy alto, hay otros que no dan para más y se quedan en un lugar intermedio y hay otros que fracasan porque no consiguen llegar donde querían. En la asociación tenemos verdaderos animales sociales, gente que no se relaciona bien y gente, la gran mayoría, que está en el medio de la campana de Gauss en inteligencia emocional», cuenta Toledo, sugiriendo que ser un genio de las relaciones interpersonales equivale a destrozar los teoremas más complejos. El publicista, quizá por imagen, quizá por contribuir a mejorar la Humanidad, señala en la misma dirección que los que aseguran que el CI no da la felicidad. «El CI es un buen indicador cuando todo, familia, colegio, amigos y entorno, va bien. Pero si esto falla, es muy posible que sientan que no pueden y que se pierdan», apunta la psicóloga de Avast.

Así, la mera superdotación intelectual, sin apoyo de características auxiliares, parece arrojar perfiles de una intensísima cotidianidad.

«¿No conocemos todos a alguien que era completamente normal en el colegio que hoy es una persona de éxito en su ámbito profesional, mientras que el que sacaba las mejores notas en clase es ahora funcionario?». Pablo Berrocal, catedrático de Psicología de la Universidad de Málaga, introduce en una conversación con el manos libres del coche la diferencia entre un perfil intelectualmente brillante y un genio de la gestión emocional.

Berrocal dirige el Laboratorio de Emociones del centro universitario andaluz, un lugar donde se investiga la capacidad descrita por los psicólogos estadounidenses Mayer y Salovey a principios de los 90 que se popularizó poco después con el bestseller «inteligencia Emocional», del divulgador Daniel Goleman. Así, esta habilidad consiste en «percibir las emociones, acceder a ellas y generarlas de forma que faciliten el pensamiento, y comprenderlas y regularlas para promover el crecimiento emocional e intelectual», según la definición oficial de sus descubridores que facilita el catedrático.

El científico malagueño explica que el llamado factor g de la inteligencia se relaciona con la capacidad de gestión emocional como una función subordinada, al igual que la inteligencia verbal o matemática. Sin embargo, esta unidad de procesamiento es la encargada de lidiar con «la fuente de los mayores dolores de cabeza de las personas, las relaciones con otras personas», explica el catedrático. Pese a su íntima relación, su estudio se escinde de la inteligencia tradicional por una razón muy sencilla: «la inteligencia cognitiva o intelectual no es suficiente para el éxito en la vida», cuenta Berrocal.

El padre de M. no sabe el coeficiente emocional de su hija pero sospecha que es también muy alto. Juega con pequeños y mayores en el parque, cuando termina la lección en clase usa su tiempo para echarle una mano a sus amigos «porque tiene muchos» y quiere quedarse donde está pese a que sabe que podría ir con los de un curso más.

A. está muy agradecido de que esta última habilidad de su hija le permita seguir en una escuela normal y haciendo vida normal pese a tener capacidades extraordinarias.«El día que se aburra cambiaremos de idea, pero de momento sigue con los de su edad», cuenta este padre alicantino.

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