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Los gilipollas

Españoles: en mi eterna vocación de enseñar deleitando, me he propuesto en esta ocasión haceros llegar un tema de candente actualidad.

Y aprovecho que JC se ha tenido que marchar a arreglar unos asuntos a Beta Centauri para tocar el temita, porque él es muy sensible a estos asuntos y se podría incomodar.

Porque hoy os voy a hablar de un subtipo de humanos que se da con sorprendente frecuencia en la península ibérica, subsección hispánica, lo que antes se venía en llamar España, vamos.

Os pondré un ejemplo que comprenderéis con facilidad:

„«Es usted un miserable y un irresponsable»? «porque no le gusta cómo votan los catalanes».

„«TVE le coloca la bandera española a la emisión de Peppa Pig o La Patrulla Canina».

„«No soy un gallina como usted».

„«Hasta luego, gánster, nos veremos en el infierno».

„«Dígale a la gente que coma balas y que duerma en tanques".

Quien pronuncia semejantes perlas no es otro que un representante del pueblo español (¿?), elegido por la circunscripción de Barcelona: Don Gabriel Rufián Romero.

Él no lo dice, pero yo lo sé. Bueno, en realidad lo sé todo, como ya sabéis vosotros. Y esto es lo que piensa: «Soy Picasso. Soy Miguel Ángel. Soy Basquiat. Soy Walt Disney. Soy Steve Jobs. Y más guapo que Brad Pitt y tengo mejor tipo que George Clooney».

Y ya que hemos hecho las presentaciones, vamos ahora con lo que quería contaros. Este sujeto es un vivo ejemplo de la figura que hoy quería glosar: el gilipollas. Sí. Abundante espécimen en la península ibérica. Si el estado pagara medio euro a cada gilipollas se arruinaría. No digo más.

El gilipollas piensa que yo mismo le asfalté el camino. El gilipollas se ve a sí mismo como alguien extraordinario, un artista para la historia. Posee una concepción excelsa de sí mismo y se siente legitimado para hacer cualquier cosa, singularmente tratar mal a los demás.

En la historia del arte muchos ejemplos. Gente como Picasso, que creía que su talento le situaba por encima de los mortales y que por tanto, las reglas de la convivencia que eran válidas para los demás no lo eran para él.

Los gilipollas sienten que no tienen que respetar a los demás. Y se saltan los límites de la convivencia, al igual que pueden hacer los delincuentes, pero la diferencia estriba en que ellos no tienen ninguna sensación de estar haciendo algo ilegal o inmoral. Pueden saltarse una cola, no pagar impuestos o pisar el cuello a los demás, pero siempre con la sensación de que tienen todo el derecho a ello porque son especiales, justificándolo porque son genios, porque ocupan un lugar destacado en la sociedad o porque los poderosos nunca han rendido cuentas. No se están saltando las normas, simplemente están actuando como les corresponde.

La simple idea de igualdad, el hecho de que alguien pueda estar a su altura, resulta insultante para los gilipollas. Y dado que están en el estrato superior, no deben someterse a ningún tipo de límite. Esta clase de personas nunca reconocerán a los demás más que mirándolas desde lo alto: contemplan las quejas de los otros con desdén. No se mueven en el mismo plano.

No podemos intentar cambiar a esta clase de gente porque no lo conseguiremos. Es mucho mejor intentar evitarlos.

Eso sí, la mayor parte de estos imbéciles suelen ser hombres, quizá porque están socializados en culturas que les empujan hacia actitudes más insensibles. Cuando actúan de este modo solemos decir que «los hombres son así», pero cuando lo hace las mujeres lo entendemos fuera de lugar y las reprendemos.

Se trata de un comportamiento especialmente útil cuando se quiere ascender en la escala social en tanto quienes quieren conseguir estatus, dinero o poder este tipo de comportamientos generan réditos en ese sentido.

Si es necesario, habrá que enfrentarse a ellos y buscar el reconocimiento de terceros. Los gilipollas están cerca de lo que la psicología tiende a calificar como desórdenes narcisistas de personalidad, pero que no es exactamente lo mismo. Lo que sí parece evidente es que los gilipollas existen y están cada vez más de moda.

Y ahora vamos a la parte práctica: coja un papel. Sí, usted que está leyendo esto. Y anote el nombre de las tres personas que le han venido a la cabeza mientras estaba leyendo. Así, muy bien. Ya sabe usted lo que son. La próxima vez que se los cruce no les llame por su nombre. Sencillamente dígales: «¡Hola, gilipollas!».

¿Que el que escribe esto es una de ellas? Bien. Lo acepto. Va en mi sueldo.

Nota de Dios: El concepto gilipollas alude a las hijas de un fiscal del siglo XVI que no encontraban novio y a las que su padre paseaba por todo Madrid: Gil y sus dos pollas (hijas). He ahí el origen del término. De nada, hijos.

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