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Las memorias de Juan Pedro

Todo bien guardado. Por categorías. Este hombre ha guardado cada uno de los juguetes que cayeron en sus manos

Nos traslada las memorias de la niñez de chiquillos y chiquillas cuyos progenitores tuvieron que soportar las heridas y la sangre de una guerra y las crueles consecuencias de la resaca bélica española, la posguerra. En su blog y en su libro y en cualquier lugar, Juan Pedro Ferrer Pujol (Juanpe para los amigos) nos transporta a una dulce infancia y a aquellos maravillosos kioscos que la chiquillería visitaba mañana y tarde a la salida del colegio y con la merienda servida en forma de bocadillo. Nos volvíamos locos.

Astronautas y soldaditos de plástico, saltimbanquis, paracaidistas, chucherías, cromos, muñecos, tebeos, recortables, chicles, canicas., scalextric, muñecos con la elástica del Hércules, pistolas y sables. Y la colección completa de Madelman. Con ellos crecimos los niños en las décadas de los años sesenta y setenta. Baratijas, golosinas, frutos secos, muchas pipas y altramuces. Muchas cosas a precios de saldo expuestos en kioscos y tenderetes ante los ojos de los chavales. Juan Pedro ha salvaguardado cada uno de los juguetes, cromos y tebeos que durante al infancia cayeron en sus manos. Parido en Orihuela, de forma temprana quedó huérfano: su padre falleció en un sanatorio cuando él tenía cincos años. La madre, Micaela, no tuvo más narices que hacer las maletas y establecer su residencia en el alicantino barrio de Virgen del Remedio. Juan Pedro y sus dos hermanas mayores llegaron a bordo de un vehículo Citroën Tiburón, propiedad de un familiar. En la calle oriolana quedó su gata Mariquilla, que poco tiempo después murió de tristeza. La cabeza de familia se puso a limpiar por las casas para alimentar a los suyos.

Fue en la Virgen del Remedio donde se sucedieron sus visitas a kioscos y carritos de golosinas. Si alguna peseta caía en sus manos, Juanpe ya tenía pensado qué artículo quería comprar.

«Mi infancia fue feliz», asegura. Siente nostalgia. Sus recuerdos los tiene a buen recaudo. Los mima, los asea. Los expone en su blog: «El kiosco de Akela». Fue scout, socio de ADENA y socorrista de Cruz Roja, incluso viajó a Lourdes para ayudar a los enfermos con el traje de explorador.

Entre las baratijas favoritas destaca el hombre del espacio y el paracaidista. Volver la vista atrás es bueno. Mucha nostalgia, pero sin volverse loco, dice Juanpe.

Dejó la escuela a los 14 años. Estudió electricidad en el Instituto Politécnico y se puso a trabajar. Primero como peón en la construcción y, algo más tarde, de dependiente en una ferretería de Benalúa. Cumplió con la patria en un cuartelucho de Cádiz. Licenciado de la mili se empleó como vendedor de frutas y verduras en el Mercado Central. Casado con Cati, tras varios meses de estudio consiguió una plaza de auxiliar de servicios generales en el Ayuntamiento de Alicante, entonces presidido por Luis Díaz Alperi (PP). Ahí sigue Juanpe. Ya han pasado casi treinta años.

«Aquellos maravillosos kioscos» es el libro que recoge sus vivencias y las de el también bloguero Miguel Fernández Martínez (Badalona, 1963). Un trabajo que tiene como principal protagonista el kiosco, aquel mágico lugar donde cada día te quedabas observando con detalle antes de comprar. «Es un libro para pasar un rato agradable, para sonreír y, al mismo tiempo, trasladarse a la infancia... Recordar todos aquellos días».

Lo ha leído varias veces una vez editado y con él ha pisado platós de televisión y redacciones de radio. «Nuestros padres vivieron la tragedia y el dolor de la guerra y la posguerra. En nuestro tiempo se han registraEl libro es un brindis a los kioscos y a los tenderetes de antaño. Y a sus pequeños clientes. A la vida. A Madelman y a Pipo, el muñeco que fumaba como un carretero. Al libro de la selva.

Y al cartucho de pipas.

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