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La ciencia (II)

Queridos hijos. Espero que hayáis pasado un buen verano. Yo he estado haciendo el camino de Santiago, de incógnito, desde luego.

La ciencia (II)

Decíamos la semana pasada que la Ciencia es la mejor manera de conocer el Mundo. Que su desarrollo es lo que ha permitido vuestro estilo de vida actual y que nosotros, los de aquí arriba, nos equivocamos cuando comenzó a brotar en la tierra, allá por el Renacimiento.

Y estaba yo indignado -y creo que vosotros también- con los llamados «antivacunas», esos sujetos que niegan la utilidad de las vacunas alegando teorías conspirativas que se han demostrado falaces. Sí, hijos míos, ¡son puras patrañas! Como la relación entre las vacunas y el autismo, una invención de un tal Andrew Wakefield, que se enriqueció con semejante dislate, dejando el mundo sembrado de recelo y desconfianza hacia estas medicinas, sin duda las mejores armas preventivas que posee la Humanidad.

Vamos a ver si lo dejamos claro, clarito: las vacunas son eficaces y seguras. Claro que tienen efectos adversos, como todas las sustancias que hay en el Universo, pero su utilidad excede con muchísimo sus riesgos y sus inconvenientes.

Os lo digo yo, caramba, que me conozco este tema bastante bien.

Y lo más sorprendente, lo que hasta ahora está salvando a los padres que se niegan a vacunar a sus hijos, es un efecto estadístico bien conocido por los epidemiólogos: frenar la propagación de un virus no requiere vacunar a toda la población. Basta con vacunar a tres de cada cuatro. Así que los hijos de los antivacunas están protegidos contra las principales enfermedades infecciosas gracias a los demás padres, los que sí vacunan a sus hijos. Puede parecer una paradoja, pero así son las cosas, hijos míos.

Lamentablemente hay más cosas en la actualidad en referencia a la ciencia que nos preocupan aquí arriba. Pensamientos y tendencias impropias de una civilización capaz de llevar un hombre a la Luna o desarrollar inteligencia artificial.

El rechazo a los alimentos transgénicos plantea cuestiones aún más complejas que los pseudofármacos y las vacunas. La mayor parte de la gente cree que hay una polémica científica sobre la seguridad para la salud de los transgénicos. No la hay. Todos los científicos y biotecnólogos de plantas coinciden en que los transgénicos son seguros para la salud, y también para el medio ambiente. Si llevan décadas investigando en ellos es porque, además de haber descartado esos riesgos, están convencidos de que los transgénicos son el mejor modo de incrementar el contenido de vitamina A del arroz -la base de la alimentación de media Asia-, crear variedades de las principales plantas de cultivo tropicales que sean resistentes a la sequía, ralentizar la oxidación que arruina la fruta, para una gestión más eficaz y sostenible de muchas plagas, sobre todo las enfermedades virales que arruinan las cosechas de varios países africanos; en fin, aspectos como veis importantísimos en cosas tan serias como alimentar a más de siete mil millones de cuerpos.

Hay activistas que han conseguido intoxicar ideológicamente a la población occidental y que Europa tenga una legislación retrógrada sobre los transgénicos. En el fondo eso da igual. Los países que verdaderamente los necesitan, como China y varios de África tropical, llevan años investigando en sus propios transgénicos. El largo brazo de los ecologistas no llega allí. Malo para la contaminación, bueno para la ciencia.

El negacionismo climático no es muy distinto de los dislates anteriores. Todo consiste en negar la evidencia, inventar una realidad paralela e infectar a la mayor parte posible de la población con ella. Todas estas tendencias acabarán fracasando -la realidad es tozuda-, pero nadie sabe cuánAunque todos, todos, hemos tenido tiempo para reflexionar y aceptar la incuestionable evidencia. La ciencia es lo que más se acerca a la verdad.

Hasta nosotros estamos convencidos. Perdón otra vez, Galileo.

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