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Hola, soy Dios

La ciencia (I)

Queridos hijos. Espero que hayáis pasado un buen verano. Yo he estado haciendo el camino de Santiago, de incógnito, desde luego. Imaginad lo que sucedería si me presento con las barbas y el triángulo... me ponen en el lugar del botafumeiro. Y, francamente, uno tiene ya una edad...

Pero he de reconoceros que ha sido un camino agradable, recorriendo las veredas gallegas y comiendo sus productos... ¡ay!... esas zamburiñas...

Y lo cierto es que me ha servido para repensarme unas cosas a las que llevaba tiempo dando vueltas. Ya sabéis que en mis tiempos no existen urgencias, debemos estar hablando de cinco o seis siglos...

Veréis. Estaba yo algo tristón desde que juzgamos a Galileo. Sí, ya sé que fue hace tiempo, pero es importante rematar bien los asuntos. La verdad es que tanto él como gentes como Copérnico o Kepler fueron vislumbrando la realidad poco a poco, y nosotros deberíamos haber salido a decirle a las gentes: «Esto es verdad, y no contradice lo nuestro, sino que es un complemento. El Universo es mucho mayor de lo que dijeron nuestros profetas, más sutil y elegante». Subirse al carro, se llamó después a eso.

Pero no, en vez de eso los ocultamos y... bueno, ya sabéis cómo acabó aquello. Pues nos equivocamos. Así, sin matices. Pero nunca es tarde para la enmienda, habitantes del planeta Tierra.

Vamos a dejarlo sentado desde el principio: la ciencia es veraz. Lo demás... bueno... veréis... comprended que a los humanos del Neolítico no les podíamos hablar de ecuaciones integrales ni de ondas gravitacionales, así que intentamos explicarles el mundo con un lenguaje sencillo, con anécdotas a su alcance e historietas de moralejas determinantes, que les inclinaran hacia el lado luminoso de la vida. Algo así como «tienes un padre que te quiere y tú has de querer a los demás porque si no lo haces tu papá se enfada y su cabreo puede ser de órdago».

Ahora os parecerá ridículo, pero funcionó; durante muchos siglos funcionó. Es cierto que la vigencia de esto ha caducado. Al llegar el Renacimiento apareció un nuevo enfoque de la realidad y los humanos por fin levantásteis la vista hacia los cielos en busca de respuestas. Y surgió la ciencia: con su método, su experimentación y el rigor en sus resultados. Y hasta hoy.

Porque es la ciencia la que ha hecho que la expectativa de vida de los humanos se haya duplicado en un siglo. La que consigue que podáis hablar por un artefacto móvil con cualquier punto de la Tierra, jugar por internet o que hayáis llegado a la Luna. Sí, hijos míos, doy fe para esos escasos escépticos: el hombre llegó a la Luna en 1969; Yo estaba allí y lo vi.

De modo que creo que he dejado este punto claro. Repito: la ciencia es la verdad. Eso no quiere decir que nosotros sobremos, eh?

Pero no cerremos los ojos a la realidad.

¿Y por qué digo todo esto?

Pues porque recientemente se está viviendo allí abajo una especie de ofensiva contra la ciencia. Y me parece tan injusto, tan ilógico, tan regresivo, que no me puedo callar.

«Os metéis con la homeopatía cuando no le ha hecho nada a nadie», me llegó el otro día este whatsapp. Bueno, aquí le llamamos skysapp, y lleva bastantes años en funcionamiento, no os vayáis a creer que sois los más guays del Universo. Y es cierto, humanos. La homeopatía no hace ni bien ni mal. Sencillamente, no hace. Y la ciencia lo ha demostrado. Así que lo procedente es enviar a la homeopatía al cajón con la etiqueta de «Placebos». Donde están guardados ya la magnetoterapia, la alquimia y el éter. Borrad esa sonrisilla, que os conozco: la Inquisición está guardada en el cajón de «Errores monumentales».

El tema de la homeopatía no es más que una anécdota, casi inocua. Si genera un cierto efecto placebo y mientras no sustituya a los tratamientos de verdad...

Pero hay asuntos mucho más graves, humanos. ¿Recordáis cuando en 1796 el doctor Jenner descubrió que inyectando un extracto de viruela bovina lograba prevenir la viruela humana? Ufff? ¡Sé que no lo recordáis, pero fue un gran momento aquel! Pues desde entonces la Humanidad ha ido desarrollando vacunas eficacísimas para combatir muchas enfermedades infecciosas, y algunas de ellas están a punto de la erradicación, gracias precisamente a las vacunas. ¿Se entiende esto, queridos humanos? ¿Alguien puede dudar de una de las armas que ha contribuido a duplicar la expectativa de vida del ser humano en el siglo XX? Repito, para los durillos de entendederas: ¡Duplicar la esperanza de vida en solo un siglo!

No parece razonable, ¿verdad?

Pues resulta, damas y caba... ¿Cómo les habéis llamado? Bueno, bueno... llamémosles ignorantes. Perdonad mi prudencia, pero también son hijos míos.

Y si os parece, de eso y otras cosas de la ciencia hablamos la semana que viene.

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