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Pirotecnia: el gremio quemado

Los artistas de la pólvora se adaptan con pocos recursos y mucha presión administrativa a los cambios que marcan las importaciones, la especialización y la precariedad

Pirotecnia: el gremio quemado manuel lorenzo / efe

Pedro Luis Sirvent estudia con los brazos en jarras y ajusticiado por el sol de la mañana el conjunto de gamonets y tubos de lanzamiento cubiertos de papel de aluminio que su equipo ha instalado en la plaza de Luceros de Alicante, junto a las escaleras del TRAM. Dos tendidos de cuerda de pita a cada lado completan las tres fases de la mascletà que dispara hoy dentro de concurso. Ha apostado por efectos aéreos con algo de color como vínculo entre dos estribillos de puro ruido: volcanes, voladores de cola y de silbato y crosetes para enlazar dos terremotos con los que espera que la plaza se venga abajo. Él pone la marca, Alacantina de Focs i Artifici, y su hijo Adrián el diseño de ritmos y sonidos con que esperan ganarse a sus paisanos. El joven ultima los disparadores eléctricos y su padre sigue supervisando. «Soy de Alicante y me ha costado llegar aquí. No puedo especular y no puedo fallar», cuenta, concentrado como un torero.

A las 14.06 una bola de fuego engulle una cuarto de la plaza de Luceros con el estallido secuencial de los 800 masclets del terratrèmol. Sobre el denso humo de las primeras detonaciones se superpone el estallido de las siguientes. El fenómeno avanza con ira hacia el público que está detrás de la valla. Se apodera de ellos un vértigo que les invita a la vez a acercarse al fuego y a huir de él. Tiembla el suelo. El espectador sabe que está gritando sólo porque tiene la boca abierta y le vibra la garganta. Se acaba el estruendo y la gente salta y grita para aliviar la tensión del secuestro. Pisando los cartuchos y con cara de triunfo surge el pirotécnico junto a su equipo, saludando al tendido. Gran faena en una gran plaza.

En el mundo de la pirotecnia, la fiesta de Hogueras de Alicante es uno de los principales escenarios del país, junto con las Fallas o certámenes como el de San Fermín o Blanes. Con decenas de miles de personas reunidas diariamente en todos los espectáculos en una ciudad que dispara de forma amateur antes, durante y después de los días grandes, conquistar a público y jurado asegura que el nombre de la compañía vaya a ser recordado durante varios meses. Y eso, en tiempos de penuria y en un negocio como éste, lo es todo.

A Sirvent,como a casi todos, le ha costado dinero darse publicidad. «Por participar en el concurso te pagan 3.000 euros, pero aquí -en los 150 kilos de pólvora y material pirotécnico de su montaje- hay metidos más de 10.000 euros», asegura abarcando con los brazos todo el despliegue.

Nos acercamos al sector de la pirotecnia en vísperas de un verano plagado de festejos populares y fiestas de moros y cristianos para descubrir que lo más bonito de este mundo de la pólvora es precisamente lo que ve el público desde sus calles y playas.

Cierres de empresas, luchas fratricidas, deudas y un infierno de burocracia hacen de los pirotécnicos uno de los gremios más quemados por un trabajo que aseguran amar. Quizá porque a pesar de basarse en la física y la química y de estar organizados en empresas, la pirotecnia nunca ha dejado de ser una pasión que aspira ser considerada arte. Salvo excepciones, hace muchos años que dejó de ser un negocio para retomar ahora las glorias y miserias del folclore y la artesanía, que, atadas a los modos de su tierra, viajan y reciben el aplauso de los extranjeros pero se acuestan en el hotel envueltas en tinieblas de familia.

Después de China

Hace 20 años los pirotécnicos españoles empezaron a introducir en sus catálogos -tanto en los de venta al público como en los de espectáculos que ofrecían a empresas y municipios- material fabricado en el país que descubrió la pólvora. Con precios un 90% más bajos y una producción que se come cerca del 70% del mercado pirotécnico mundial, los artificios chinos no tardaron en convertirse en la solución de un sector que en 2010 empezaba a notar los impagos de los ayuntamientos. Muchos sucumbieron a la tentación de comprar y disparar asiático, y acabaron hundiendo el negocio. Talleres pequeños y tiendas que trabajaban producto nacional, más caro pero de mayor potencia, calidad y seguridad, tuvieron que cerrar mientras los más grandes resistieron con dificultad asumiendo que la muleta del petardo chino no iba a ser temporal.

Hoy quedan unas 120 empresas en todo el país, que concentran la mitad de los 100 millones que factura cada año en la Comunidad Valenciana. La mayoría de ellas son pymes que se desgranan del gremio de pirotécnicos que a finales del XIX empezaron a dar nombre al arte de la pólvora valenciano.

Ricasa, con sede en Olocau, València, es su buque insignia. No sólo porque representa el ideal pirotécnico -los parques temáticos de Disney les confían sus fuegos y acumulan varios Júpiter, los Oscar de la pólvora-, sino porque también ha padecido sus principales dolores: escisiones de la matriz y pugnas por el apellido Caballer, desafíos de una administración obsesionada con ampliar la duración a la vez que con bajar el precio de los espectáculos y la necesidad de doblar la inversión para encajar en los estándares europeos en cuanto a equipo e instalaciones. «La pirotecnia se está transformando y hay gente que lo tiene muy crudo», asegura Mikel Pagola, director del certamen de fuegos artificiales de San Fermín, Pamplona, y crítico pirotécnico de varios periódicos.

El gremio no piensa igual que en los 90. China tampoco. «Ellos ahora tienden a la especialización de la mano de obra. Ya no es tan barato como antes ni fabricar, porque los operarios se están trasladando al sector tecnológico, ni importar, porque han subido mucho los seguros para transportar contenedores con explosivos», cuenta el experto.

De aquella multitud de talleres sujetos a legislación laxa, acostumbrados a un PIB ascendente y orientados a la fabricación y venta de todo tipo de pirotecnia, han llegado a 2017 tres grandes tipos de empresas que caminan hacia la especialización: las que se orientan a concursos y a clientes selectos, las que buscan grandes volúmenes de venta al público -con material nacional o extranjero- y las mixtas, que disparan a todo.

Hechas las paces con los asiáticos, los artificieros temen ahora a Bruselas: tienen hasta 2020 para adaptarse a las exigentes directivas comunitarias.

Modernidad

Es fácil sentir el espíritu de la tradición familiar en las fábricas. Ubicados en parcelas y fincas rurales, la mayoría son grupos de pequeñas naves, porches y chamizos donde no ha llegado la luz eléctrica. «Aquí trabajamos de sol a sol», explica Antonio Hernández, de Pirotecnia Hermanos Herrández. Abre una caseta en la que la luz de la tarde realza una silla y una caja llena de tubos con mecha. Para qué poner el peligro la empresa con electricidad si podéis madrugar, sugiere el bodegón.

Otras doce construcciones pequeñas completan la parcela donde esta familia de pirotécnicos fabrica la pólvora y rellena las camisas y carcasas con sus recetas químicas. El color, el brillo o la duración de la figura son las armas con las que defienden su heráldica en los cielos de batalla, los grandes concursos. Guardan las fórmulas con celo y dan la información justa sobre su composición.

Visto desde arriba, la fábrica es un gran bastidor de tubos explosivos: cada caseta tiene paredes de hormigón con techos ligeros para forzar una explosión hacia arriba si se produce un accidente. Son cada vez más ocasionales pero no una rareza: entre 2000 y 2009 fallecieron 51 personas por estallidos pirotécnicos.

Herrández guarda el muestrario de material ligero en la oficina. Coge una caja de tigres del armario. «Veinte petardos, un euro. Esto no merece la pena ni sentarse a hacerlo», apunta. Con diez empleados, su empresa fabrica el 60% del material que venden y compra en China el resto, normalmente petardos, fuentes y otros artefactos de las categorías no profesionales, comprendidas de la uno a la tres según el Reglamento de Pirotecnia y Cartuchería de 2015. Es el apoyo de una industria minúscula que necesita ser versátil en estos tiempos de incertidumbre.

En el exterior, bajo una pérgola de uralita, su hermano Leo rellena esferas de plástico con cilindros con mecha y cáscara de arroz bañada en pólvora. «Esta es la palmera que vamos a tirar desde el castillo para la noche del 24 en Alicante». No contará más sobre la fórmula que derramará lágrimas doradas sobre la ciudad en llamas. Trabaja sin máquinas, sólo con herramientas y recipientes ennegrecidos por la pólvora. Escucha la radio por un transistor. Detrás tiene una hormigonera donde mezcla el azufre, el nitrato y el carbón para sacar el polvo negro que impulsa -literalmente- esta industria. Ambos son parcos en palabras. La atmósfera es sobria, seca y luminosa, como si estuviera a punto de empezar una novela de Aldecoa.

«Deberemos ser ahora la tercera o cuarta empresa en la Comunidad Valenciana», cuenta. «Hemos invertido mucho en tecnología: unos 20.000 euros cada año desde 2009», asegura el propietario que hace de guía por esta fábrica de Beniel, dividida entre Murcia y Alicante. El nivel en Hogueras está alto este año pero confía en su producto y en sus sistemas: no todos disponen de disparo digital, que aumenta enormemente la precisión del lanzamiento, el control y el ritmo de los espectáculos.

Los Herrández de Beniel tirarán la valla que separa el recinto de la otra parcela que poseen: la próxima inversión es remodelar la fábrica para que el fin del plazo para adoptar la directiva no les pille sin margen.

Ellos son de los potentes y aún no han comenzado. Por eso cree Pagola que muchos no van a poder cumplir con el reglamento que traspone la ley comunitaria. «El día 7 de mayo de 2020 los talleres que no estén actualizados estarán fuera del negocio. La instrucción nos obliga a duplicar el espacio para aumentar las distancias entre almacenes, a reforzar los vallados y a poner un circuito cerrado de TV con cableado... Es tirarlo y hacer un taller nuevo, vamos», lamenta Reyes Martí, conocida artificiera de Castellón. Está al frente de una pyme familiar de tamaño parecido: alrededor de una decena de empleados y una facturación anual que oscila entre los 150.000 y los 300.000 euros.

Parece cansada. Pese al prestigio que ha cosechado estos últimos años con sus mascletàs y castillos en la plaza del Ayuntamiento de València o en la playa del Cocó de Alicante, habla como si peleara cada día por subsistir. «Hace dos años tuvimos que catalogar todo el material según el etiquetado europeo. Tenemos 30 productos y regular cada uno cuesta 2.000 euros». «Nuestras nóminas son simbólicas: un trabajador gana más que el dueño. Nosotros nos quedamos lo que sobra a fin de mes», cuenta por teléfono la artista pirotécnica.

En el mundo de la pólvora, como en todos los negocios, están los artistas y los gestores. Este último grupo lo copan las grandes empresas de importación, que almacenan y distribuyen sobre todo material de calibre bajo para vender al público, siempre en su envases y sólo a mayores de 12 años. Pese al renombre del mercado levantino, la región no es su prioridad. «En una nochevieja en Alemania se gasta más pirotecnia que en todos los pueblos de la costa durante el verano», asegura Antonio Rodríguez, propietario de Pirodama, una tienda con sede en Elche.

Concentración

Esta noche de Hogueras tiene contratado un espectáculo en el barrio del Cabo y ha traído su caseta para vender petardos a los vecinos. Un grupo de críos que no llegan a los 14 años se ha atrincherado en la rampa del Centro Comunitario de Playas para dejarse llevar por el fulgor de la pólvora y el estruendo. Encienden un trueno de categoría tres en la grava y una china incandescente sale volando hacia el grupo electrógeno que alimenta su puesto. Les grita que hay gasolina, pero ellos se encogen de hombros y siguen reventando cosas. «Esto sólo lo ves en Alicante. Viene el padre, compra petardos para adultos, se los da al niño y se va a la barraca. En Elche los acompañan casi siempre».

También procedente de familia de vendedores, trabaja el sector como detallista y artificiero de alquiler con el material que distribuye su compañía, La Gironina. Asegura que la competencia es brutal y que el sector avanza hacia una enorme concentración en la que unas pocas distribuidoras pugnan por el mayor trozo de tarta. Grupo Cialfir, Petardos CM, Platón o su propia cooperativa se baten el cobre calle a calle y tienda a tienda. Algunos apuestan por el producto chino, otros por etiquetar como marca blanca el material de fabricantes españoles que por reputación no quieren o no pueden bajar precios.

Para conocer la versión oficial sobre la concentración, este diario trató de contactar en varias ocasiones con el presidente de la asociación valenciana Piroval, Pepe Peñarroja, sin éxito.

La «patronal» vive horas bajas. Sin apenas actividad en la sede y con las membresías mermadas por las enemistades, su gerente, Guillermo Rodríguez Brunchú, atiende dos días a la semana desde un despacho de una gestoría. Asegura que no se puede conocer el volumen real del sector porque no hay datos.

Tampoco fue posible obtener información de Maxam, compañía que distribuye toda la pólvora negra que se utiliza en las fiestas de moros y cristianos y en la inmensa mayoría de talleres que no fabrican la suya propia. Sólo con estimaciones de la presidenta de la Undef, Pepa Prats, se puede valorar el peso de la pólvora en estos desfiles. «Podemos hablar de que se compran unos 800 kilos de pólvora -a 40 euros cada uno- para cada día de alardo de cada población y que hay 73 municipios festeros», cuenta por teléfono.

Lamenta que el futuro del arcabuz esté en entredicho. En 2018 estará permitido disparar el doble de pólvora que en la actualidad, lo que suma dos kilos al día por festero, pero serán ellos quienes deban almacenarla en casa y en sus cantimploras. «No cuentan con nosotros para legislar, y como no conocen la fiesta, crean riesgos innecesarios», se queja.

Los pirotécnicos también lamentan que no se les haya consultado para elaborar y matizar el reglamento de explosivos. «Este es un sector tan pequeño que en realidad no pinta nada. No han terminado de salir de su crisis y los hunden en burocracia y en normas» sostiene el crítico pirotécnico. «Esto lo haces por que te gusta, si no es insoportable. Lo haces por la fiesta y por la gente, pero quema mucho», cuenta un ayudante de Sirvent, horas antes de que empiece la mascletà.

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