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Operación ´Titán´ sobre Alicante

Escenarios ficticios para preparar combates muy reales. Así se entrenan los guerrilleros del cuerpo de élite del Ejército, con base en Alicante, en las tácticas de infiltración y ataque que les han dado fama internacional

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Medianoche en Titán

6.500 pies de altura, unos dos kilómetros sobre el suelo, empieza a hacer bastante frío. El artillero de cola observa cómo las luces del área metropolitana de Alicante se convierten en un volumen distorsionado por el rebufo del escape del Chinook en el que viajan 14 militares. El objetivo, un lugar indeterminado al norte de Jumilla.

Ocho paracaidistas del Mando de Operaciones Especiales (MOE) miran a un punto fijo del interior del helicóptero mientras la esfera fosforescente del altímetro que llevan en la muñeca marca 9.900 pies. El zumbido de las transmisiones del motor hace imposible cualquier comunicación verbal entre quienes no están conectados al sistema de micrófonos de la nave. El jefe de salto se coloca en medio del pasillo y marca un cinco con la mano. Le devuelven un ok con el pulgar y forman una incómoda fila india con el equipo repartido entre la espalda y las piernas. Fusiles HK sujetos al costado, pistola, cuchillo, casco de kevlar, chaleco antibalas, monóculos de visión nocturna, máscara de oxígeno para simular el efecto de un salto a gran altitud y otros 15 kilos de material escogido según la especialidad de cada guerrillero que suma una carga de 40. Dos minutos. Choque de nudillos, golpes en el hombro. Al fondo el portal que lleva al viento y la noche. El instructor da la señal y se entregan uno a uno al vacío hasta que sólo queda el jefe de salto mirando la nada desde su arnés.

«Estamos en una zona semipermisiva de Titán, el país ficticio en que basamos este ejercicio, donde parte de la población puede ser hostil. La patrulla que acaba de saltar sabe que tiene que recorrer varios kilómetros hasta el objetivo para reconocer la zona. Su capitán va con ellos, yo soy el instructor de salto y aquellos dos de allí son de FAMET, las Fuerzas Aeromóviles del Ejército de Tierra. Los demás no sé quiénes son», cuenta a voces un suboficial acerca del personal que está haciendo el viaje de vuelta a la base de Rabasa, en Alicante.

Es medianoche pasada, pero los oficiales del puesto de mando, separado de la explanada del cuartel por alambre de espino, están tomando café. Dentro de una de la veintena de tiendas en que se concentra cada grupo del MOE cuando están haciendo maniobras, los turnos de 12 horas funcionan con independencia del horario civil. Desde la movilización del pasado sábado en Rabasa rige la hora zulú y, según el grupo de planeamiento que trabaja en una de las tiendas, las unidades tienen 23 horas para capturar a uno de los líderes de la organización insurgente Triple A que se esconde en una casa aislada próxima a un pueblo. Vuelven al interior; la patrulla ha alcanzado el primer punto de conexión y queda mucha información que procesar en esta operación de fogueo que viven como si fuera real. «El sudor en la instrucción ahorra sangre en el combate», suelen repetirse los guerrilleros.

«No nos metemos en política. Titán es el nombre que le damos a un estado fallido como muchos de los que hay en el mundo, con un gobierno legítimo que no controla su territorio y que lucha con aliados internacionales, como OTAN, por lograr estabilidad frente a sectas y grupos armados», explica el teniente coronel M.A.J.P., responsable del GOE II, uno de los cuatro grupos que concentra el Mando. El país podría ser Afganistán, República Centroafricana o Irak. Triple A podría ser el Daesh, Boko Haram o Al-Qaeda.

Es un recurso literario de los guionistas del Distaff -la dirección de la maniobra- que no interesa demasiado a los guerrilleros. El mundo tiene órganos enfermos y ellos son el batallón de cirujanos que llega, extirpa y se va. Quizá la idiosincrasia del tumor es fundamental para los analistas, pero a ellos, con saber dónde están los malos, qué tienen y cuánto espacio ocupan les sobra. Como dedos de un pianista que ejecutan las órdenes del cerebro, se limitan a hacer realidad las ideas que inteligencia, a base de integrar hechos y confrontar probabilidades con capacidades, convierte en una sucesión de órdenes estratégicas. En una misión con un objetivo.

Desde 1997, el cuartel de Rabasa es la sede de los cuatro Grupos de Operaciones Especiales (GOEs) y de su cuartel general. Están formadas por una selección de todas las unidades del Ejército de Tierra y lo habitual es que de 700 candidatos sólo 20 cada año pasen a formar parte de este batallón que se entrena para operar discretamente en territorio enemigo. A día de hoy, el MOE lo forman 810 hombres y 62 mujeres, el 70% de los equipos de élite de las Fuerzas Armadas Españolas. La mitad de ellos pasa el año en estado de media tensión mejorando sus tácticas y procedimientos en maniobras como ésta. La otra mitad las pone en práctica en el terreno en misiones internacionales rotatorias. Así se infiltran en tierra hostil los herederos de El Empecinado y del concepto de combate que incrustó con sangre en la memoria de los franceses y en los libros de Historia: la guerrilla.

SOTG

En el ámbito militar, el país que concentra el 50% del gasto mundial en Defensa, EE UU, es la admiración de todos. Sus ideas, procedimientos y materiales se han convertido en estándares gracias al paraguas estructural de la OTAN y la ONU y han percolado en la jerga militar española hasta un punto que fuerza la pregunta de cómo trabajaban los boinas verdes antes de que la modernidad trajera los acrónimos en inglés. «Hay traducción, pero aquí el nivel de inglés es muy alto. Como son términos comunes en todas las misiones, los mantenemos. Y basta que haya una sola unidad extranjera en la maniobra para que todo el ejercicio se haga en inglés», matiza el comandante Alfonso Blas, responsable de comunicación del MOE.

«Restricted area, no trespassing», «Distaff only», «Special Operation Task Unit 19». La cartelería y las acreditaciones del núcleo de tiendas que forma el puesto de mando, llamado SOTG (Special Operations Task Group), parece la de un congreso internacional. Quizá porque la que hay en las bases de misiones en Líbano, Irak y Mali -donde a día de hoy hay un centenar de soldados del MOE- son su equivalente en el mundo militar. En todas ellas, el tipo de soldados que dieron nombre al hostigamiento de retaguardia, a las emboscadas quirúrgicas que rompen cadenas de suministros y comunicaciones y a los golpes de mano que descabezan ejércitos tiene muchas cosas que traducir a sus aliados.

La guerra gris y asimétrica de las últimas dos décadas, en la que ya no hay choques frontales entre ejércitos ni batallas épicas por cielo y tierra, han revalorizado la especialidad de los boinas verdes y los equipos de élite, que en el caso español aportan acciones directas, reconocimiento especial o forman al personal local. Mientras que países como Inglaterra o Francia mantienen a parte de sus tropas desplegada en casa por la amenaza directa del yihadismo, España puede permitirse que algunos de sus mejores soldados jueguen en la liga internacional mientras la alerta doméstica no alcance el nivel 5.

Tres oficiales, uno de Inteligencia y dos de Operaciones, siguen la evolución de la patrulla por radio -«seguimos usando la HF -onda corta- de toda la vida, aunque cuando estamos fuera los localizamos con el satélite porque es lo más seguro», cuenta el teniente coronel- dentro del puesto de mando. Han retirado los sistemas de criptografía por razones de seguridad ante la visita. «El ataque está previsto en dos noches, pero aquí cambia todo muy rápido» sonríe el «teco», como lo llama la tropa cuando no está.

Cabra

El «eco», un oficial que enlaza a la patrulla desde el SOTG, contacta por radio. De momento no hay rastro de las «cabras» que inteligencia pensaba que podría haber en los siete kilómetros que separan la zona de salto del complejo que tienen que vigilar. Así que siguen su avance observados sólo por la enorme luna menguante sobre la sierra.

«Imagina que estás en un valle de Afganistán y tienes que reconocer el terreno. Se supone que no debe haber nadie en varios kilómetros, pero de repente ves a un pastor con un walkie. Allí son pastunes, favorables a los talibán. Imagínate que es un niño y que crees que te ha visto. ¿Qué haces; te vuelves y abortas misión o le pegas un tiro para que no avise?» reflexiona un soldado de tropa mientras busca unos refrescos en la zona descanso.

Los conflictos modernos implican decisiones que colocan a los equipos al límite de la ética. «Desde que se acabó la última guerra declarada siempre hay investigaciones tras las operaciones», cuenta el teniente coronel. Es un examen de conciencia que hace el propio Ejército para juzgar cómo han actuado sus miembros. Sin estados a los que reclamar su vinculación con tratados, sin un marco jurídico donde tenga sentido la idea de crimen de guerra, cada actor se marca sus propios límites y asume las consecuencias: hay quien pregunta y luego dispara y quien prefiere invertir las prioridades. Se hace a través de las ROE (Rules Of Engagement o reglas de enfrentamiento), las normas de uso de la fuerza que los mandos establecen para cada operación.

Lo más duro para un militar, que funciona como un individuo de una mente colmena regida por una lógica algorítmica, es toparse al final de una instrucción con un interrogante en el que no puede ni aplicar el procedimiento ni contar con una segunda opinión. Toparse con una variable que no se puede medir con exactitud. «La ROE me exige, por ejemplo, no disparar salvo que esté ante una amenaza directa. Eso es interpretable: ¿Amenaza es que disparen al aire, que te apunten directamente?», razona el teniente coronel mientras el cabo mayor que guía a los periodistas, con 25 años de servicio y nueve misiones en el extranjero a sus espaldas, asiente.

Cinchas

El segundo jefe del MOE, el coronel G. C., está al frente del Distaff. Desde allí coordina los ejercicios en campo abierto y las maniobras que se están haciendo dentro del cuartel. Esta mañana el personal que está movilizado pero no tiene acción en las próximas horas trabaja en la base. «Las maniobras son una continuación de El Empecinado, el ejercicio que presenció el rey en noviembre. Si aquel terminó en el día N, ahora estamos en N más uno. Volvemos adonde lo habíamos dejado», apunta. «En esta ocasión nos centramos más en la movilidad y transporte de equipos operativos, ya que tenemos aquí al personal de la FAMET y los helicópteros. Intentamos que todas las unidades toquen todos los procedimientos».

España, que llegó a rozar el G8, va hoy la guerra con más prestigio que medios. El Ejército de Tierra funciona como una enorme compañía de logística con decenas de divisiones y departamentos que cooperan entre ellos, se prestan recursos e intercambian personal. «Otros países tienen una fuerza aeromóvil exclusiva para sus grupos de operaciones especiales, pero nosotros tenemos que compartir los helicópteros con el resto de unidades terrestres», comenta Blas.

El Empecinado II, centrado en tácticas de transporte para la infiltración y la extracción, no tendría sentido completo si los guerrilleros de los cuatro GOEs no pudieran practicar «todos los procedimientos» con los helicópteros.

«Vamos a meter un vehículo ligero dentro del Chinook, luego a dejar otro preparado para que lo cargue por el exterior y después haremos lo mismo con un Vamtac ST5», cuenta un mecánico procedente de la base que FAMET tiene en Colmenar Viejo. Con las especificaciones técnicas de los vehículos en una mano y un pitillo en la otra, enseña a los guerrilleros cómo colocar las cinchas en las argollas de los vehículos para que el gruísta de los poderosos helicópteros de carga puedan llevárselos con seguridad. Lo llaman cross training, entrenamiento cruzado de especialidades. «Que vengan siempre los mismos pilotos es fundamental. A veces les importa más la nave que otra cosa y si no ven claro el tema te dicen que saltes con una zodiac al mar a cinco metros de altura. Si habéis practicado juntos, apurará más y te lo pondrá más fácil», cuenta el cabo mayor.

Fuera, en el minúsculo teatro de operaciones -un arco de 170 kilómetros entre Murcia y Albacete- hay tres equipos operativos procedentes de los cuatro grupos. Están los boinas verdes «paracaidistas», que pertenecen al GOE XIX y tienen una misión exclusivamente de reconocimiento y el grupo de movilidad, desplazado con cuatro Vamtac -de fabricación nacional y lo bastante convincentes como para haber jubilado a los Hummer en el Ejército- a un punto próximo al objetivo para capturar al líder insurgente. Y en el viejo aeródromo de Ontur, en un sencillo conjunto de bungalows rodeados por una pinada y dos pistas de aterrizaje clausuradas, se encuentra el equipo de simulación, compuesto por guerrilleros de varios grupos, que juega su propia partida. Son los malos.

Arañas camello

El centinela avisa por radio de que tres civiles han bajado del helicóptero que les ha sobrevolado hace unos minutos. Llama al oficial al mando y de un grupo de cuatro casas bajas aparece un joven menor de treinta años con aspecto paramilitar. «No nos han informado de su llegada», afirma con la culata del fusil en la axila y el cañón bajo. Hacer de terrorista es menos exigente que formar parte de los equipos de instrucción, pero conviene saber qué está pasando. Son conscientes de que sus compañeros los observan desde algún lugar cercano y de que van a ser atacados al caer la noche, pero ignoran cómo ni con qué.

Su eco no tarda en confirmarles que los periodistas forman parte del ejercicio, así que los integra como «rehenes» y los coloca en una mesa del exterior. Se presenta como sargento y sin caer en el tuteo -imperdonable para un militar- trata de ser amable y útil. «Bueno pues somos una célula de la Triple A. Tenemos aquí a una científica que nos está enseñando a fabricar IED -acrónimo en inglés de bomba de circunstancias o casera- y a uno de nuestros líderes», resume el suboficial. Otros ocho guerrilleros con aspecto deliberadamente desaliñado -camisetas, gorras, alguna kefiya- salen de las casas. Entre ellos una cabo que interpreta a la experta en explosivos -ahora mismo no hay ninguna guerrillera en equipos operativos- y otro compañero que tiene el rol de jefe de segundo nivel de la organización. Se acercan a intercambiar unas palabras con los recién llegados. Cae fuego en el campo y saber que van a ser sorprendidos por la noche no alivia el tedio de la tarde. No se separan de sus fusiles y sus cargadores transparentes, con balas de fogueo de cartucho rojo sin proyectil.

La oscuridad trae más visitas. Un brigada especializado en TEO - «una especie de CSI que recoge discos duros y otra información tras los asaltos que pueda ser útil para inteligencia», aclara Blas- llega con su coche y un chaleco reflectante para evitar que lo confundan con un terrorista. Supervisa el material que han preparado en las viviendas: un AK-47, páginas de un periódico en árabe con párrafos subrayados, rayas de cocaína y cajas con explosivos.

Afuera, los insurgentes tienen un nuevo entretenimiento. «Tío, ¿eso qué es? ¿Es una araña camello?». Capturan el insecto, habitual también en esta zona de Albacete, con un bote. «De estas hay un montón en Irak, ¿qué hacen aquí?». Cuando aparece el tercer insecto del mismo tipo, el otro periodista empotrado, que cubre las maniobras para una revista de aeronáutica, les felicita. «Desde luego, os habéis currado la ambientación».

El walkie cruje a las 23.30 con un mensaje del centinela. «Se oye ruido de un mot...». Un puntero láser en el pecho debe haberle hecho caer en la cuenta de que está muerto y no puede acabar la frase. Tampoco hubiera servido. En el mismo momento, dos soldados irrumpen frente a las casas disparando y gritando «fuego». Tres más surgen de los pinos frente a las casas y acaban con los cinco terroristas que se entretenían con el bicho. Uno de los Vamtac aparece por el camino y descarga sus faros. El resto del equipo del GOE II toma las viviendas y asegura el perímetro. La científico y otro terrorista están de rodillas en el interior. Les han puesto una capucha y unas bridas. De las mochilas extraen un aparato que reconoce rasgos biométricos y los contrasta con la base de datos en tiempo real. Les toman la huella dactilar. Nada que celebrar. «¿Tenemos al objetivo?, pregunta el capitán del grupo. «Negativo». El cabecilla ha huido; no está entre los muertos ni en el complejo de casas. «Nos vamos. La extracción es en cinco minutos». Cargan los ítems de prueba y los detenidos en los vehículos. Deben asegurarse de que la patrulla del GOE XIX, que ha seguido el asalto desde la pista, sube sin problemas al Chinook que ha salido de Alicante. Luego esperarán una nueva secuencia de órdenes para cazar al escurridizo insurgente. Sólo estamos en el día N más dos.

El helicóptero llega a oscuras levantando tierra y matas con sus dos motores. Los ocho boinas verdes suben ayudados por el responsable de rampa y el artillero. El Chinook se eleva. El vehículo de vigilancia asegura la salida y emprende marcha para reunirse con los otros tres . Ni rastro de guerra. Sólo queda silencio de la medianoche en el campo.

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