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Paloma, la vida de una luchadora

Vende cupones en Luceros. Llegó de Colombia sola. Tenía 15 años. Lleva 20 años en Alicante, 16 de ellos dedicados a la jardinería, profesión que tuvo que dejar al perder visión

Paloma, la vida de una luchadora

Sola llegó a España a finales de los años setenta. Era un niña de piel morena y con grandes y expresivos ojos. Nacida en una pequeña población agrícola situada en el Valle de Cauca (Colombia), Paloma Tello dejó su tierra por un trabajo digno que tenía apalabrado con una familia madrileña para desempeñar labores domésticas. Tenía 15 años. Pocos estudios. Y el dinero justito para bajar del avión y acudir a la cita. La mañana siguiente se colocó el devantal y entró en la cocina.

Pronto se adaptó a las costumbres y a la cultura españolas. Durante dos décadas prestó los servicios de asistenta de hogar y, además, ejerció de auxiliar de clínica en la consulta de su jefe, médico de profesión. En ese tiempo viajó en un par de ocasiones a su país para visitar a sus familiares, casi todos humildes campesinos de largas jornadas de sol a sol.

Se hartó de Madrid, de las prisas y de las grandes aglomeraciones. Decidió disfrutar de unas vacaciones veraniegas en la provincia de Alicante y se quedó para siempre. Durante una temporada se estableció en Callosa d'En Sarrià. Trabajó en diversas labores agrícolas, aunque, sobre todo, en la recolecta del níspero. Vivió las siguientes fiestas de Fogueres de Sant Joan, se empadronó en Alicante y comenzó con ilusión una actividad que desempeñó durante los siguientes dieciséis años: la jardinería. Trabajó en diferentes empresas del sector en Playa de San Juan, Alicante y en la comarca de l'Alacantí en el mantenimiento de urbanizaciones, en la limpieza de piscinas y en la poda de árboles y de pequeñas plantas. En el desempeño del oficio conoció a Joaquín, también jardinero, que llegó de chico desde Socuéllamos (Ciudad Real) en busca de echarse algo en la boca. Le ayudó su cuñado, albañil, que lo metió en la obra. Paloma trabajaba por cuenta ajena y Joaquín tenía su propia empresa: Mantenimientos Buendía SL. Se enamoraron y empezaron a trabajar y a vivir juntos. Se casaron en el primer año del milenio. Binomio perfecto. Ideal.

A la pareja todo le funcionaba sobre ruedas hasta que la mujer empezó a perder visión. Acudió a tres especialistas que le diagnosticaron una fatal enfermedad: retinosis pigmentaria, que transcurre con la disminución lenta pero progresiva de la agudeza visual que afecta a la visión nocturna y al campo periférico. Tuvo que guardar las podaderas en la cesta, aparcar la carretilla y dejar de subirse a las ramas de los árboles.

Fue un jarro de agua fría para una mujer inquieta y temperamental. Una vez reconocida la dolencia, pidió amparo a la Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE). Superó las pruebas y, semanas más tarde, entró a formar parte de la plantilla de vendedores de cupones. Después de tres años recorriendo de punta a punta la Playa de San Juan, colocaron su puesto en la plaza de los Luceros, en la esquina de la avenida de la Estación. Ahí lleva un año de fríos y calores. Cinco días a la semana desde primeras horas de la mañana hasta que anochece y guarda su tenderete en el bar de Sebastián Baró.

«La gente es fantástica». Paloma está encantada con su variopinta clientela a la que atiende con exquisita delicadeza y cariño. Ahí está el clave de su popularidad y de los resultados de su negocio, que le da para vivir. Joaquín colabora todos los días. Sin trabajo, le han de

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