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Retratos urbanos

Un coleccionista entre belenes

Se ha entregado al coleccionismo. Recoge y guarda todo objeto que tenga que ver con la historia de Alicante

Un coleccionista entre belenes

Nació, creció y madura en el Raval Roig. Su padre fue el último cantero de la sierra de San Julián; alternaba la tarea de extraer piedras de la montaña con jornadas como estibador en el puerto de Alicante. Antonio Ponzoda es el menor de la familia. Aprendió a leer y a escribir en la escuela de Don Francisco y amplió sus conocimientos en la academia de Don Varó hasta los 14 años.

Su primer oficio fue el de repartidor de prensa en la distribuidora que regentaba Manuel Asín. Después trabajó como peón de pavimentador y como mozo de almacén en Congelados Medicis.

Alicante se le quedó pequeño. En 1970, con 18 primaveras, Antonio se estableció durante varios meses en Bristol (Reuno Unido), donde ejerció de camarero y freganchín. Llegó y marchó «pelado de dinero», dice. Empezó a manejarse con la lengua inglesa hasta que la mili llamó a su puerta. Regresó al Raval Roig. Según relata, recogió las firmas de dos pescadores del barrio y se alistó en Marinería. Aprendió a hacer nudos marinos en un curso impartido en la Escuela de Maestría.

Tras la instrucción en Cartagena lo trasladaron al acuartelamiento de San Fernando (Cádiz) donde, entre fogones y alejado del mar, cocinó para los oficiales en el Club Naval. 18 meses vestido de marinero.

Se incorporó al mundo laboral sobre la arena, en La Albufereta, al control del alquiler de hamacas, sombrillas, patines acuáticos y demás debajo de la finca Adoc durante los meses de verano. El servicio lo prestó hasta entonces una empresa privada. Optó a oposiciones del Ayuntamiento de Alicante y se hizo con una plaza de especialista de playas. Durante un año fue trasladado al cementerio municipal como sepulturero, más tarde se estableció de conserje custodio del Castillo de Santa Bárbara y desde 1997 hasta el pasado viernes ha estado al tanto del Museo de Belenes de la calle San Agustín, por donde cada año arriban más de 30.000 visitantes, que Antonio Ponzoda «atiende amablemente con una dedicación en interés más que ejemplar», como escribió en este periódico el expresidente del museo Juan Giner Pastor.

Asegura que su labor como enterrador no le resultó desagradable, porque, según dice, en un trabajo que ayuda a los familiares de los finados en momentos de tristeza.

El 29 de mayo se hará oficial su jubilación. Con casi 40 años como funcionario, «El Dimoni» o «El Morgan» como le apodan con cariño sus vecinos del Raval Roig, ha almacenado más de 3.000 cartas postales, en su mayoría de primeros del siglo XX, decenas de álbumes que salvaguardan 12.000 fotos clasificadas, así como libros y objetos diversos perfectamente ordenados.

Aficionado al coleccionismo durante los últimos veinte años, ha localizado documentos de gran valor histórico, algunos de los cuales ha donado al Archivo Municipal para que formen parte del fondo de la ciudad y puedan ponerse al servicio de los estudiosos e investigadores. También entregó al Consistorio amplia documentación sobre la obra, dibujos, manuscritos y fotografías del arquitecto Miguel López González que encontró en un mercadillo.

Ha recorrido cientos de rastrillos y viejas tiendas en busca de todo aquello que tenga que ver con la historia de

Pese a que no se considera creyente, tiene fe ciega en la Santa Faz. Se considera desprendido y de izquierdas; confía en incrementar su colección al disponer de más tiempo libre tras la jubilación que le ha llegado. Vive solo «en el millor barri d´Alacant». Jamás se casó. Pero entre sus manos desfilaron decenas de mujeres.

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