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Hace muchos años...

En Alicante, ribera del Mediterráneo... una noche de primavera... En un chalé de la Albufereta se reúnen cinco señores. En cada una de sus carteras guardan cien mil pesetas.

Hace muchos años...

-¿Cien mil pesetas, Pa? Eso es más antiguo que el arca de Noé.

-Cien mil pelas, JC. Estamos a mitad de los años cincuenta. En España gobierna Franco y se usan pesetas, duros y hasta perras gordas.

-Entonces cien mil pesetas sería un pastizal.

-Cierto. Un capitalito, como para comprarse un piso en la Rambla.

-Continúa Pa, que me tienes en ascuas.

-Pues resulta que tal reunión de santos varones es ni más ni menos que para jugar una inocente partidita de póker.

-¿Inocente? Se estaban jugando medio kilo de billetes de los años cincuenta, Pa.

-Cierto. Pero déjame seguir. Resulta que la noche se echa encima y la partida va avanzando?

-¿Avanzando?

-Sí, JC. Como avanzan las partidas de póker: unos ganan, otros pierden, pero todos blasfeman.

-No comprendo bien.

-Porque no has jugado nunca, alma cándida. Lo cierto es que se hacen las cinco de la mañana. Imagínatelo: la luz de la lámpara bañaba el tapete verde, sembrado de fichas de colores y naipes dispersos. El humo de los cigarrillos se podía cortar con un cuchillo. Los vasos de whisky hacía tiempo que habían renunciado al frío y los jugadores perdido sus corbatas y hasta alguno la compostura.

-Me hago una idea.

-La estancia estaba impregnada de la voz de Frank Sinatra, que desgranaba insolente aquello de My way? mientras los jugadores se afanaban en el objetivo del juego.

-¿El objetivo del juego?

-Desplumar a los demás, JC. Que no tienes ni idea.

-Comprendo. Pero lo que no sé es adónde quieres ir a parar.

-Paciencia. Volvamos a unas horas antes. A las diez de la noche se recibió una llamada en la comisaría de Alicante.

-¿En la de la calle Pascual Pérez?

-La misma. Un chivatazo: «Esta noche se va a jugar una partida ilegal de póker en el chalet XXX „mi discreción es proverbial„. Va a haber mucha, mucha pasta».

-Vaya. Algún buen ciudadano.

-O un resentido al que no le dejaron entrar a la timba. Pero lo cierto es que le pasaron el aviso al responsable.

-¿No será a un tal Carlos Estrada, un auténtico caballero que anda por aquí, con su impecable traje y su sombrero??

-El mismo, que en aquellos momentos era el comisario de Policía de Alicante.

-¿Y qué hizo ese señor?

-Pues cumplir con su obligación, naturalmente. Pero con inteligencia, sabiduría y caridad.

-Vaya, ahora me has descolocado.

-Verás: Don Carlos „todo el mundo le llamaba así„ apareció por el chalet de la Albufereta con dos coches y seis guardias. Y llamó educadamente a la puerta.

-Señores: esta partida ilegal queda suspendida. -Don Carlos no se alteraba lo más mínimo-. Y tenemos dos opciones: la primera es irnos todos a comisaría, les fichamos a todos ustedes, confiscamos el dinero, el chalet, sus coches aparcados ahí afuera y mañana Dios dirá.

-Qué considerado. Se acordó de nosotros.

-La segunda es más sencilla y menos gravosa, para todos. -Los jugadores le escuchaban como a las homilías antiguas-. Ustedes se van a casa y nosotros nos llevamos este dineral. Y mañana las monjitas de la Caridad de Campoamor, esas que cuidan ancianos y niños necesitados, recibirán su donativo.

-¿En serio?

-Como te lo estoy contando.

-¿Y qué sucedió, Pa?

-Pues que aquellos sujetos creyeron que el dineral iba directamente a los bolsillos del policía.

-No me extraña. ¿Pero qué pasó?

-Pues que aquellos jugadores, gente muy conocida en Alicante, aceptaron la opción B. Alguno creyendo que estaban enriqueciendo al comisario, pero siempre sería mejor que pasar por los calabozos y por el escarnio público.

-Ya. ¿Y cómo acabó ese sainete?

-Los jugadores se fueron a casa y los policías a las suyas. Y tan felices. Tampoco es que hubieran cometido el crimen de Cuenca.

-Cierto. ¿Y qué más?

-Pues lo normal.

-¿Normal?

-Claro. Don Carlos cumplió rigurosamente con su palabra, como no puede ser de otro modo con un caballero honorable. Y a los dos días el asilo que regentaban las monjitas de la Caridad recibió dos camiones repletos de azúcar, harina, legumbres, huevos, carne, conservas, leche, café?

-Comprendo, Pa. Pero no sé por qué me cuentas esto ahora.

-Para que comprendas que buenas personas han existido siempre, yo ya me he encargado de eso.

-No te entiendo, Pa.

-Pues que ahora parece que asistamos a un revisionismo de buenos y malos. Que en aquella época en España no había libertad es evidente. Que las cosas se pudieron hacer de otro modo también. Y que el régimen adolecía de casi todo es una certeza. Pero que entonces como ahora hubo personas que ennoblecieron su propia existencia es tan cierto como que una mayoría acrítica se deja llevar por consignas y modas absurdas. Y por eso es tan malo generalizar y meter a todo el mundo en el mismo saco de «corruptos», «torturadores» o «fascistas». Da igual el tiempo o el régimen: lo que hay, después de todo, -Amén, Pa.

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