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De jurásicos y otras glorias

De jurásicos y otras glorias

27 LUNES

EN GUARDIA

Puesta de largo de Susana Díaz como candidata a la secretaría general del PSOE. La bendice el expartido del poder: dos expresidentes de gobierno, dos exvicepresidentes, tres exsecretarios generales y diez exministros, un respetable sanedrín que reclama unidad en formato cainita. A su rival Pedro Sánchez, el pretendiente romántico de una epopeya interminable con música rapera, le apoyan el alcalde de Valladolid, a quien la mención de las siglas «PP» provoca la misma reacción que una ristra de ajos al conde Drácula, y la diputada Margarita Robles, quien para redondear la quermés ni siquiera es militante del partido. Ayer, Sánchez correteó por un parquecillo canario junto a un adepto algo sofocado por el vigor del líder mientras Susana arengaba desde el escenario a los escépticos, que son mayoría a juzgar por las encuestas. Ella se ha pertrechado con lo que algunos llaman el jurásico del partido y otros el legado glorioso que renacerá; Sánchez lo ha hecho con las vísceras de los militantes y podría ganar sin las inercias trapisondistas de estos divertidos procesos internos. La derecha contra los descamisados, diría un malévolo.

28 MARTES

DÍGASELO CON EUROS

Era previsible que el itinerario del «procés» tarde o temprano incluyese el asalto a sedes de partidos rivales por parte de las «camisas negras» de la CUP y otras evocaciones de noches de cristales rotos. También era previsible que Rajoy no pestañeara. Desde que Moisés abandonó Egipto contra el criterio del faraón, existen cuatro opciones para clausurar un conflicto: la fuerza, la intimidación, el soborno o la negociación. No es probable que los dirigentes convencionales del «procés» se sientan conmovidos por el plan de inversión de 4.000 millones en infraestructuras para Cataluña que Rajoy ha prometido ejecutar durante esta legislatura: la mayoría de estos dirigentes, como el autobús de inhabilitados del pujolismo, son superfluos y tampoco puede garantizarse que el cabecilla provisional, Junqueras, acepte ser recordado como el mesías que renunció a la tierra prometida por una autopista Girona-Málaga. Si la República de Weimar se perdió por doce céntimos de marco del subsidio de desempleo, sería una ganga conservar Cataluña a aquel precio. Pero, aunque todo fuese una pantomima para rebañar parné, el cisma social ya es incontestable.

29 MIÉRCOLES

EL OJO INVISIBLE

Confirmando su condición histórica de deporte gansteril, el fútbol ha aceptado la tecnología justiciera con varios lustros de retraso. Todos los deportes de alta competición habían introducido la evidencia de las cámaras para impedir ilegalidades y garantizar a los competidores una igualdad de trato, pero el fútbol se resistía por el motivo más antiguo del mundo: el juicio humano tiende a favorecer al poderoso. La máquina carece de esas flaquezas y se limita a constatar que un jugador está en fuera de juego, llámese Cristiano Ronaldo o Geoffrey Kizio, que es por cierto un delantero ugandés que juega en la liga vietnamita. Ayer pudimos comprobar los saludables efectos del progreso bien entendido durante el Francia-España. Contra el criterio del árbitro y de sus jueces de línea, la realidad invalidó un gol de Francia y dio por bueno otro de España. Me resultó inevitable compadecer a los tres jugadores del PSG que participaban del acontecimiento. Sin duda, debían de estar recordando el partido contra el Barcelona con la trágica sensación del paciente en la mesa de operaciones a quien el médico comunica que todavía no puede administrarle anestesia general.

30 JUEVES

RULE, BRITANNIA!

Anoche la Cámara de los Comunes votó lo que Michael Heseltine, el ministro menos «thatcherista» entre los europeístas británicos, ha calificado como el mayor error cometido por su país desde la II Guerra Mundial: el Brexit. La sesión fue abigarrada y dicharachera como siempre, aunque tras cada intervención resonaba el eco del premier Salisbury: «Gran Bretaña no tiene amistades permanentes, sino intereses permanentes». Así ha sido durante cuatro siglos y el Brexit no es más que la traducción contemporánea de lo que en el siglo XIX se llamó «espléndido aislamiento», más tarde la «preferencia imperial» y siempre la «insularidad» como eufemismo que explicaba la ausencia de empatía con los vecinos continentales. En sus once años como ministro de Asuntos Exteriores, Edward Grey jamás cruzó el Canal de la Mancha; cien años después, su sucesor Boris Johnson ha brindado por este salto al vacío que forzosamente empequeñece a ambas partes. Mientras escribo, la televisión entrevista a una británica residente en Málaga que ha solicitado la nacionalidad española (son ya quinientos). Su epitafio lastimaría a Churchill, sin duda el compatriota que más creyó en una Europa unida: «Me avergüenza ser británica». En cambio, Theresa May parecía eufórica.

31 VIERNES

TEMPLANDO GAITAS

La cumbre de los conservadores europeos ha condenado el nacionalismo disgregador con una mirada de reojo a Londres y algunas advertencias que valen tanto para Edimburgo como para Barcelona. Rajoy pasaba por allí y su genuina aportación no ha podido sorprender: «Lo único que funciona en la vida, al menos en el medio y largo plazo, es ser serio y hacerlo bien». Robespierre, Mussolini o Trump podrían haber pronunciado las mismas palabras; de hecho, «ser serio» y «hacer las cosas bien» son dos aspiraciones casi bíblicas que los padres recetan a sus hijos con la certeza íntima de que «seriedad» y «bien» resultan conceptos vaporosos: los psicópatas también se consideran gente seria que hace el bien. Esa mentalidad agazapada de funcionario provinciano que Rajoy lleva adherida a la piel como un antojo materno queda desnuda en toda su levedad cuando las circunstancias exigen brío y coraje políticos. Esto también vale tanto para Edimburgo como para Barcelona, aunque exige arriesgarse.

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