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La envidia holandesa

La envidia holandesa

20 lunesEl día de la bestia

Un tanto compulsivamente, las televisiones andan emitiendo desde ayer una pelea entre espectadores de un partido de fútbol infantil. Los espectadores son también progenitores de los jugadores y las escenas de la trifulca culminan con la conmovedora pregunta de uno de los chavales mientras vaga errante por el césped: «¿Y mi mami?». Hace lustros que presencio partidos de estas categorías y puedo certificar que el fútbol es un deporte practicado por cachorros y presenciado por el resto de la manada. El momento más peligroso siempre se origina cuando una de las hembras vocifera (lógicamente) «¡animal!» dirigiéndose a un jugador que ha lastimado a su criatura. A continuación interviene una hembra de la manada rival, lo que termina involucrando a los machos y finalmente a los vigilantes del zoológico, unos señores con tricornio y uniforme verde. He perdido la cuenta de estas explosiones de ira, tan antiguas como la histeria sobreprotectora, la adrenalina acumulada en el trabajo o en el lecho conyugal y la tendencia coral de cualquier grupo hacia el exceso. Pero todos ustedes ya sabían esto y lo insoportable no es que siga ocurriendo, sino que se nos cuele en casa mientras sorbemos la sopa.

21 martes

Pecados capitales

Protesta el presidente del Eurogrupo refiriéndose a los socios meridionales de la Unión: «Yo no puedo gastarme todo el dinero en mujeres y alcohol y luego venir a pedirte ayuda». El presidente, un holandés apellidado Dijsselbloem pudiendo llamarse García, ha intentado matizar después que sus palabras se explican desde una cultura holandesa, calvinista estricta. Alguien menos benévolo hablaría de una cultura de cilicio que como fray Jorge, el monje benedictino de «El nombre de la rosa», considera pecaminosa la risa. Pero no tiene por qué disculparse. Manolo Escobar ya lo cantaba con tanto salero como incorrección gramatical: «Viva (sic) el vino y las mujeres, que por algo son regalo del Señor». Dijsselbloem no ha caído en la cuenta de que un país en el que sólo hay bares, playas y conventos forzosamente gasta el dinero prestado en vino, mujeres y trajes de nazareno. Si viviésemos por debajo del nivel del mar, nos habríamos dedicado a la piratería, la usura o los subcampeonatos mundiales de fútbol. Pero entonces seríamos Holanda, el único país cuyo himno nacional menciona ofensivamente a otro, casualmente España. Envidioso.

22 miércolesCon cien cañones por banda

Es difícil imaginar una situación más propicia para Podemos que la actual: ha resuelto sus problemas internos con una postmodena paz del cementerio, Ciudadanos zigzaguea entre la frivolidad estibadora y la indefinición del bachiller que no termina de decidirse por estudiar medicina o derecho, el PSOE se apresta a una hecatombe caníbal y el PP malvive de una escuálida mayoría parlamentaria. Un político discretamente hábil atraparía esta oportunidad, pero todo esto a Pablo Iglesias le importa un comino, un huevo, un rábano, un pepino, se la suda, se la pela, se la bufa, le trae al fresco y se la refanfinfla. Es una transcripción literal de su réplica de hoy a Rajoy, otro pueril alarde de erudición copiada de una página de internet, y lo innegablemente cómico es la versatilidad de esta retórica: vale tanto para interpelar sobre presupuestos como sobre inmigración, dado que Iglesias siempre privilegia la forma sobre el fondo persiguiendo el tuit «pour épater les bourgeois» (yo también tengo internet).

23 juevesValor de ley

A despecho del titular de «El País», que concede falsamente una victoria a los terroristas («El terrorismo obliga a cerrar el primer Parlamento del mundo»; no, con toda sensatez se suspendió una sesión que hoy se ha reanudado), nada puede impedir que un memo embista su coche contra unos peatones y apuñale a un policía salvo que prohibamos la circulación rodada y los cuchillos. La única vacuna probable es investigar los lugares que frecuentaba para descubrir dónde contrajo la enfermedad y quién le inoculó el virus. Por lo demás, dos horas después del atentado apareció en la red una fotografía emblemática. La cámara capta a un grupo de parlamentarios sentados frente al altar de la Abadía de Westminster, lindante con el Parlamento, adonde han sido evacuados tras el atentado. Desde el púlpito, un policía les instruye presuntamente sobre el protocolo de seguridad. Este policía es un «sikh», turbante y barba inequívocos, y la extraña serenidad de la imagen expresa el triunfo de un código de convivencia que franquea razas y religiones: un «sikh», evidentemente orgulloso de serlo, alecciona en un templo anglicano a los representantes legítimos de la sociedad abierta.

24 viernesEl inquilino

Sospecho que, gracias a la cardíaca presidencia de Trump, en los próximos meses se hablará mucho de «impeachment», que no es la destitución en sí de un cargo público sino el proceso de destitución que no siempre se resuelve con ella: la votación final del «impeachment» sólo ha ocurrido dos veces y en ambos casos el Senado rechazó la destitución. Aunque los motivos son políticos, es preciso revestirlos con una apariencia de causa legal y en el caso de Trump (el presidente más minoritario de siempre con tres millones de votos menos que Hillary Clinton) se están barajando dos opciones: demencia o traición. No se admite con tanta crudeza, pero no parece temerario deducirlo si un grupo de psiquiatras escribe al «New York Times» poniendo en duda la estabilidad mental del presidente o el Congreso investiga la injerencia de Rusia en las elecciones presidenciales. El problema inherente al modelo presidencial «John Wayne» es que ya no hay pieles rojas, sino cincuenta millones de hispanos, ni negreros con fusta en las plantaciones de algodón, sino un expresidente con parientes en Kenya.

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