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No es el clima: somos nosotros

Los climatólogos tienen claro que los episodios atmosféricos extremos como los de los últimos días son peligrosos porque la población se expone a ellos

No es el clima: somos nosotros JOSE NAVARRO

Para los medios, de memoria más corta que los climatólogos, parece que vivimos una convulsión preocupante: un invierno ha bastado para que los pantanos de la cuenca salgan del nivel rojo y para que la amenaza de gota fría dé más miedo que la sequía extrema que llenaba portadas hace apenas año y medio.

A la vez, el vínculo entre la fecha y el armario parece en los últimos años cada vez más una tradición que un hecho: la temperatura, con grandes oscilaciones en cuestión de horas, es el capricho de un croupier que baraja días primaverales en el invierno, mete semanas de frío cuando se supone que el termómetro debería ascender e incluye más jornadas tórridas por los extremos para que el verano dure de junio a septiembre.

El pasado lunes, en pleno mes de marzo, cayó en Alicante el tercer aguacero más importante en 80 años, y las riadas le hicieron una finta al calendario que pudo costar vidas y más millones si la descarga hubiese estado más concentrada o si las infraestructuras colectoras hubiesen estado mal mantenidas porque la «gota fría es propia del otoño».

Estos días suenan todas estas cuestiones además de un pensamiento de fondo en esta zona que vive del turismo y la agricultura: qué va a ser de ellos si al cielo le da por cambiar su tierra para siempre.

Enfrentamos a cuatro expertos en clima, tres científicos y uno político, para tratar de arrojar luz sobre estas preguntas. No tienen claro qué ocurre con el tiempo, pero lo que sí saben es que no ha sido él quien ha modificado el terreno.Sí hay cambio climático

Ninguno de los expertos consultados niega que haya un proceso de calentamiento global disparado por la acción del hombre, pero tienen dificultades para señalar que las alteraciones locales sean claras consecuencias de esta espiral de calor.

El director del Laboratorio de Climatología de la UA, Jorge Olcina, es uno de los que más clara ve esta relación. «El clima en nuestras latitudes está experimentando en las últimas décadas cambios vinculados al proceso de calentamiento térmico planetario por efecto invernadero», sostiene.

El climatólogo de la Universidad de Zaragoza Martín de Luis, doctor por la UA, señala que hay consenso general en trazar una flecha que lleva desde la acción humana a un aumento de temperatura y desde ahí a cambios en la composición atmosférica. Y el secretario autonómico de Medio Ambiente y Cambio Climático, Julià Álvaro, referencia que el hombre ha potenciado que «fenómenos extremos que antes se daban una vez por siglo ahora suceden cada 10 años».

Incluso el especialista más reticente entre los consultados a abandonar la idea de que los fenómenos y las temperaturas extremas son algo normal en este territorio, el profesor de Geografía en el Departamento de Análisis Geográfico Regional de la UA Enrique Moltó, hace hincapié en que el cambio climático global «puede estar incrementando la frecuencia de este tipo de situaciones extremas», aunque insiste en que «no son en absoluto nuevas».

¿Tiempo nuevo o normalidad?

El marco global, un calentamiento de consecuencias desconocidas, está claro, así que la discusión se traslada al detalle, a si estas inestabilidades regionales, como la alternancia de temperaturas o la sucesión de aguaceros -una muestra de análisis mínima desde la óptica climática-, son parte de sus síntomas o no.

De Luis, da crédito a los informes que recogen variaciones recientes de temperatura. «Los modelos climáticos sugieren una intensificación de los eventos extremos: tienen mayor frecuencia y variabilidad y los ciclos térmicos observados este invierno en la Península Ibérica, y particularmente en Alicante, encajan en estas predicciones», cuenta por correo electrónico al igual que el resto de expertos.

Sin embargo, con los datos de los últimos 60 años en la mano, se ve incapaz de encontrar un patrón que defina el comportamiento de las precipitaciones en la península y en esta zona, ni tampoco de las sequías. Así, De Luis saca tres conclusiones: que posiblemente haga más calor, que en cuanto a precipitaciones hay una ausencia de tendencias significativas y que aún nos queda mucho por saber «sobre el funcionamiento del sistema climático».

Moltó, por su parte, cree que no es buena idea olvidar de qué está hecha la normalidad en esta región climática: «Aridez estival, la casi total ausencia de lluvia en verano, periodos de sequía que duran varios años y sin embargo días u horas en que puede caer todo lo que no ha caído en años». El meteorólogo alcoyano parece tratar de evitar la distorsión que el temor a un cambio climático puede causar en la lectura de la realidad estadística.

Olcina sí cree que hay novedades y establece un «antes» y un «ahora» a la hora de pensar y hablar sobre el tiempo y las precipitaciones en tierras alicantinas. «Este tipo de eventos extraordinarios -en referencia a temperaturas irregulares y precipitaciones intensas y frecuentes- se están produciendo con una frecuencia mayor ahora que hace treinta años», apunta, a lo que añade que «el clima y sus manifestaciones en el tiempo diario han perdido la regularidad que existía hasta hace unas décadas, muy especialmente en nuestras latitudes mediterráneas». No duda de que «las condiciones climáticas han cambiado y son más frecuentes los episodios extremos».

Acuerdo sobre las gotas frías

Un detalle en el que todos están de acuerdo es en tratar de romper con el binomio gota fría-otoño que opera en el imaginario colectivo alicantino.

De Luis señala que «ciertamente son más probables en determinadas épocas del año», pero, como son un «fenómeno consustancial de nuestro clima», cree que la sociedad local«debe estar preparada para gestionar los riesgos que generan en cualquier momento». La misma idea que recalca el director del Laboratorio Climatológico: «Debemos acostumbrarnos a que las lluvias torrenciales ya no son un fenómeno exclusivo del otoño».

Moltó pone un ejemplo. Dado que las gotas frías dependen de la diferencia de temperatura entre el mar y el cielo, existen muchos momentos del año donde esta horquillas es propicia para la descarga de aguaceros: «En otoño, los embolsamientos o gotas frías tienen temperaturas de -5 a -15 grados, y el mar puede estar a 28 grados. Hay pues una diferencia de 30 grados. Pero en invierno, cuando estos embolsamientos son más frecuentes, si están a -30 grados y el mar sigue fresco a 15 grados, habrá una diferencia aún mayor de lo que vemos en otoño», explica el climatólogo para mostrar por qué hay lluvias torrenciales en esta época.

Al hablar de aguaceros y territorio, denuncia cierto ombliguismo de los estudios de clima que se hacen desde los núcleos más poblados de la provincia, ya que impiden la visión de conjunto de la realidad pluviométrica alicantina: «Muchos observatorios de la Marina Alta o El Comtat han superado los 800 o 1.000 litros por metro cuadrado este invierno. En l'Orxa se han acumulado 1.363 litros entre noviembre y lo que va de marzo, con varios días en los que se han superado los 200», señala, en referencia a los 137 que han anegado partes de la capital esta semana.Proyección del futuro

Alicante posee un clima mediterráneo con expresiones inestables que, obviamente, forma parte del sistema global cuyo aumento de temperatura «sólo Trump niega», según el secretario autonómico de Cambio Climático. Hacer una proyección de lo que le va a pasar siguiendo la línea ascendente de la temperatura media del globo que trazan los expertos en clima de la ONU es factible para Olcina, De Luis y Álvaro. Los tres ensayan un impacto a medio y largo plazo sobre los sectores que más dependen del tiempo: el turismo y la agricultura.

«El aumento de las temperaturas parece inequívoco y la sociedad en su conjunto debe adaptarse a ellas», apunta De Luis, con quien Olcina coincide. En concreto, el climatólogo zaragozano cree que, con independencia del comportamiento de las lluvias -cuyo patrón, ha dicho, no se puede trazar- más calor «implica mayor demanda de agua, ya de por sí escasa, para cultivos». En esta línea, el director del Laboratorio Climatológico de la UA cree que los cultivos de regadío no notarán a medio plazo la subida térmica, «siempre que tengan garantizada el agua»,mientras cree que los de secano sí se van a ver afectados.

El encargado de articular políticas medioambientales del Consell sostiene que, si sigue esta tendencia alcista, Alicante está en la senda de la «desertificación»: «La agricultura verá alterada su producción y dejará de tener la potencia que hoy tiene».

Pero, ¿más meses de calor no es igual a más turismo? Si se piensa más en término de años que de décadas, para la otra industria provincial que mira al cielo antes de tomar decisiones sí puede haber oportunidades. Olcina opina que en turismo «los meses de junio y septiembre, como de hecho ya se está notando, pasarán a ser también temporada alta debido al comportamiento de las temperaturas y al aumento del calor en las aguas del Mediterráneo». El secretario autonómico, quizá con la vista puesta dentro de varios lustros, opina que «temperaturas cada vez más extremas desincentivarán la llegada de turistas».Somos el peligro

No hay titulares lamentando lo peligrosas que se están volviendo las olas gigantes del Pacífico porque no hay nadie allí para padecerlo. Un ejemplo simple que muestra que, en la actualidad y con la información disponible, lo peligroso no es tanto el fenómeno meteorológico como la conducta humana. Algo que no se cansan de repetir los cuatro expertos consultados. La sociedad alicantina sigue afrontando riadas e inundaciones de forma redundante, atascada en la lógica de «hace 30 años que se construyó el edificio y nunca había pasado nada». Con la misma intensidad que llora catástrofes como la del 82 o muy especialmente la del 97, las olvida. Y construye, promueve, habita y cultiva. Olcina, Moltó, De Luis y Álvaro convergen en esta lectura: Alicante es más vulnerable a las precipitaciones intensas y a los efectos de fenómenos como la sequía ahora que hace 50 o 100 años. Simplemente porque ahora ocupa más espacios que antes.

«El ser humano no ha respetado la naturaleza y su comportamiento extremo y ha ocupado espacios de riesgo. El resultado es que el grado de peligro en nuestra provincia, especialmente en la zona litoral, es ahora mayor que en los años 80 del pasado siglo», sintetiza Olcina.

El climatólogo alcoyano profundiza en una idea que comparte totalmente. «Los efectos de las inundaciones sobre la agricultura, el turismo o el urbanismo son mayores que hace 50 años o 100 años, pero no lo son porque hayan aumentado en número o severidad los eventos; sino porque nosotros nos hemos expuesto más. Hemos construido en cauces y zonas inundables, como la Playa de San Juan. Jugamos a manipular el ciclo de los cultivos y a plantar regadío en zonas de secano o a plantar cultivos tropicales en zonas que una vez cada 10 años pueden sufrir heladas severas. Construimos playas artificiales para el turismo para sustituir las mismas playas que nos hemos cargado con la construcción en primera línea y encima de las dunas que protegían las playas de edificios que incumplen todas las normativas de la Ley de Costas, dejando toda la reconstrucción de la playa a unos temporales marítimos que son los de siempre», ametralla Moltó.

De Luis mantiene la tensión: «Ha aumentado de forma exponencial la vulnerabilidad de nuestra sociedad ante la ocurrencia de estos eventos climáticos. El agua es un recurso limitado, pero el crecimiento de las actividades turísticas y especialmente el crecimiento urbanístico parece no tener límite, o al menos evoluciona sin tener en cuenta la disponibilidad de agua. Los cambios en el uso del suelo, especialmente a través de aumento de la zona urbanizada, han sido espectaculares en los últimos años y se han concentrado en zonas costeras o de desembocaduras de ríos y ramblas. Cabe esperar un severo aumento en las situaciones de riesgo y vulnerabilidad ante situaciones climáticas adversas, y las causas están asociadas a la propia evolución económica y social de nuestra sociedad y no tanto a cambios en la evolución climática», concluye el climatólogo.

Una realidad que la Comunidad Valenciana, como región climática y social, no quiere o no sabe integrar. «El Mediterráneo es una zona especialmente vulnerable y sus infraestructuras -en relación a obras antirriadas- aún necesitan que se apliquen políticas de adaptación, que van con mucho retraso. Todavía hoy vemos modelos de desarrollo urbanístico que van en la dirección contraria», apunta el secretario del Consell para asuntos relacionados con medio ambiente y calentamiento global.

El mensaje de los científicos para la sociedad alicantina es claro: todavía no hay datos para afirmar que el cambio climático está afectando al tiempo de la región, pero sobran las evidencias de que es necesario un cambio de mentalidad en la manera de habitar el territorio.

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