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Lucha de hermanas

El feminismo alcanza su etapa de mayor influencia en la sociedad marcado por las brechas internas y las llamadas a la unidad

Lucha de hermanas

El feminismo, el movimiento social y político que busca la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, goza de más presencia e influencia pública que nunca. La sociedad ya se maneja con conceptos elaborados por sus ideólogas, las leyes han incluido algunas de sus reivindicaciones históricas y las familias españolas educan a sus hijos incluyendo referencias -a favor o en contra- de sus teorías. Al mismo tiempo, voces históricas del movimiento han logrado cargo y poder en los mismos estamentos a cuyas puertas lanzaban acusaciones de dominación y opresión.

En la parte política, la batalla contra el patriarcado -el sistema de privilegios masculinos sobre el que se sostienen las sociedades humanas, según la crítica feminista- nunca ha sido más confortable y en lo social se alcanzan cotas de pluralidad históricas. El apoyo que la sociedad brinda a la mayor cruzada del feminismo, la lucha contra la violencia de género, es unánime salvo deshonrosas excepciones.

Y sin embargo, las voces y los medios del movimiento transmiten tensión y desánimo, y un concepto, «sororidad» -algo así como una hermandad o solidaridad de clase- resurge en los foros pidiendo empatía dentro de un movimiento que se ha hecho tan grande que hace tiempo que necesita voluntad para parecer unido.

La polarización en los debates sobre la prostitución o la gestación subrogada, así como los desencuentros al señalar el alcance real de la cultura machista, se suman a nuevos conflictos de interés entre facciones que tradicionalmente habían apretado las filas de los feminismos contra el enemigo común. Desde hace algunos años se elevan banderas blancas pidiendo «sororidad» y un análisis más amplio y generoso de lo que significa ser mujer.

Realizamos una panorámica de los logros y los retos del feminismo actual con sus protagonistas más próximos.

Logros

Mar Esquembre, profesora de Derecho Constitucional de la UA, señala los logros del movimiento que forman su patrimonio compartido. «El feminismo ha introducido conceptos de su teoría en la normativa y en la vida cotidiana. Violencia de género, brecha de género, feminización de la pobreza, acoso sexual o paridad son conceptos acuñados por el movimiento», asegura la profesora. Estas ideas se convirtieron, décadas después de su primera enunciación, en objeto de ley. «Las leyes de Igualdad de 2005 y 2007, la de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género en 2004 o la de Salud Sexual y Reproductiva de 2010 son logros del feminismo», añade la profesora, quien destaca la importancia de las comisiones que estudian el impacto de género en las normas del Gobierno. «Como se hace con los Presupuestos Generales del Estado», apunta.

Es el legado más tangible en España de un feminismo tradicional que, sin embargo y a juicio de algunas autoras, «transmite que se ha acomodado en las instituciones desde los 80 hasta hoy, de la mano del PSOE, reduciendo la crítica al mínimo», según cuenta una periodista especializada en mujer y desarrollo.

La discriminación positiva o la paridad en los órganos de representación, o incluso la demanda de condiciones idénticas en los permisos de paternidad, batallas del feminismo clásico, son percibidas como tibias, moderadas e insuficientes por las corrientes más jóvenes.

«Ha habido algunos logros, pero todavía no hemos conseguido prácticamente nada», sostiene Laura Mercado, portavoz del colectivo Femme Força de la Marina Alta.

Mercado se siente más próxima al feminismo revolucionario que cree que la lucha no ha hecho más que empezar. Autorreferente, alegre y rupturista, el llamado postfeminismo de los 90 se alía con la teoría queer -según la cual el género es en realidad una construcción y la sexualidad fluye y cambia a lo largo de la vida- y el socialismo combativo.

Desencuentros

Hace tres años, cuando la reforma de la ley del aborto que impulsaba el ministro Gallardón sucumbió a la presión social, el feminismo abandonó sus cuitas y se reencontró para frenar la invasión. El patriarcado, que de tanto proyectarlo para discutir sobre sus efectos se había convertido en paisaje haciendo que las interlocutoras pasaran a ser rivales, reaparecía para arrebatarles uno de sus éxitos más reconocibles: el derecho a interrumpir el embarazo.

En aquella protesta se encontraron las herederas de la segunda oleada feminista, aquellas que fueron educadas en los 70 sobre todo para estudiar y ser independientes, con las del tercer tiempo del movimiento, basado en la crítica y ampliación del trabajo de sus predecesoras. Reformistas integradas en el sistema compartiendo pancarta con las mujeres jóvenes del precariado.

Tenían mucho pasado común, pero un presente muy distinto. Es algo que se percibe muy claro en un artículo de la videobloguera Alicia Murillo en un influente medio de inspiración feminista, Pikara Magazine: «En el vídeo que la PPiiNA (Plataforma por Permisos Iguales e Intransferibles de Nacimiento y Adopción) está difundiendo por las redes vemos a mujeres de clase alta que ya no están en edad de quedarse embarazadas y a hombres burgueses diciendo a mujeres fértiles y precarias cómo debemos organizar nuestra maternidad».

Sentidos comunes

«No es algo nuevo que el feminismo siempre ha sido heterogéneo, diverso y no siempre ha sido cordial», apunta tras meditar un instante Mónica Moreno, profesora de Historia Contemporánea y directora del Instituto Universitario de Investigación de Estudios de Género (IUIEG) de la UA.

Como académica, se siente más próxima a la rama más institucional del movimiento, pero cree que el feminismo intelectual y mesurado -que puede representar la filósofa, catedrática y partidaria de la PPiiNa Amelia Valcarcel- con la acción de calle de las activistas de Femen -muy controvertida también en el movimiento- es perfectamente compatible. «Hay muchas líneas de fractura entre los feminismos, pero también sentidos comunes. Está quien propone una revolución feminista porque considera que habitar esta sociedad actual es imposible y quienes creemos que ya se pueden obtener logros y evitar agresiones como la que supuso el Franquismo. En los casos de violencia de género hay una unión brutal. Y también en la idea de patriarcado; nadie puede negar que existen relaciones patriarcales», cuenta la historiadora, quien remarca que su opinión en este aspecto es estrictamente personal y no representa por tanto al instituto que dirige.

Demolición

Desde la «torre de marfil» que Moreno admite que ocupan las académicas, se identifican «relaciones patriarcales». Desde el barro de la lucha «independentista, socialista y feminista» en el que se mueve la organización Endavant, el mundo es prácticamente un enorme teatro manejado por los patriarcas.

«Al poner a la mujer en el punto de vista y analizarlo, se ve que la historia y las disciplinas, la economía, la medicina, la educación... Todo lo han desarrollado hombres blancos, heterosexuales, burgueses, cabezas de familia y sin discapacidad», sostiene Patricia García, una de las integrantes de la organización en la provincia. Creer este diagnóstico implica coherencia y trinchera: el patriarcado no se destruye colocando a mujeres en sus hornacinas, sino destruyendo el templo para construir desde el suelo una sociedad nueva de iguales. «El feminismo es incompatible con el capitalismo. Abogamos por una economía feminista donde el centro lo ocupe la sostenibilidad de la vida, no los intercambios económicos», declara. Para García, estar presente en las instituciones políticas y económicas «es un parche que no soluciona el problema».

Aquí, en la urgencia de hacer revisión exhaustiva y una demolición si procede de la Historia que reclama el feminismo revolucionario, es donde se bajan gran parte de las que gritaron hace décadas y por primera vez «nosotras parimos, nosotras decidimos» como desafío a curas, empresarios, alcaldes y presidentes.

Precarias y cuidadoras

Femenino plural es una expresión habitual para reflejar la disparidad de enfoques e intereses que conviven en el movimiento. Nadie duda que, como ilustra la secretaria general de CC OO en l'Alacantí y las Marinas, Consuelo Navarro, «no tiene los mismos problemas Alicia Koplowitz que mi vecina, que es una curranta»; así que el objeto político del movimiento, la mujer, hace años que se descompone en decenas de pequeños sujetos que precisan de un estudio diferenciado. Y de la diferencia surge el conflicto.

Navarro y García centran su labor en la mujer trabajadora. Es con ella con la que se ceban «la entrada en falso en el mundo laboral, con menos salario, más precariedad y más clandestinaje» que ve la integrante de Endavant.

La sindicalista tiene cifras. «Una mujer debería trabajar 109 días más al año que un hombre para cobrar lo mismo. En Alicante se firmaron en 2016 41.181 contratos a jornada completa a varones frente a 20.642 a mujeres. Y la tasa de paro femenina es casi cuatro puntos superior a la femenina», sentencia Navarro con datos del Ministerio de Empleo.

Discriminada en el trabajo y explotada en casa. Los cuidados, ese grupo de tareas que engloba la atención a niños y dependientes y las labores del hogar, «siguen haciéndolas fundamentalmente las mujeres», como añade Mercado. Cuánto costaría valorar y pagar adecuadamente esta mano de obra es una pregunta que el capitalismo patriarcal no quiere ni atreverse a plantear.

Por ello, un grupo de análisis pide fondos para remunerar este trabajo -Navarro exige dejar de ignorar la ley de Dependencia-; otro, reclama que los hombres tomen conciencia y se involucren de verdad en las tareas para fomentar la igualdad -ideas cercanas a la PPiiNA- y otros se fijan sin embargo en que promover el trabajo doméstico femenino remunerado tiene consecuencias a largo plazo en la feminización de las profesiones y oficios -donde se sitúan las ideas de tipo postfeminista-. La realidad es más compleja de lo que se pudiera esperar en un principio. Lo mismo que ocurre con la forma de padecer el machismo de una blanca universitaria lesbiana y de una árabe heterosexual con secundaria.

Análisis interseccionales

El mismo feminismo que se aliaba con los colectivos LGTBI en los 90 para protestar contra el macho violento está teniendo un reencuentro duro con sus otrora compañeros. «Hay mucho debate con el lobby gay porque son los principales interesados en legislar los vientres de alquiler. Hay feministas que dicen que es una nueva forma de mercadear con el cuerpo de la mujer y otras que lo ven algo tan libre como debe ser la prostitución», apunta la citada periodista. Y algunos defensores de los derechos de gays y lesbianas tienen dificultades para dar paso a identidades más volátiles como las que propone la teoría queer. «Hay corrientes más reformistas y otras más radicales: Está el feminismo negro, el lesbiano, el joven y con el que se identifican quienes tienen más edad. Por eso cada vez se le da más importancia a los estudios interseccionales que tienen en cuenta distintas realidades e identidades, y cada vez son más respetuosos», añade la historiadora de la UA.

Diversas, en discusión y con maneras de sentir en común, la tercera ola del feminismo busca mantener la hermandad y seguir luchando contra sus opresores.

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