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Crónica de un alicantino rebelde

Rebelde. Agitador. Ha sido casi de todo: botones, camarero, crítico, periodista, cocinero, preso por negarse a hacer la mili, piloto de globo y domador de ratas en un circo francés con el que dio una vuelta por España.

Cuando lo parieron ya era mayor. Fernando Canet Fortea creció en una familia de clase media. El padre, Fernando, ya fallecido, gerenció una empresa dedicada a la automoción y a la asesoría. María Dolores, la madre, sigue en la brecha.Tiene dos hermanos: Gonzalo y Carlos. Estudió hasta los nueve años en Maristas y Salesianos. De ahí al internado: primero en Santo Domingo, en Orihuela, después en San José de Campillos y se hizo bachiller en Izarra, un centro tutelado por el Opus Dei.

Se define como «buen estudiante» y su periplo por internados obedece a que su familia quería que aprendiese «más y más». Sólo regresaba a Alicante en períodos vacacionales. El COU lo liquidó en un instituto de Vitoria.

A los 17 años se independizó. Se guardó en un apartamento de Playa de San Juan. Sus padres se habían separado cinco años antes. Rebelde con lo establecido, comenzó a mirar cuadros, a leer la tinta de los libros y a conducir sin carné un Citroën 2 Caballos.

Se matriculó en la Facultad de Medicina de Valencia, pero desistió meses más tarde. Pensó en ser periodista. Marchó a Madrid para ingresar en el Instituto de Radio Televisión Española, pero, aburrido, envió el centro a hacer gárgaras. Tras unos meses en Valencia, el inquieto Canet se trasladó con una maleta a Barcelona. Hizo de todo. Se acomodó en una comuna de l'Hospitalet de Llobregat, junto al apóstol de la no violencia, Giuseppe Lanza de Vasto, y Gonzalo Arias, entre otros. Fernando se apuntó a ese modelo de vida y acompañó en sus protestas al sacerdote y político Josep María Xirinacs en los aledaños de la prisión Modelo de Barcelona.

Cuando la mili llamó a su puerta se declaró objetor de conciencia y durante ocho meses permaneció en penitenciarías de Alicante, Murcia y en los dos trullos habilitados entonces en Cartagena. Condenado por un Consejo de Guerra a 37 años de reclusión, la segunda amnistía promulgada por Adolfo Suárez facilitó su salida.

Volvió a empezar. De nuevo a Televisión España. Trabajó como redactor y recadero en el programa «Secuencia del mundo», que dirigía Jesús González. Fernando asegura que comprendió que era un activista cultural. Trabajó en mil garitos y salió bastante ileso de la «movida valenciana».

Regresó a Barcelona. Cambió las comunas pacifistas por la Nova Cançó, adosado a Ovidi Montllor, a Pi de la Serra y demás. Trabajó en casi todo y vivió intensamente aquellos últimos meses de la década de los setenta. Y encontró trabajo como domador de ratas. Durante una temporada se instaló en el «Circo Aligré», que dirigía un tal Bartabás, jinete francés de caballos. Quería ser payaso pero no llegaba; pero encontró un papel en la compañía como domador de ratas. Una gira por toda España haciendo pasar ratas de laboratorio de hasta dos kilos de peso por un fino hilo o por un aro de fuego. Tenía cinco animales. Los domadores de felinos siempre han metido la cabeza en la boca fiera y aquí fue al revés: «Cogía a la rata por la cola y me la dejaba caer en la boca. A veces me arañaba en los lados de los mofletes y la gente se volvía loca porque no quería ni mirar», atestigua Canet.

Siguió en el ejercicio de la agitación cultural. Y, al fin, se metió de puntillas en el periodismo: colaborador, meritorio, columnista e incluso director. Fernando Canet dirigió durante un tiempo la revista La Calle, publicación del Partido Comunista de España, también un semanario del mismo nombre que apareció una decenas de sábados en los kioscos alicantinos, y La Gaceta de Cuenca. Durante unos minutos fue director general de Cultura del Gobierno de Castilla-La Mancha, donde Canet se topó con otra fiera, José Bono.

Afectado por una depresión se retiró en una finca familiar en Petrer. Decidió estudiar Psicología para tratarse a sí mismo. Se licenció mientras iniciaba su gran aventura: la gastronomía. Primero se las ingenió para dibujar soCome 300 días al año fuera de casa, es embajador del caviar español en el mundo. Ahora tontea con claridad con el atún rojo y sus consejos son joyas por los más grandes restauradores.

Sigue como siempre. Libre.

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