Este chicarrón alicantino fue capaz de enviar una bola de acero de 7,260 kilos de peso más allá de los 18 metros de distancia de sus pies. No pudo ser campeón nacional porque en su recorrido sobre el tartán se topó, ni más ni menos, que con Manolo Martínez, dos años mayor que Antonio y retirado hace una década, que todavía conserva el récord nacional de lanzamiento de peso (21,47 metros) desde 2002. Un astro.
Antonio es hijo de Felipe y de Josefa. El padre, ya fallecido, llegó a Alicante de crío con su familia desde Guinea Ecuatorial y se ganó la vida como discjokey en varias discotecas de la ciudad; la madre, diplomada en Magisterio, trabajó hasta su jubilación en la extinta Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM). Creció y aprendió en San Blas, junto a sus dos hermanas: eran, con honra, los únicos negritos de la barriada.
Empezó en el atletismo atraído por la jabalina, que su hermana mayor, Ana, practicaba con cierta destreza, mientras que él tonteaba con el balonmano. A los catorce años tomó entre sus manos su primera bala de hierro bajo la atenta mirada de José Antonio López Vázquez, su primer entrenador, y con el que permaneció un lustro. Debutó en pista en el polideportivo de San Juan. Con 14 años envío la bolita a 12,03 metros de distancia. Una hazaña. Crecía a gran velocidad. Grandes dosis de ilusión, de fortaleza y de técnica. Sus balas ya alcanzaban los 16,56 metros de largo. No cesaba en su empeño. Sus rivales entregaban armas metros atrás.
La elite tocó su puerta de junior. Marchó dos temporadas a Castellón. Se arrimó a Toni Simarro. Siguió progresando en las pistas, en su cuerpo y en su mente.
De ahí a León, con Carlos Buzón, un experto preparador admirado en todos los vericuetos del atletismo mundial, que tenía entre sus manos un compacto grupo de lanzadores dispuestos a dar el susto en cualquier puja: Manolo Martínez, Mario Pestano y Martina de la Puente, que pareja fue de Lora a finales del pasado siglo, cuando el alicantino logró su récord personal con 18,60 metros en competición oficial. En constantes entrenamientos lanzó hasta un metro más. Pero eso no cuenta.
Cientos de campeonatos y de mítines; millones de jornadas de preparación en el frío y en el calor. Y una eternidad con la bola a cuestas. Varios sacos de medallas de todos los metales, especialmente de plata, custodian su historia en una trayectoria aniquilada por las lesiones: su rodilla derecha le impidió llegar mucho más lejos.
En 2005 regresó a Alicante en un feliz reencuentro con López Vázquez. Cojeaba. Y, más tarde, siguió competiendo más solo que la una en un oficio en el que nadie se hace rico y en el que la mayoría, como en el caso de Antonio Lora, tiene que sobrevivir con becas de la federación por marcas, resultados y algún que otro patrocinio; o sea, mileuristas que cada día se dejan el pellejo en rinconcitos de las pistas y en gimnasios.
Su última competición oficial fue en agosto de 2012, en Pamplona. Hasta entonces superaba a Borja Vivas y Carlos Tobalina, las grandes marcas nacionales actuales de la especialidad, pero vio cómo le superaban inexorablemente con el paso del tiempo. Lesionado pero ilusionado, el mejor lanzador de balas alicantino hasta la llegada del sanvicentero Alejandro Noguera, que la pasada semana fue bronce (18,79) en los Campeonatos de España en Pista Cubierta de Salamanca, asegura que «he sido feliz y hago lo que me gusta, aunque me han frustrado las lesiones, que, sin duda, limitaron mi trayectoria», asegura.
El eterno subcampeón de España de lanzamiento de peso es un gran tipo. Muy viajado, habla siete idiomas. Ahora entrena a un quinteto de atletas, entre los que destacan Paula Ferrándiz y el citado Alejandro Noguera, dos fenómenos en plena progresión. Sesiones en las pistas de la Ciudad Deportiva de Alicante y en un escueto gimnasio en Mutxamel.
También es responsable de lanzamientos de la Federación Valenciana de Atletismo.
