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En la mente del asesino

Próximo a la víctima y con un odio capaz de convertirla en un monstruo. Criminólogos y psiquiatras se ciñen a las líneas de la investigación para realizar un retrato psicológico del asesino de la viuda de Vicente Sala

En la mente del asesino

Mientras Miguel López, principal sospechoso del asesinato de la viuda del expresidente de la CAM, María del Carmen Martínez, permanece en prisión y tanto su defensa como las partes estudian el sumario del juez; investigadores, allegados y curiosos comparten una misma pregunta: ¿Qué lleva a una persona a descerrajar dos tiros en la cabeza de una mujer indefensa de 72 años?

Dos meses después del suceso, el foco sigue puesto en el turbio entorno familiar de la víctima, enfrentado por el control del imperio Sala-Martínez en lo que el círculo próximo describe como una asfixiante cohabitación de envidias, rencores y odios. Construimos de la mano de expertos criminólogos y psiquiatras y con el relato de los hechos que ha trascendido hasta ahora el proceso mental que pudo haber conducido al asesino hasta la ventanilla de aquel Porsche Cayenne para apretar el gatillo dos veces contra la cabeza de María del Carmen Martínez.

De persona a cosa

Matar es un acto extremo, pero no es difícil cuando se dan las condiciones adecuadas. La psiquiatra forense María Angustias Oliveras lo entiende como «el culmen de la agresividad»: un mecanismo ancestral que sigue instalado en nuestro cerebro y que nos permite optimizar la función de atacar.

«Los animales usan el ataque como instrumento para conseguir beneficios, como más terreno o someter a un rival», apunta la psiquiatra. Pero para hacer el recorrido desde el mayor avance de la evolución, el razonamiento humano, hasta el reptil que mata para no morir que nos habita en lo profundo hay que atravesar muchos pliegues de materia gris, donde se acumulan millones de años de cooperación tribal, de empatía por los iguales y de cultura moral. Un vínculo muy poderoso que la naturaleza ha sabido transformar en una compasión in extremis cuando los ojos de la víctima traspasan los del agresor.

Poderoso, no irrompible. El asesinato a sangre fría supera esta barrera porque la víctima pierde la condición de persona ante la mirada del agresor y se convierte en un «simple objeto que se interpone en su camino», según Oliveras. «Un homicidio implica la cosificación de la otra persona», añade un criminólogo que prefiere mantener el anonimato.

¿Quién podría convertir a María del Carmen en una cosa sobre cuya existencia podía decidir?

Un sociópata, como un asesino en serie, no hubiera tenido ningún problema en hacerlo. Son amputados emocionales que ven bultos donde los demás ven gente. También un sicario, cuya mente está gobernada por un relativismo moral extremo, podría apretar el gatillo con la paz de un matarife: sacrifica animales pero sólo porque hay alguien dispuesto a pagar por ello. Y hay un tercer perfil que aplica en estas circunstancias según los expertos: el de un individuo normal que llega a acumular tanto odio y rencor por la otra persona que en su psique la víctima deja de ser un ser humano para convertirse en una criatura maligna.

Zora Esteve, investigadora del centro Crímina de la UMH, descarta el sociópata, mientras que la línea del sicario ha perdido fuerza en las pesquisas sin llegar a estar descartada del todo. «Por la ejecución no parece haber una carrera delictiva detrás, no es un criminal de perfil preestablecido. Es un caso aislado, premeditado y que necesita un móvil poderoso. Tiene toda la pinta de ser odio y venganza», sostiene.

En familia

El asesinato de María del Carmen Martínez se produce seis años después del fallecimiento del patriarca, Vicente Sala, y tras una serie de decisiones tomadas desde la gestión del holding empresarial, copada por el primogénito y la matriarca, encaminadas a transformar a la parte débil del clan, las tres hijas del expresidente de la CAM, sus maridos y sus hijos, de accionistas a empleados. Todos viven en una finca de cinco chalets, La Torre, en la avenida de Dénia alicantina cuyo diseño se ve hoy tan utópico como irresponsable: La mala relación ha mutado en un desprecio difícil de ocultar entre las partes y hace años que rebosa la contención de los muros.

El evidente morbo del escenario no es lo que ha mantenido a la investigación obsesionada con el entorno familiar de la viuda de Sala, sino el abecé de la ciencia criminal. El citado investigador apunta que «la literatura científica nos dice que la principal motivación para matar es, primero, la traición emocional y el odio derivado de ella. La segunda es la causa económica; se mata mucho por dinero». Esteve aporta otro dato: «El 80% de los asesinatos se cometen por personas del entorno de la víctima, porque están motivados por odio, lucro, emociones violentas... Por eso suelen resolverse enseguida» apunta Esteve, perfiladora criminal del centro.

Mariano Sánchez Soler, periodista de investigación y escritor, añade que «la policía siempre relaciona a la familia por método». Encuentra dos crímenes famosos donde el asesino era, o fue, uno más del clan: «El asesino de María Teresa Mestre, Emilio Mayayo, fue uno de los que llevó su féretro. Y el de los marqueses de Urquijo fue el exyerno, Rafi Escobedo, quien los mata por despecho, por haber hecho fracasar su matrimonio y por todo el odio acumulado», cuenta el experto alicantino en crónica negra.

Era el único pensamiento que, según la policía, podía haber llevado a Escobedo hasta el dormitorio de sus exsuegros, María Lourdes de Urquijo y Morenés y su marido, Manuel de la Sierra y Torres, en el residencial madrileño de Somosaguas y dispararles con unas balas parecidas a las que usaba para practicar el tiro en la finca de sus padres en Cuenca. El exyerno ya no tenía vínculos económicos con la familia, pero todos los jueces que revisaron el caso -las apelaciones lo elevaron a la Audiencia Nacional- consideraron que el rencor de Escobedo hacia una familia que nunca lo aceptó -su mujer se separó de él en seis meses y se emparejó con otra persona- era la única fuerza capaz de explicar porqué coincidían dos muestras de balas separadas por decenas de kilómetros.

«No hace falta ser un profesional para disparar un arma», recuerda Sánchez Soler.

Aunque hay antecedentes en casos similares, quienes conocen a los Sala-Martínez no logran aceptar que una persona de su entorno, por muy mala relación que tuviera con la matriarca de la familia, haya llegado al punto de entregarse a la pulsión de muerte que convierte la brutalidad del crimen y sus posibles consecuencias legales y sociales en una contraprestación asumible. Sobre todo cuando el beneficio económico no era tan evidente y la formalidad exterior, como un «cariñoso» acompañamiento de la víctima al médico durante la última etapa y otras atenciones por parte del círculo agraviado, parecía sobrevivir pese al mal ambiente. «Vivimos en un mundo de apariencias. Los miembros de estas familias pueden parecer arcángeles desde fuera y llevar dentro un infierno», asegura Sánchez Soler.

Cuna de odio

Iconos de la clase alta alicantina, los Sala-Martínez tenían ingresos anuales como los que se declaran en Somosaguas, Pedralbes o Neguri y gozaban de todas las bendiciones sociales: influencia directa en el tejido económico, conexiones con el poder político y relaciones de amistad en un nivel que llegaba hasta la Casa Real. En su tierra, conservaban un espectacular estatus de gente rica, lista y buena que había sabido convertir su herencia en fortuna gracias a su tesón, talento y fe en Dios. Una historia de españolidad épica, que sonaba como un cantar de gesta extramuros y que era canción de cuna en las viviendas de La Torre donde podían llegar nuevos herederos.

Tras el entierro de Vicente Sala, la dueña de la narración familiar, la adjudicadora de roles en esta epopeya fue únicamente la matriarca. Y repartió los papeles con una frialdad que no hubiera sido admitida por el padre: iba a haber un único ganador y muchos perdedores.

Quienes conocían a María Teresa Martínez la describen además como una persona «desequilibrante». Tan capaz de representar la condición de «sencilla y encantadora» que tanto se aprecia en estos círculos como de, al volver a casa, humillar a unos mientras agasajaba a otros en las comidas familiares, de obligado cumplimiento -«tú te sirves solo, a ti te sirve el servicio y a ti te sirvo yo», cuenta una persona conocedora de estas cenas-. La policía y el juez instructor creen que quien orquestó el asesinato pertenece a la parte perdedora del reparto y que acumula muchas horas como miembro activo de estas escenas.

Capa a capa, los desaires de la futura víctima, reales o percibidos, se adhieren a su cara hasta convertirla en un verdadero monstruo a ojos del agresor. Los criminólogos creen también que una «bolsa de odio» hacia esta figura en el entorno contribuye a reforzar la distorsión. «Es fácil que una persona que se siente humillada y despreciada de forma continuada llegue a fantasear con el asesinato de su agresor», a calmar su sufrimiento con la idea de arrebatarle para siempre la potestad «de hacerle daño», apunta la psiquiatra.

«Un detonante, una última humillación», señala, puede hacer que dé el paso de «planificar algo que sólo se había pensado», apunta Francisco Bernabéu, doctor en Criminología e intendente general de la Policía Local de Elche.

Oliveras examinó el estado mental de María del Carmen García, encarcelada por matar al violador de su hija en Benejúzar. Convivía con un agravio, una violación impune por indemostrable, y al mismo tiempo con las burlas grotescas del hombre que abusó de su hija. «Ella ya acariciaba la idea de la venganza, cuando un día él le hizo un gesto de degüello con la mano. Entonces se fue a comprar una lata de gasolina y un mechero y lo quemó», explica la psiquiatra.

Matar al César

Después de matar a su víctima, tanto un psicópata como un sicario necesitan escapar de la justicia, pero no de sí mismos: sus pensamiento y sus acciones son coherentes y está feliz de ser quien es. Sin embargo, el asesino emocional o instrumental, una persona corriente como se ha dicho, ha necesitado acompasar ambas fuerzas antes de pasar a la acción.

Sentir ganas de matar pero saber que es un acto que no está bien es un dilema para este agresor. «El ser humano necesita actuar con bondad por su propia supervivencia, debe alinear lo que siente con lo que hace. Tiene que resolver lo que llamamos la disonancia cognitiva, el conflicto entre lo que se cree y lo que se hace», apunta la citada fuente del mundo de la criminología.

Este investigador piensa que el asesino de María del Carmen Martínez actuó solo, pero que tenía muy en cuenta el sufrimiento que estaba causando a todo su entorno. «Un perfil de este tipo debe sentirse legitimado; saber que con el asesinato logra su liberación y la de todos los demás le ayuda. Porque ya no es su mano, sino la de un colectivo, la que empuña el arma. No es por egoísmo, sino por evitar un mal mayor. "No soy Marco Bruto matando a César, soy Roma salvando la República", razona. La psiquiatra forense se muestra de acuerdo. «El ser humano es teleológico, necesita planificar las cosas para alcanzar un fin. Es más fácil asesinar cuando te conviertes en un héroe que hace justicia», resume.

Fiodor Dostoyevski, conocido por sus investigaciones literarias de la condición humana, retrató este proceso mental en los diálogos internos de Rodion Raskólnikov, protagonista de Crimen y castigo. Empobrecido, incapaz de aceptar la idea de que su falta de liquidez impide el gran futuro que había imaginado para sí, el joven estudiante elige creer que pertenece a una escala superior con derecho a servirse de los seres inferiores: Es la única manera de afrontar el hecho de que había elegido engañar, matar y robar a una usurera, tan vieja como indefensa, para asegurarse su simple bienestar material.

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