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Una vida de sellos, arte y subastas

Empezó vendiendo refrescos en un cine de verano, se hizo operador y hasta jefe de cabina, pero lo suyo era la filatelia, la numismática, el arte, las cosas viejas. Ahora tiene su propio rastro en Alicante.

Una vida de sellos, arte y subastas

De pequeño guardaba los sellos que encontraba en una caja de cartón. Dejada atrás la adolescencia se convirtió, muy pronto, en un especialista del país en filatelia.

José María Ramírez Agulló empezó a trabajar a los 12 años, detrás de la barra del cine de verano «Miramar», un armatostes que por delante era un bar y por detrás una pantalla encarada al Mediterráneo. Su padre, hijo del sastre que regentó «La Tijera de Oro», en el centro de Alicante, tuvo que refugiarse en un colegio de monjas de Orán a principios en agosto de 1936, en los primeros estallidos de la guerra civil.

Finalizada la contienda el padre regresó a Alicante y conoció a Anita, hija de Antonio Agulló Ibarra, fundador de «Jabones Agulló», un empresario nativo de Monforte del Cid que en 1920 vendió sus dos vacas que pastaban por las sierras de Orito y se embarcó hacia Cuba. En La Habana llegó a regentar tres fábricas de jabones y otra más tarde en Alicante, en el barrio de La Florida, donde aún quedan parte de sus restos.

José María siempre estuvo cerca del cine: a los 16 años fue gerente del cine de verano «Azul», que formaba parte del avispado negoció del padre que además de tener parte de la propiedad del «Miramar» y del «Azul», también era accionista de otros tres negocios de exhibción cinematográfica. José María hizo un curso de operador y ejerció de jefe de cabina.

Pero su pasión todavía estaba por descubrir: la filatelia. Haciendo la mili en Canarias empezó a trapichear y en un año (1968) ganó más de 60.000 pesetas. Eran sellos de España, Francia y de las colonias españolas. Aprendió rápido. Deja claro que jamás ha tenido relación alguna con Fórum Filatélico y Afinsa.

Se estableció en Madrid. Abrió un apartado de correos. Compraba y vendía a través de anuncios en revistas especializadas, en mercadillos y en sociedades filatélicas. Fundó su propio negocio, primero en la calle Guzmán el Bueno, con un socio, y más tarde en la calle Mayor. Su mejor día de negoció fue en 1975: ganó un millón de pesetas en una exposición internacional.

Creó «JR Subastas» dentro de su anciano imperio. Llegó a tener 12 empleados. Todo le iba viento en popa.

Se metió de lleno en la numismática y en las subastas. Requerido como experto filatélico, fue responsable de las exposiciones que se repartieron por España durante el Mundial de Fútbol de 1982.

Por un sello de Isabel II de 1865 recibió 4,5 millones de las antiguas pesetas; por otro similar de 1851 por 3 millones. Un buen día, la familia de José María Ramírez le plantea que regrese a Alicante. Su madre era mayor.

En la celebración de su cincuenta cumpleaños prometió que volvería antes de cumplir los sesenta.

Así fue. Seis meses antes de ser sexagenario, José María clausuró sus acciones en Madrid y muy solo volvió a Alicante.

Desde hace poco tiempo dirige y relanza un negocio enjuto Aún sigue, ilusionado como un niño con sus sellos y sus monedas. Una vida entre arte y antigüedades.

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