Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Pequeña gran mujer

Esta mujer ha estado sesenta años interna: 21 en la beneficencia y los restantes como criada

Menuda. Charlatana. Noble. María Dolores García Iborra forma parte del paisaje del casco antiguo de Alicante. Su recorrido diario, salvo en caso de resfriado, trascurre entre su vivienda, situada en la Calle Cienfuegos, la Calle Mayor y en la Plaza del Ayuntamiento donde ha encontrado un amigo, Álvaro que vende cupones junto a su madre en los soportales de la Casa Consistorial. María Dolores vocea los números de la suerte que custodia el muchacho casi invidente para mejorar su maltrecha condición económica.

Es pilla. Lista. Tiene un corazón de caballo que ha superado las adversidades de una vida cruel y difícil desde que nació, en 1952.

La madre de María Dolores, vecina de La Vila Joiosa, la parió en la enfermería del Hogar José Antonio, en el distrito de Campoamor, un centro multiuso de beneficencia que atendía a personas necesitadas y que, además, fue el principal hospicio de la provincia. Ahí se quedó. Y ahí resistió, sola, hasta lo 21 años, la edad máxima para seguir interna. Su mejor recuerdo lo personaliza en el doctor Pedro Herrero, un gran hombre. De los malos momentos prefiere no hablar: «Tantos años entre monjas y curas y sólo sé leer, escribir, sumar, restar y nada más».

La madre iba a visitarla de vez en cuando. A su padre lo conoció cuando tenía ochos años, poco antes de fallecer arrollado por un tren en el término municipal de Altea. Otro drama para la pequeña gran mujer, siempre interna con las monjas que «eran muy puñeteras y elegían a sus favoritas y a otras nos tocaba trabajar durante toda la jornada». Esta mujer lo pasó fatal: poco cariño en la infancia y menos en la adolescencia. De vez en cuando va a misa.

Hizo la maleta y empezó a buscar nuevos trabajos en Alicante. Pronto encontró acomodo como empleada doméstica, como criada, en un familia de solvencia económica. Y continuó siendo interna en decenas de hogares alicantinos sin monjas ni curas por en medio.

Se jubiló hace tres o cuatro años. También se ha dedicado a pasear perros de familias de clase alta, como ahora lo hace con Lucero, su can que sacó de una jaula de la Protectora de Animales.

Reside cómodamente en un piso del Patronato de la Vivienda y sobrevive con una pensión de pocos más de 300 euros mensuales. Va tirando como puede.

Toda la mañana en la calle, formando corrillos entre viandantes para charlar de lo divino y de lo humano, mientras que intenta con sutileza y cierta gracia que sus interlocutores compren algún cupón a Álvaro, que permanece todas las mañas sentado en su silla plegable y una mesa playera.

María Dolores García Iborra es un pequeña gran mujer.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats