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La soledad del contribuyente

Tras el increíble resultado de las elecciones en EE UU, son muchos los que se plantean qué sentido tienen los valores que les inculcaron desde niños

Visto que el nuevo presidente norteamericano paga pocos impuestos, cosa de la que se vanagloria, pese a su gran fortuna y rentas, sin que sus votantes le hayan castigado, muchos se plantean por qué seguir pagando impuestos a gobiernos que desoyen los dictados de la razón, de la solidaridad, de la generosidad. Así que quienes defienden a pies juntillas el estado del bienestar, se preguntan si no estarán pagando demasiados impuestos para tener estos gobernantes y recibir cada vez menos prestaciones.

A menudo se escuchan opiniones en torno al exceso de presión fiscal en nuestro país y, cada vez menos, sirven las buenas palabras y la alabanza a la solidaridad como argumentos convincentes. En España, son cada vez más los que se niegan a que, para alcanzar las metas del equilibrio fiscal que exige Bruselas, haya que elevar algo más el IVA y otros tributos, y seguir recortando gastos sociales, antes que suprimir gastos inútiles, eliminar duplicidades, cargos sin funciones, sobresueldos, asesores y tantos otros servidores que a nadie sirven.

Pensaba en cómo y cuánto nos acompañan los impuestos en cada uno de nuestros actos, con el fin de nutrir a cada una de nuestras administraciones: estatal, autonómica y municipal, al imaginar a un contribuyente y vivir con él, la ficción de lo que podría ser el desarrollo de una jornada, puntualizando los impuestos que le acompañan. Acompáñenme.

Al despertar

Con el despertar, nuestro protagonista conmuta la luz, y su consumo lleva implícito el IVA y el impuesto especial sobre la electricidad, aunque sus cuantías le resultarán difíciles de descifrar en la opaca factura. Ambos impuestos le perseguirán cada vez que emplee aparatos eléctricos a lo largo del día o de la noche, por lo que me ahorraré la exhaustividad. Acude al baño y usa el inodoro, pero no deberá deleitarse con el murmullo de las aguas, porque por ello, por la limpieza bucal, ducha y aseo personal, le exigirán el IVA, y además otro impuesto: el canon de saneamiento. Siempre, por el uso del agua, aun cuando sea para beber. Así que piensa que debería corregirse el refrán, por el de «agua que no has de usar ni beber no la dejes correr».

Se sienta a desayunar y con el primer mordisco recuerda que los alimentos y bebidas no se libran del IVA. Menos mal que no toma alcohol tan temprano, porque habría soportado también el impuesto especial sobre el alcohol. Al ser fumador, con el café, da rienda suelta a su vicio, y considera que al adquirir la cajetilla pagó, además del IVA, el correspondiente impuesto especial sobre el tabaco. Piensa cómo se beneficia el fisco, porque de esos impuestos no se entera la gente, al estar la carga fiscal incluida en el precio, y al no mostrarse su importe es indolora. Es lo que se conoce como «efecto anestesia».

A trabajar

Nuestro amigo se acicala, se perfuma (IVA) y sale a la calle sonriente (sonreír no tributa). Se dirige al garaje por el que satisface anualmente el IBI. Entra en su automóvil, y recuerda que al comprarlo pagó el IVA y el impuesto especial de matriculación. No debió bastarles, se dice a sí mismo, porque el ayuntamiento, cada año le liquida el impuesto de vehículos o de circulación. Observa que el indicador del depósito le pide auxilio y se dirige a repostar. A la chita callando, le cargan el IVA y el impuesto especial sobre carburantes. Aprovecha para comprar la prensa, pan y una revista, paga el IVA por todo, y sin más dilación se dirige al trabajo.

Como es último de mes, le han ingresado en cuenta su retribución. Observa en la nómina que le han descontado las cotizaciones sociales (impuesto sobre el empleo) y le han dado un buen pellizco con la retención a cuenta del IRPF, dejando su retribución mensual irreconocible.

Después de tres horas de intenso trabajo, sale a tomar un café (IVA) y ante el desapacible frío, pide un brandy (IVA e impuesto sobre bebidas alcohólicas) para así regresar al trabajo más templado. Al salir, le ofrecen décimos para el sorteo de Navidad de la Lotería Nacional, y compra tres, aunque piensa que si le tocara le retendrían un 20% por el impuesto recayente sobre premios superiores a 2.500 euros. Pese a ello estaría encantado, incluso aunque tendría que pagar anualmente, por su riqueza, el impuesto de patrimonio.

A comer

A la hora de comer, decide acercarse a un restaurante de las afueras, para romper con la monotonía diaria. Está distraído, dándole vueltas a la carga fiscal que soporta, y en un stop, golpea al coche que le precede. Tras los consabidos reproches de conductores, se intercambian los datos, extrae el recibo del seguro y en él observa el IVA, y otro impuesto más, prima de seguros, que ignoraba. Perdido el apetito, se dirige a una gran superficie para tomar algo ligero y un café; compra algún que otro alimento, agua y refrescos, además de un buen libro, sin que ninguna de esas cosas se libre del correspondiente IVA. Regresa al trabajo, y por fin, ya anochecido decide que es hora de volver a casa, lo que está deseando para cenar, deleitarse con un buen vino, (IVA e impuesto sobre el alcohol), y disfrutar con la lectura del libro.

Mientras conduce no consigue evadirse, piensa que vive en un piso de su propiedad, por el que paga anualmente al ayuntamiento el IBI, la tasa de basura y del alcantarillado. Duda estos días, entre realizar en él algunas obras de ampliación, pero el ayuntamiento le exigiría la tasa por licencia urbanística y el impuesto sobre construcciones, instalaciones y obras; además se devengaría el IVA por el coste total, o venderlo tal como está, pero el comprador pagaría el impuesto sobre transmisiones patrimoniales, y él, el impuesto sobre actos jurídicos documentados, la plusvalía municipal y, además, también tendría que incluir la ganancia patrimonial en el IRPF: todo un dilema.

Sin descanso

Abrumado por los diferentes impuestos llega a casa y empieza a no sentirse bien, por lo que decide tomar un medicamento para relajarse. Observa en el envase que no se libra del correspondiente IVA. Mientras Arlequín, su perro, se coloca a sus pies, observa, obsesivo, que en la chapa municipal consta que ha pagado el arbitrio sobre tenencia de animales.

El sueño le invade, y antes de caer en él, se dice que debería atraer pensamientos positivos, así que se felicita por no realizar una actividad económica de importancia, que le libra del IAE, en no ser titular de ningún título nobiliario (impuesto sobre actos jurídicos documentados) y hasta de no ser aficionado a la caza, por lo que se ahorra el impuesto sobre gastos suntuarios. Hasta se olvida de las muchas tasas que le exigen cada vez que solicita la utilización privativa, la prestación de algún servicio o la realización de actividades, con lo que le abandona la sensación de amargura que le ha estado acompañando? Mañana será otro día.

Acabo ya con la simulación, y dejo a criterio de cada lector su juicio sobre la concordancia entre la fiscalidad que se soporta y las contraprestaciones sociales que se prestan.

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