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Los dos lados de una misma verdad

Se calcula que cada año un millón de perros son maltratados en el mundo. Una cifra escalofriante, ¿verdad? Pero, ¿y en nuestro país? ¿Existen también tantos casos?

Los dos lados de una misma verdad

No les miento si les digo que viene todas las semanas al albergue. Es hombre de imprecisa mediana edad, con ojos claros pero mirada turbia. Viste pantalones cortos, camisa de color indefinido y una poblada barba que, junto a la gorra que lleva, tapa casi toda su cabeza.

Colgada sobre su espalda, porta siempre una mochila vieja y sucia, casi tanto como él, sobre la que sienta a esperar en la puerta del albergue.

Cuando le veo le saludo educadamente, le pregunto cómo está y le digo que, como sabe por las anteriores veces que ha venido, no puede llevarse a su perro. Él, en tono agresivo, me insulta con las escasas palabras que habla de español. Es lituano y sólo conoce su lengua. No habla inglés ni ningún otro idioma; sin embargo, a gritos, signos y desmanes reclama su perro y, en tono agresivo, nos amenaza a todos una y otra vez.

Habla de él como su compañero de vida. Dice que no tiene más familia que ese animal, que lleva más de diez años en España y que siempre vivió con él. Te explica que la calle ha sido estos últimos años el hogar de los dos. Cartones, mantas y el cielo como techo? Así, hasta que la Policía le quitó el perro.

Y reconozco que al escucharlo, inevitablemente, te da pena. Te imaginas la soledad de ese hombre y las penurias que, a lo largo de todos estos años, ha podido conocer. Y, por supuesto, piensas también en su perro, un cruce de pastor, anciano de puro viejo, de orejas gachas y costillas marcadas en su cuerpo, uno de esos mejores amigos del hombre que en su pasado también lo ha sido del hambre.

Vive en una jaula y anda siempre tumbado, ensimismado y ausente, mirando hacia la nada. No ladra, tampoco se le ve triste o apagado, es como si no estuviera allí, como si su vida se estuviera desarrollando en otro lejano lugar. Quizás, el ser medio ciego le ayuda a olvidar y aislarse de un mundo del que, desgraciadamente, siempre conoció sólo lo malo? Supongo que, por eso, cuando su dueño viene al albergue y le llama con gritos desgarradores desde lejos, el animal ni se mueve ni se inmuta. Permanece tumbado como si no lo conociera, como si fuera la primera vez que escucha su voz.

El caso es que, como les decía antes, supongo que es normal que te dé pena pero, sin embargo, hay una razón muy importante por la que ese perro y él, probablemente, jamás volverán a estar juntos. La Policía decidió un día retirárselo, sí, pero, no fue por gusto, lo hicieron por las palizas que le pegaba al animal y la cantidad de testigos que habían visto la agresividad con la que se ensañaba con el mismo.

Y ustedes se preguntarán y, por cierto, yo también: ¿cómo es posible?, ¿cómo puede ser que, la misma persona que ahora tanto lo echa de menos, sea quien más daño le haya hecho jamás?

La explicación es tan dura como real? Cuando el hombre está bien lo quiere como a un hermano pero, cuando está mal, lo repudia como un demonio. A ratos daría su vida por él y, a ratos, se la quitaría? ¡Malditas drogas que cambian tanto a las personas en tan poco tiempo! ¡Maldito alcohol que muestra la peor cara de cada una de ellas!

Así que, como puede imaginarse, nada de todo esto es fácil. Es duro ver al perro así y, por qué no decirlo, duro también ver a ese hombre que no es consciente del daño que causa a ese animal.

Quizás por todo eso son muchas las personas que, a diario, nos llaman preguntando por el caso y queriendo saber por qué la Policía no devuelve el perro a ese hombre al que ven llorando por las calles gritando el nombre de su animal? Igual que, por cierto, desgraciadamente, lo hacen otras personas también en nuestra ciudad que últimamente han estado, incluso, imputadas o investigadas por delitos de maltrato animal pero que, una y otra vez, niegan los hechos con argumentos imposibles como: «No fue que no le diera de comer, fue que no se comía lo que le daba», «No fue que le pegara, fue que él mismo se dio un golpe» o «No fue que lo matara, fue que él mismo se murió».

Esas y otras muchas frases escuchamos perplejos a diario y, verdaderamente, si no fuera por las heridas de los animales, por las marcas del hambre o por las pruebas encontradas en cada caso que directamente les incriminan, llegarías a creerte lo que dicen porque te lo dicen convencidos, llorando con sentimiento y corazón, aunque, eso sí, media hora más tarde, en cualquier esquina o portal, los escuches reírse alocadamente abrazados a un tetrabrik de vino, enfermos de vino y alcohol. ¡Qué pena!

Y no crean que la historia que hoy les traigo sucedió hace tiempo? No, al contrario, está sucediendo ahora mismo. De hecho, mientras escribo estas últimas líneas, de nuevo vuelvo a escuchar sus gritos desgarradores al otro lado de la puerta llamando a su perro, mientras pienso: ¡Pobre hombre culpable! ¡Pobre animal inocente!

Nota: En el albergue de animales de Alicante, en el Camino Viejo de Elche, viven muchos animales abandonados esperando familias que decidan adoptarles y darles de nuevo una oportunidad. Mientras tanto la Protectora de Animales de Alicante cuida de todos ellos. En el Arca de Noé rescatamos aquellos animales salvajes que necesitan ayuda. Más información en:

www.fundacionraulmerida.es

o www.animalesarcadenoe.com

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