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Un Noé del siglo XXI

Dentro de El Arca de Noé

La Conselleria de Medio Ambiente y Frank de la Jungla se suman a los rescates de Raúl Mérida para El Arca

Raúl Mérida, un Noé del siglo XXI en Alicante

Raúl Mérida, un Noé del siglo XXI en Alicante

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Raúl Mérida, un Noé del siglo XXI en Alicante Andrés Valdés

Ataviado con su característico chaleco y dirigiendo su mirada casi infantil a los nuevos visitantes, Raúl Mérida recibe a los periodistas como si fuesen los primeros que visitan el interior de este recinto de la partida alicantina de Tángel.

«Bueno, esto que vais a ver es el milagro de los panes y los peces», comenta entre risas. Es como prepara a la gente para las precarias instalaciones que hay el interior de la finca El Roal, un recinto cerca de Alicante donde pastan, dormitan y trepan las decenas de animales que forman el Arca de Noé. Inofensivos conejitos, desconfiados puercoespines, tigres de 300 kilos; cada uno en su parcela o jaula se cura de las secuelas del tráfico, el maltrato o el abandono. El Arca de Noé no es ni una clínica veterinaria ni un zoológico, sino un centro de rescate que recupera y reubica animales salvajes y exóticos y que se convierte en santuario de por vida para aquellos que no tienen posibilidad de ir a otro lugar.

Al frente del proyecto, una fundación que da cobertura a muchas todas las acciones de su presidente, propietario de clínicas veterinarias, presidente de la Protectora de Animales de Alicante, divulgador y colaborador de INFORMACIÓN Raúl Mérida. Un verdadero señor de los animales desvalidos, afable como un hobbit, que tiene la misión de acoger a toda criatura herida o fuera de lugar de la que tenga noticia. «No hacemos distinciones; aquí cabe cualquier animal salvaje. Llevo veinte años sin vacaciones y si me llamas a las tres de la mañana te cojo el teléfono», suele decir.

Recorremos el interior y la trayectoria del Arca al inicio de una nueva temporada en la que suma nuevos aliados y afronta retos: a su larga relación con el Seprona de la Guardia Civil y con Aduanas, se suman los acuerdos alcanzados con la Conselleria de Medio Ambiente para convertirse en centro de referencia para rescate de equinos y el convenio con SCS, la sociedad del presentador animalista Frank Cuesta, para devolver animales salvajes a sus hábitats de origen. Mucha actividad nueva y una fecha en rojo: a principios de diciembre caduca la cesión del Ayuntamiento de Alicante de la antigua perrera municipal, en cuyas instalaciones se desarrolla el trabajo del centro.

La finca El Roal es un espacio ocupado por varios complejos de jaulas y parcelas conectados por la que era la casa del guarda de la antigua perrera. Se la adjudicó en régimen de concesión administrativa la Fundación Internacional de Protección de Animales Raúl Mérida (Fiparm) en 2008 para hacer un delicado trasplante: llevarse los animales del antiguo Arca de Noé, un santuario que dirigía Serafín Domenech desde 1997 en un paraje de su propiedad en Benimantell, a una nueva localización que permitiera seguir con la labor de rescate de animales.

Tras su puerta principal, muros de hormigón, rejas, mallas y árboles en un paraje que parece la típica parcela de campo de l'Alacantí. «Venid, vamos a ver la zona de reptiles».

Mérida elige empezar por regalar al fotógrafo una estampa familiar de estas criaturas de sangre fría. En una de las jaulas, adaptada con ramas y una cubierta de policarbonato, ocho iguanas de todos los tamaños posibles se estiran unas sobre otras para captar el calor aumentado por el plástico. Para estos lagartos selváticos que el tráfico de especies y la venta online han intentado convertir sin éxito en mascotas, estar en grupo y bajo efecto invernadero es lo más parecido a una vida normal que van a tener.

«Víctimas de las modas», reza el encabezamiento de los paneles informativos atados a la celda de las iguanas. «Su venta está prohibida, pero con internet es muy fácil conseguirlas. Las tienen en casa hasta que se escapan o se hartan de ellas», comenta el conservador.

Al final del muro hay un cobertizo con varios terrarios. Una pitón albina enrollada con el tamaño de un neumático copa los primeros comentarios. «Me llamaron los inquilinos de un piso que se la encontraron en la mudanza. Los anteriores se la habían dejado allí». Duerme, no es su época de actividad.

El lugar está limpio y es funcional, pero las condiciones de seguridad no resisten una sesión fuerte de vandalismo. El lugar parece más fruto del esfuerzo de un naturalista particular que el centro de rescate que utiliza el Seprona para llevar los bichos que se encuentra en las redadas -el tráfico de droga y de animales, «van de la mano con mucha frecuencia», cuenta Mérida-.

Todos los habitantes del Arca tienen una cosa en común: querer escapar. Salvo algún animal domesticado sin futuro, como la oveja atropellada que perdió una pata y se recupera en la parcela de herbívoros-, la mayoría son salvajes y exóticos, por lo que ni están acostumbrados a vivir con el hombre ni se encuentran en su hábitat. Si lograran salir de allí, no sobrevivirían ni en libertad ni domesticados.

Un simpático mapache se acerca a buscar los dedos del cuidador en las celdas del otro lado del patio. «De pequeños son muy monos y se acostumbran a alimentarse del biberón. Por eso la gente se cree que se pueden tener como mascotas. En realidad, el instinto les sale a los tres años: empiezan a disputar el territorio atacando o a intentar escaparse. Y se abandonan en cualquier sitio. Pasa igual los coatíes, son especies invasoras. Se fugan y los que sobreviven se comen a los tejos y a las nutrias de nuestro campo. Las autoridades permiten su exterminio para evitar que críen, así que quienes los compran deben saber que están firmando su sentencia de muerte», explica.

Aquí acaban muchas compras por capricho en el mercado negro. Hay guacamayos gigantes y yacos de cola roja en la pajarera -«los traen en los mismos transportines en que viajan los animales grandes, pero con un doble fondo»-, una llama del altiplano andino que rompe la lógica de la parcela de equinos, galápagos de California letales para el medio ambiente. Dos de los tigres del zoológico que Ángel Fenoll, el señor de la basura, utilizaba para amenizar las vistas de quienes visitaban su tristemente famoso vertedero en Orihuela...

Pese al cautiverio que sigue implicando estar en el Arca, vivir aquí significa haber escapado de la tortura y del exterminio y tener una vida digna: espacio, comida, compañía y atención.

«Sin centros como este, su destino es el sacrificio. O en algunos casos, la paradoja de volver a manos de sus dueños», cuenta el protector de animales. La Administración procede como un autómata ante especies extrañas: sanciona, recupera, inscribe el animal a su nombre y busca unas instalaciones adecuadas para que lo custodien. Como no dispone de ninguna, se apoya en entidades privadas sin ánimo de lucro como Primadomus, en Villena, o el Arca de Noé. Si no existe esta opción, devolverlos con sus captores es la absurda alternativa al sacrificio.

«Por eso es tan importante que exista este lugar: aquí lo mantenemos hasta que encontremos un lugar mejor para él o, si no lo hay, para que esté bien mientras viva».

«Las aves y los animales pequeños están bien. Los que están peor son los felinos», admite Mérida, dando paso al recinto de grandes felinos.

La primera jaula tiene unos 20 metros cuadrados, rejas que terminan en verjas cerradas, un olivo y un cobertizo. Tumbado junto a la puerta, Solo. Es un león viejo que tuvo la mala suerte de caer en las garras de los dueños de la Penélope en las postrimerías de la ruta del bakalao valenciana. «Lo usaban como atracción de una discoteca. Está sordo por la música y ciego por los flashes de las cámaras». No ve ni oye, pero conserva el rugido intacto para avisar a unos visitantes que sólo intuye. Esta su casa y será su tumba; no hay esperanza en el exterior para este animal roto desde cachorro.

«Rescaté hace poco a dos leoncitos de un circo de Cataluña. Eran pequeños y todavía podían desarrollar los instintos y vivir en su hábitat. No en libertad, porque no sobrevivirían, pero sí en una reserva. Hablé con la organización de Kevin Richardson, el susurrador de leones, y me dijo que se los quedaría en la finca de Sudáfrica», cuenta Mérida. «Es una pasada verlos por primera vez en su entorno después de haberlos sacado de un camión de circo». Tres leones raptados para servir de espectáculo, dos logran volver a casa, viene a contar, como si la triste vida de Solo hubiese sido vengada al menos en el terreno de la justicia literaria.

Lo ideal, cuenta Mérida, es que el Arca fuese únicamente un lugar de paso para animales que van a cambiar un lugar de maltrato por un parque zoológico digno o un santuario. Por eso se apoya en Primadomus, un verdadero resort para animales maltratados pero exclusivo para primates y grandes felinos que está a muy pocos kilómetros, para trasladar macacos y monos pequeños confiscados - de hecho no tiene ninguno en El Roal ya-. Esta semana ha estado intentado quedarse con el oso que malvive en una caravana en La Nucía, con la vista puesta en dos reservas que conoce en Sevilla y en Ucrania, pero parece que su dueño «se hará cargo» de él.

A estas alturas de la visita, el perfil de Mérida ha alcanzado gran diversidad.

-Raúl, tú haces esto pero eres abogado...

-Estudié Derecho, pero yo soy un protector de animales. Comunicador animalista, en todo caso. Lo mismo me pillas limpiando porquería en una jaula que negociando con un alcalde para llevarme a un animal.

Este trabajo que conoce tan bien es donde radica el reto que le propuso a su compadre Frank Cuesta, más conocido como Frank de la Jungla. «Le dije: vamos a hacer cosas serias, vamos a juntarnos para reubicar animales». Sobre la mesa, un convenio Fiparm-SCS cuyos resultados pueden tener eco en una nueva temporada del programa del conocido animalista de la tele.

Pero eso está por ver. Lo que es seguro es que después del convenio que ha firmado con Medio Ambiente van a llegar más burros abandonados como Españita, más ponis tuertos por las palizas de sus dueños como Nevado y, casi seguro caballos desnutridos por redadas en chalets y fincas decadentes como de la que escapó la llama que se encontró en la autovía.

Mira la parcela, como preguntándose si dará abasto. «Nuestras instalaciones garantizan la seguridad, pero son humildes. Un centro de este tipo debería contar con medio millón de euros al año. Éste sobrevive con 50.000», sonríe el director del Arca. «Menos mal que recibimos carne de una fábrica de embutidos, fruta de varias fincas agrícolas y comida que sobra de Mercalicante, así como muchos donativos». Cualquier alianza es válida si multiplica panes y peces para que coman los animales.

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