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«Rob Doscuatrouno», el ilustrador solitario

Dibuja y pinta de forma convulsiva, ha escrito más de 200 canciones de rap

«Rob Doscuatrouno», el ilustrador solitario PEPE SOTO

Siempre estuvo atraído por el arte: comunicarse con los demás como mejor sabía: con pocas palabras. De niño se ocultaba de las enseñanzas tradicionales en un rinconcito del aula con un lápiz y una cuartilla o con un trocito de plastilina entre sus manos. Crear, sí o sí. No había otra. El diablo de la rebeldía juega a los dados.

José Antonio Durá nació en Elche en 1970. Asistió al colegio público ilicitano Ferrández Cruz hasta que la familia decidió instalarse en Santa Pola, donde su padre, marinero de oficio y lobo de mar por vocación, embarcaba durante meses en busca de gambas en aguas saladas de Canarias, Marruecos y allá dónde el patrón ordenara. Ahí arribó la familia Durán, el menudo José Antonio y sus cuatro hermanas mayores.

Pocos amigos recuerda entre los pupitres; tampoco en las calles santapoleras ni en sus playas. Rob no sabe nadar. Dice que no servía para estudiar, pero ya se había iniciado, tímidamente, en el mundo del espray pinteando muros o la música. Descubrió el hip-hop, movimiento formado por varias formas artísticas, que surgió en el Bronx y Harlem (Nueva York) entre jovenes latinos y afroamericanos. El hip-hop le facilitaba todo lo que soñaba: música, baile, rap y pintura y del que fue pionero en estos terreno con ilustres personajes como «Tom Rock». Siempre discreto y humilde, compone música en su ordenador desde un estado de terror y fobia a los que ocurre más allá de las cuatro paredes de su vieja morada. «No llego a la enfermedad pero estoy afectado por el «hikikomori», un síndrome por el que quienes lo sufren se aislan totalmente del resto de la sociedad», asegura Rob.

El la puñetera mili destacó algo en un mundo de locos y llegó a ser cabo primero en Zaragoza, galoncito que los generales sólo otorgan a soldaditos con algo más que plomo. Él seguía con el lapicero y la plastilina entres sus dedos. José Antonio Durá, con la cartilla militar sellada, se convirtió en «Rob Doscuatrouno», admirado en las tropas del hip-hop y de la ilustración libertaria, que en su caso es amable y cómica.

Defiende el lenguaje de la ilustración desde una humilde morada enclavada en el barrio del Calvario, en Santa Pola, que comparte con su anciana madre y con su hija, Celeste.

«No hago cómic; lo mío es el cómic», dice Rob. Ha grabado al menos 200 canciones de hip-hop y en su espacio creativo es venerado por gentes de toda España y de otros países. «Cada uno nace para algo. Mi padre fue un lobo de mar y yo me inspiro en el cine, en el cómic, en el hip-hop y no me puedo desvincular de los graffitis ni de mi mundo». De vez en cuando vuelve a visionar la película «Los supervivientes de Los Andes», dirigida por Franck Marshall y que lo cautivó.

Rob, desde su refugio del Calvario ve el mundo como una mentira. Cree que la gente miente: «Esto es un escaparate para comprarlo todo, aunque pocos saben lo que necesitan».

Come, piensa, escucha y dibuja. Poco sale a la calle. Le agobia el autobús y sus pasajeros. Esta entrevista la mantuvimos al anochecer en el bar La Coveta, que regenta Álex, amigo de ambos. Me gustó el tipo. Discreto, solitario y de ojitos vivos.

Hablamos de lo suyo y de lo nuestro. Él anda enfrascado en publicaciones variopintas entre fascines y fotocopias, como una revista que quieren parir asiduos a la zona del Mercado Central de Alicante.

Considera que la libertad no tiene política. El sigue con los cómics, como cuando era chaval, con lecturas de «Roberto Alcázar y Pedrín», «Superlópez» o «Mortadelo y Filemón». Ahora se inventa sus personajes y sus colores, en torno de un fuerte tufillo a graffitis y rap.

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