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Luz, creatividad a base de radial, arte y valores

De un trocito de papel hace una escultura; de un tornillo y una pletina de hierro viejo construye un singular jamonero; de un taco de madera, todo lo que se pueda imaginar

Luz, creatividad a base de radial, arte y valores PEPE SOTO

Luz creció en el centro de Alicante. Estudió en las Carmelitas «con muchos pájaros en la cabeza». Estaba parida para crear. Finalizado el bachillerato se empleó en una zapatería y, más tarde, como dependienta en Julio El Madrileño, un próspero negocio dedicado a la venta de ropa, ya desaparecido. Allí diseñó su primera colección de moda con el dinero que le prestó su hermano Pedro, también del gremio. Disfrutaba del día libre semanal cada jueves, que aprovechaba para repartir el trabajo a las modistas y surtir de género a los comercios. Su propio jefe, al enterarse de que la chica del mostrador se dedicaba a diseñar moda, le compró algunas prendas.

En esos días de finales de los años ochenta, Luz ayudó a su amigo Alfonso en la inauguración de un pub situado en la plaza de San Nicolás. Entre servicio y servicio conoció a Emiliano, un extremeño con acento alemán que apareció en la escena. Se enamoraron. El muchacho acababa de llegar junto a su familia de Alemania 27 años después de emigrar. Emiliano apenas pronunciaba palabras en castellano y trabajaba como fisioterapeuta.

Cuatro o cinco meses más tarde la pareja pilló el petate y se marchó a Vic, con el consiguiente cabreo familiar. Emiliano se dedicó durante un tiempo a la importación y exportación de coches alemanes de segunda mano. Más tarde cambió los vehículos por aparados y materiales utilizados en las clínicas de fisioterapia.

De Vic a Barcelona. Luz se metió en un mundo de hombres. Abrió una ortopedia en el barrio de Sarrià, un mercado poco accesible para gente humilde por el elevado precio de los productos. Bajó los precios y entabló relaciones con el doctor Borell, traumatólogo del Fútbol Club Barcelona, que envió a su despensa de artilugios a deportistas como José María Bakero, Eusebio Sacristán o el mismísimo Iñaki Urdangarín. También fabricó corsés. «La ortopedia era un trabajo duro, muy duro y tenía que desarrollar el arte entre valores y autoestima», recuerda.

Tres años después, la pareja decidió dejar la ciudad para trasladarse a una zona rural. Mapa en mano encontraron su nuevo destino: Dosrius, en el Vallé Oriental. Una escapada a la naturaleza que duró 17 años. Luz inició una frenética actividad en el ámbito de la creación: obras realizadas con el reciclaje de restos de metales, maderas, papeles... En esta mezcla de materiales, poco manipulados e ideas, se basa su trabajo, que luego vende entre amigos, vecinos o comerciantes. Le encanta el olor a hierro, a radial y a la soldadura.

En Dosrius pronto se hizo popular. Organizó actividades efímeras en la calle en las que participaba todo el pueblo en torno a monumentos llenos de colores para el disfrute de los parroquianos en cualquier celebración. También inició una tarea docente en institutos de esta comarca catalana cercana a Mataró. Su misión, según dice, era clara: «Que los jóvenes comprendan las oportunidades de creatividad que les brinda la vida». Luz basa el aprendizaje en criterios de motivación.

En la familia ya eran cuatro. Ese «equipo fantástico», como ella dice, decidió regresar a Alicante. «La tierra tira mucho». Con la casa a cuestas, se establecieron hace poco más de un año. Emiliano trabaja desde casa con medio mundo. Los chavales, Omar y Mario, estudian, y Luz del Mar sigue enfrascada entre sus trastos, la cocina y al frente de un clan ya adaptado al lugar del que partió hacía 27 años.

El salón de la casa es una exposición de trabajos que lleva entre sus manos: esculturas de hierro y madera, colgantes, centros creados con hojas de páginas amarillas o lámparas engalanadas con flores hechas de papel de cocina.

Paciencia tiene.

Además, sobre la isla de la cocina están presentes dos platos repletos de dulces que acaba de elaborar. Creatividad hasta en el paladar.

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