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«Ramonet», el «hippie» que se hizo encofrador

Se libró de la mili por no dar la talla. Es uno de los personajes más conocidos del Barrio alicantino

«Ramonet», el «hippie» que se hizo encofrador PEPE SOTO

Un millón de vueltas en busca de paz, decencia y felicidad. Ramón García Quesada sólo asistió al colegio público de la localidad nazarí de Cuevas del Campo hasta que se vistió de marinero en la Primera Comunión. Nacido bajo el techo de una casa-cueva necesitada de manos para el campo, el chaval no tuvo más remedio que pillar cada amanecer un hatillo con un trozo de pan y algo de tocino y chorizo para enfrentarse a una tierra repleta de olivos y de pequeñas huertas de labranza en largas jornadas de calores y frío. Es el segundo de ochos hermanos. Su padre falleció hace unas semanas; su madre sigue en este pueblo del Campo de los Aljibes al frente del hogar y de los suyos, que acuden cuando pueden.

Intensas labores para el menudo chiquillo. Hambre a la vez. En 1967, emprendió su primera aventura lejos de algarrobos y olivares. Tenía 14 años. Acompañado por uno de sus tíos, llamado Ramón como él, llegó a Alicante en busca de un trabajo, que no encontraron. De paseo por el puerto se toparon un barco que partía hacia Ibiza. Ahí se montaron con los dineros justos. Partieron caída la tarde y pisaron las tierra isleña ya de día. «Vivimos dos días muy jodidos, sin un duro y pocas expectativas de trabajo». Sin una peseta en el bolsillo, el único medio para regresar a casa era reunir unos cuartos y embarcar. Tío y sobrino consiguieron los pasajes. Navegaron rumbo a Valencia. Y de nuevo al pueblo, en auto stop. Pero al chaval le llamó la atención la isla. Ya campaban por allí los primeros «hippies» que, de diferentes nacionalidades, se instalaron en comunas: vidas alejadas del consumismo, en pequeños paraísos de libertad y misticismo.

Permaneció varios meses en Cuevas del Campo. Quería establecerse en Ibiza. Allí fue a parar acompañado por un amigo. Trabajó en la construcción, y como jardinero en un campo de golf de Cala Llonga, en Santa Eulalia, y en todo lo que podía hacer con sus manos para sobrevivir. Se integró temporalmente en la comunidad «hippie» Cinco años en las Islas Pitiusas: «Fueron los mejores de mi vida», asegura.

Se libró de la mili por no dar la talla; Ramón García Quesada mide 1,59 metros y los de su quinta debían superar 1,60 para servir a la patria.

Se cansó de Ibiza, regresó a la península y se afincó en Altea la Vella, otro lugar frecuentado por colectivos «hippies» e intelectuales. Siguió con las mismas faenas: jardinería y albañilería, aunque empezó a formarse como encofrador. Después de un lustro en la localidad de la Marina Baixa se trasladó a Sant Vicent del Raspeig donde compartió su vida con una mujer. La pareja se separó y Ramón, ya conocido cariñosamente como «Ramonet», trabajó unos meses en Bilbao como encofrador. Tres veces acudió a la vendimia y tres veces regreso sin un real: «Allí ahorrabas si no salías ha ningún sitio y yo no paraba».

De nuevo en Alicante, residió unos meses en la plaza de Manila y desde hace más de 20 años en el Casco Antiguo de Alicante, en el Barrio, donde se ha convertido en una persona apreciada por sus vecinos y visitantes.

Militó en el Partido Comunista de España (PCE) y en el sindicato Comisiones Obreras (CCOO), pero se hartó y envió los carnés a hacer gárgaras. Sigue votando a los suyos, dice.

La crisis económica y el parón experimentado en el sector de la construcción empujaron a «Ramonet» al paro, que concluyó. Tuvo que soportar años de penuria económica. Apenas le llegaba la pensión para pagar el alquiler de su vivienda de la calle Argensola.

Lleva unos meses prejubilado. El último trabajo que tuvo fue como encofrador en la estructura de un edificio de la barriada de La Florida, junto al Puente Rojo. La jefa comunicó a los trabajadores que disfrutaran de un mes de vacaciones. Alegres aunque desconfiados, se marcharon a casa una tarde de verano. Cuando regresaron a la obra todo se había acabado: la empresa había desaparecido.

«Ramonet», el «hippie» que se hizo encofrador, siempre ha vivido pegado a los castillos con sus barbas y sus ojos azules que se iluminan cuando sonríe.

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