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Hacia la náutica popular

El sector busca clientes de bolsillo medio mientras se dispara el negocio de alquiler de barcos

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Como en casi todos los sectores que pueden contar que han sobrevivido a la crisis, lo que queda en la náutica hoy no se parece a lo que había en 2007. Los años en los que se veían megayates en todos los puertos de la provincia y había lista de espera para comprar amarres en los clubes náuticos y marinas deportivas dieron paso a un lustro de carteles de «se vende» y bajas masivas en la masa social de los otrora felices -y exclusivos- clubes náuticos. Las ventas de embarcaciones se desplomaron hasta un 70% y clubes como el Real Club de Regatas de Alicante perdían más del 40% de sus miembros. El desarrollo de la navegación probaba ser un síntoma del ladrillo.

La imagen de opulencia que ha transmitido siempre la náutica ayudó a que se derramaran pocas lágrimas por los pantalanes abandonados y durante los primeros años de esta década, pero según cuentan los empresarios que han mantenido su negocio en los puertos, la imagen que se repetía en los muelles era la de una flota arrasada que lograba no hundirse más gracias a la calma chicha del estancamiento económico.

Hoy el horizonte trae señales nuevas y confusas que no todas las empresas del mar interpretan de la misma manera. El inmovilismo sigue marcando la rutina en los clubes, mientras que los empresarios de compraventa de embarcaciones ven que los números crecen levemente aunque siguen en el fondo del precipicio. Pero al mismo tiempo, el alquiler de barcos para pasear o para navegar sin patrón se convierte en el mejor negocio de la náutica actual.

También hay señales que anuncian un cambio en el perfil de los usuarios: el protagonismo que tenían los yates de constructores cuya eslora era inversamente proporcional al conocimiento náutico de su propietario pasa ahora a decenas de pequeños veleros y lanchas de las clases medias enamoradas del mar. La náutica sienta las bases para vivir su momento más popular.

«Durante los cuatro primeros años no veías movimiento en el club náutico ni en verano. Ahora sin embargo hay más barcos, ves que van cambiando de manos y que la cosa se mueve», asegura Gonzalo Barrio, instructor de la escuela de buceo Anthias en Santa Pola.

Comparte ecosistema con los demás marinos y su observación del entorno es acertada. Los datos que maneja la Asociación Nacional de Empresas Náuticas (ANEN) confirman que hay movimiento en las capitanías marítimas que registran las matriculaciones de barcos en toda España y en especial en Alicante. El pasado mes de mayo se situó como la tercera provincia con mayor número de ventas de embarcaciones de más de 2,5 metros -las que tienen obligación de estar identificadas-. Así, se registraron 139 ventas en Alicante, mientras que en las dos potencias principales españolas, Baleares y Barcelona, se produjeron 323 y 248 respectivamente. Se están mejorando las cifras de 2015 y las empresas muestran optimismo.

Todo el que puede mostrar un sector que ha recibido una brutal cura de humildad: en 2015 se gestionaron un total de 4.654 operaciones, mientras que en el último año del boom, 2007, se hicieron 12.617 matriculaciones. «Es el año que usamos siempre como referencia, porque es donde más alto se llegó», admite Carmen Herrero, responsable de prensa de la asociación.

Han cambiado las actitudes. Ahora desde la náutica no sólo se critican las leyes sino que se busca un cambio de imagen para impulsar la actividad. Con campañas como «#embárcate» quieren romper con «la imagen del empresario de mediana edad» y empezar a relacionarse con la idea de «gente joven y familias». «Nos gustaría acabar con esa etiqueta de producto de lujo y elitista. El 80% de la náutica española está formado por embarcaciones pequeñas de 8 y 12 metros de eslora», apunta la responsable de comunicación.

Es la categoría media en un sector en el que cuatro metros macan una diferencia enorme. De 16 en adelante se consideran barcos de lujo, como los que fabrica el armador afincado en Santa Pola Astondoa. Este subsegmento es tan exclusivo que si la empresa mantiene sus puertas abiertas es «gracias a nuestra presencia en el mercado internacional», según el responsable de marketing de la compañía. No quedan ya bolsillos en España para comprar yates como los del fabricante santapolero, que superan los 8 millones de euros.

Pero sí familias que en lugar de tener un apartamento en la playa se compran un barco para navegar, y con ellos quiere hacerse las fotos la náutica de la postcrisis. «¿Hay ricos en el sector? Sí, por supuesto, pero el 90% son clase media que en lugar de tener una segunda residencia tienen una embarcación de recreo», cuenta Carlos Sanlozano, secretario de ANEN.

Por ello, una de las reclamaciones que abandera su organización es la retirada del impuesto que grava la compra de embarcaciones nuevas con un 12% -conocida como impuesto de matriculación- adicional al 21% de IVA. Al final, un 33% más. Para Sanlozano, este gravamen supone «la mayor carga fiscal sobre el sector náutico de toda la UE» y «la principal limitación del mercado» español.

Lo que reclaman es cambiar la legislación -«nadie ha cambiado nada desde que se aprobó el impuesto en el año 92»- y elevar la «barrera del lujo» hasta esloras de 16 metros en adelante. «Se dinamizaría el sector y se recaudaría mucho más por impuestos directos», promete Sanlorenzo.

Cuando, a pesar de la mala situación económica, una familia puede plantearse una inversión de 20.000 euros en un velero pequeño, lo que separa al barco de sus potenciales dueños es una barrera psicológica que por su propio interés ANEN y los clubes náuticos se proponen derribar. «En España se trata a la náutica con una frivolidad y una falta de cultura enorme. Por eso somos el país con más kilómetros de costa de Europa a la vez que el desarrollo de la náutica en Italia nos multiplica por nueve, Francia por cuatro y hasta Grecia, con un PIB más pequeño que el nuestro, nos multiplica por dos. La cultura por el mar es inmensa fuera de España», lamenta el secretario.

En este nuevo tiempo de precariedad, hiperconectividad y consumo compartido, los gestores de clubes y marinas deportivas han entendido que tienen que comunicarse mejor para atraer a una población que sigue fascinada por el mar pese a que muy pocos están habituados a cruzar la boya que separa la zona de baño de la de navegación.

Parece que cuando la toma de contacto con aguas profundas se hace desde una playa pública en lugar de un muelle privado las reservas son menores. El buen momento de las actividades marinas más accesibles como el buceo, el remo y las distintas modalidades de paddle, kite y wind surf «están atrayendo también a mucha gente a la vela y a la náutica. Estamos perdiéndole el miedo al mar, que parece que nos intimida», asegura Inés Herrador, directora del Real Club de Regatas de Alicante y también representante de los 20 clubes de la provincia. Por eso una de sus principales ocupaciones es la de promover las escuelas y lograr el «bautismo» de los niños desde muy pequeños. «En verano hacemos campamentos intensivos donde conocen todo lo que pueden hacer en su mar. Luego tienen escuelas de vela y de remo si quieren seguir», asegura.

Y no. No es tan caro. O al menos eso asegura Herrador. «Un padre que quiera traer a su hijo a clase pagará 40 euros al mes, sin cuota de socio si no quiere. ¿Cuánto cuesta el tenis, o un club de fútbol donde pagan hasta 90 euros?» se cuestiona la directora.

Sin embargo, los datos dan la razón a la sentencia de que surcar el mar es para unos pocos. Porque en un país de 45 millones de habitantes, la Confederación Española de Asociaciones de Clubes Náuticos (CEACNA) apenas cuenta con 200.000 usuarios entre socios titulares y deportivos, lo que supone un 0,5% de la población total. En Alicante, Herrador cifra en «cerca de 20.000» los usuarios de clubes náuticos, lo que representa un poco más del 1% de la población censada. Una enorme minoría.

En el club alicantino no hay interés por comprar amarres. Y con el escaso tránsito de turismo náutico -la provincia es la líder de un segmento que generó cuatro millones de euros en los puertos de la Comunidad en 2015- en los puertos de la capital frente a la lista de espera por entrar en los equipos de vela y remo, la directora sabe que el futuro pasa por convertir el club en una especie de gimnasio con material propio y con espacio para embarcaciones para alquilar. Y muchos socios.

Por eso trabaja fuerte en crear una cultura náutica en la ciudad. «Las personas de este país vivimos de espaldas al mar y vivimos casi en una isla. ¿Cómo es posible que tengamos una "Semana Blanca" para esquiar y yo me haya tenido que inventar una "semana azul" para traer niños a las escuelas?», se pegunta.

También cree que los clubes, a los que han ido accediendo las clases medias progresivamente desde los 60, no han sabido comunicar esa ruptura con el elitismo y abrirse a la ciudad. «Pero ahora ya viene gente que nos dice cosas como "pensaba que me iban a meter una clavada" o "no sabía que esto era así"», cuenta Herrador.

En el puerto de Santa Pola, muy cerca de donde las lanchas y catamaranes tabarqueros se sacan los ojos por llevarse a los turistas a la isla vecina, David Fernández saca su velero del puerto y saluda al patrón de la empresa de barcos chárter de la competencia mientras entra en la bocana con un grupo de clientes en la cubierta. «Nos llevamos todos muy bien. Hay tanto trabajo que nos pasamos clientes cuando no damos abasto», cuenta el gerente de Wind Sales.

En los tres años que lleva en el mundo del barco chárter ha visto cómo la moda de alquilar un barco con patrón para dar un paseo de media jornada o realizar una travesía de varios días ha crecido desde las dudas hasta la creación de nuevas empresas en la provincia y la adquisición de nuevos barcos, como el catamarán que acaba de incorporar como segunda nave. Con precios que van desde los 40 euros por persona que vale un paseo de mañana o tarde hasta los 1.200 que puede costar alquilar un velero entre siete amigos y pasar un fin de semana en el mar, el uso del verbo «fondear» tiene garantías de empezar a volverse popular.

Para estos nuevos perfiles, alérgicos a las hipotecas y los compromisos económicos a largo plazo, empiezan a surgir los «clubes de navegación», donde en lugar de tener un barco en propiedad «se pagan 400 euros al mes por el derecho a navegar una serie de días al mes», según Sanlorenzo. Un paso más para que la cultura marina española pueda algún día equipararse a la de países con menos costa y renta pero también menos complejos y prejuicios.

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