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Carpio, de la hormigonera al coleccionismo

Ha almacenado 80 millones de sellos y tres millones de monedas, que guarda en perfecto orden

Carpio, de la hormigonera al coleccionismo PEPE SOTO

Su madre, Milagros, lo parió en Jaén. 27 días más tarde el matrimonio y sus dos hijos asentaron su residencia en Alcoy, donde el padre, Manuel, ocupó una plaza de médico especialista en digestivo en el ambulatorio de la Plaça de Dins.

Estudió primaria en el colegio Salesianos, en La Salle bachillerato y acabó el COU en el instituto Pare Vitoria. No quiso estudiar más. Sentía pasión por el fútbol, no como futbolista, sino como organizador de torneos para chavalines, después de un humilde pasado como jugador en equipitos de La Salle, junto al exconseller Miguel Peralta u otros colegas como Olcina o Llopis.

Se hizo entrenador, pero volvió a vestir de corto: como árbitro en campeonatos escolares y, más tarde, a petición del Colegio de Árbitros, en la liga local de adheridos, en partidos llenos de patadas, insultos y demasiadas broncas en los campos de Bellavista o El Barranquet. Recuerda sin nostalgia un enfrentamiento entre el Casa de Andalucía y el Atlético de Córdoba, en Alcoy, donde uno de los puñetazos que le zurraron le dejaron «grogui» tendido sobre la tierra. Siguió con el silbato de los demonios, aunque pronto perdió interés por el arbitraje y se metió a vender coches. Y dedicado desde niño a recoger, organizar y guardar sellos, monedas, billetes, y todo aquello que pueda configurar una colección.

El 15 de junio de 1988, Jesús Carpio tomaba un café en el céntrico bar Sicania. En sus manos cayó un ejemplar del periódico local «Ciudad» y se encontró con una oferta tentadora: «Se busca comercial». Había cumplido 24 años. Se presentó a la convocatoria a la que fue requerido en Alicante. Y logró el trabajo como vendedor en la empresa Hormigones del Vinalopó, emplazada en Villena. Ni idea tenía Jesús de aquel pastoso y empedrado material: «Aprendí mucho de hormigón y de ventas gracias a Juan Martínez», recuerda.

Su vida siempre ha estado aliada con el hormigón. De Villena a una planta de Mutxamel como vendedor. Años más tarde fue contratado como gerente en Mediterránea de Cementos, donde sus propietarios eran dos expelotaris vascos: Enrique Sarasola y Jorge Jacobi, el primero de ellos amigo de Felipe González, entonces presidente del Gobierno. El hormigón se transformó en un negocio tan rentable que atrajo a grandes inversores, como los mejicanos que fundieron decenas de plantas en Cemex.

La década de los noventa marcó el futuro de Carpio. Trabajó en una empresa dedicada a la construcción de piscinas y fue fundador de la mercantil Tizor, propiedad de Enrique Ortiz Selfa. En 1998 se hizo empresario. Con cuatro duros creó Hormigones San Vicente, en el barrio de El Tubo. Jamás ha recurrido a sus padres. Los negocios los ha hecho solo o con socios capitalistas.

Ahí sigue Carpio, en su planta de hormigón a escasa producción desde los primeros golpes de la crisis económica que ha paralizado el sector de la construcción en los últimos diez años. «En este país hacen falta ideas; no podemos centrar nuestra economía sólo en el turismo. Necesitamos industrias primarias para intentar ayudar a una generación perdida y para evitar que otras sigan el mismo camino», opina.

La mayor parte de sus beneficios los ha dedicado a la filatelia y a la numismática. Cultiva esta afición desde los 15 años, influenciado por su abuelo, jefe de correos en una estafeta jienense. Guardaba todo lo que encontraba. Compraba en la vieja tienda de Emilio Garijo y los domingos se desplazaba a Alicante en un autocar de La Alcoyana que surcaba el puerto de La Carrasqueta para participar en el trapicheo de compra y venta de reliquias de papel o de metal o todo aquello que se pudiese recopilar.

Su patrimonio lo componen más de 80 millones de sellos, dos o tres millones de monedas y diversas colecciones de billetes, cromos o carteles. No sabe cuánto puede valer el tesoro que guarda en una planta baja.

Ya está preparado para dar un patadón al hormigón y a demás áridos. Tiene previsto abrir en pocas fechas su tienda de filatelia y numismática en Sant Vicent del Raspeig. Otra aventura de Jesús Carpio, posiblemente el hombre que mejor almacena y codifica en su cerebro el tiempo pasado.

Vuelve a empezar con muchísima memoria.

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