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Matemáticas, residuos y el mediador

Semana y media

Matemáticas, residuos y el mediador efe

Lunes

REENCUENTRO

La irrupción de Anguita en la tribuna mitinera de Iglesias ha desencadenado una tempestad de tertulianos que giran la peonza de si la escena beneficia o perjudica a Unidos Podemos, la flamante marca del comunismo reciclado. Teniendo en cuenta que la mitad de los votantes de la nueva formación no sabe quién es Anguita y la otra mitad está lo suficientemente harta como para prescindir de si les apoya un político jubilado o la momia de Lenin, la incógnita se reduce al efecto que pueda tener este idilio declarado entre esos votantes del PSOE que pueden decidir el «sorpasso» o, más científicamente, a sus repercusiones en el escrutinio ya que, según monsieur D'Hondt, dos más dos no son exactamente cuatro sino cuatro y pico. La retorcida matemática es tanto más sutil cuanto menor es el margen de separación entre el último diputado de veinte circunscripciones y sus perseguidores. Así se entiende que el «mi reino por un caballo» de los cuatro partidos en la batalla del 26-J vaya a ser un escaño hasta ahora irrelevante por Soria o Guadalajara.

Martes

SEÑALES DE HUMO

El baremo de la sensatez establece que un Estado eficiente no tolera la acumulación incontrolada de residuos tóxicos, hace cumplir las sanciones impuestas a los infractores y adopta por cuenta de éstos las medidas precisas para minimizar el riesgo. Este vademécum no puede provocar más que sonrojo cuando comienza a disiparse la niebla recauchutada sobre Seseña. Siguiendo un proceso lógico bastante español, el principal sospechoso es sin duda el alcalde, que hace un mes advirtió al gobierno autonómico de que la situación era literalmente incendiaria y por ello cabe maliciarse su implicación en un país donde se suele llamar agoreros a los precavidos. Nada que ver con el presidente García Page, quien ayer aplazó su navajeo doméstico con Pedro Sánchez y se personó a pie de obra con un chaleco reflectante de peón caminero para balbucir esencialmente «yo no he sido». Descartadas las responsabilidades institucionales (la hipótesis del alcalde pirómano parece estrafalaria), la única explicación decorosa de tanta miseria negligente sólo puede ser la sempiterna fatalidad, nuestra tercera institución emblemática tras la tortilla de patatas y el gol de Iniesta.

Miércoles

EL HUÉSPED

Acerca de la visita de Otegui al parlamento catalán se puede escribir muy poco sobre Otegui pero mucho sobre degeneración colectiva. Otegui no deja de ser un terrorista ortodoxo que racionaliza la muerte ajena como una herramienta táctica comparable a la pantalla de plasma de Rajoy, la coleta de Iglesias o las infranqueables sonrisas de Rivera y Sánchez, lo que es tanto como legitimar el asesinato en función de su rentabilidad electoral: hace unos años, descerrajar un tiro en la nuca del guardia civil era provechoso; hoy se le saluda cortésmente en su garita de la prisión. Carece de sentido exigir arrepentimiento a quien planteó el recurso a la violencia en estos términos funcionales y sigue obrando consecuentemente. Ahora bien, todo esto coloca a los anfitriones de Otegui en la delicada posición de quien convalida su indignidad, algo que puede sorprender moderadamente en Esquerra, escandalizar también moderadamente en los despojos del «pujolismo» y resultar coherente en la CUP, que en el fondo siempre ha lamentado carecer del vigor armado de sus parientes vascos.

Jueves

ENVIADO ESPECIAL

García Margallo ha ordenado a nuestro embajador que regrese a Caracas para velar por la integridad del medio millón de compatriotas residentes en Venezuela entre los que ha incluido con cierta pesadumbre al expresidente Rodríguez Zapatero. Bien, se impone añadir otro misterio célebre al catálogo habitual del Triángulo de las Bermudas y el monstruo del lago Ness: qué hace Rodríguez Zapatero en Venezuela. La explicación oficial asegura a que ejerce como mediador entre el presidente Maduro y el parlamento en un clima callejero de crispación provocado por la carestía y el enconamiento político. Los bienpensantes arguyen que el ansia infinita de paz de Zapatero es idónea para domar a Maduro, un charlatán que por el momento ha llamado golpista a Aznar, torturador a Felipe González y racista a Rajoy, acusado a los medios informativos españoles de ser panfletos neocolonialistas e insinuado que el exilio venezolano oculta un cártel de proxenetas. Este lenguaje de espadón hace sospechar que en realidad Zapatero está siendo manipulado como pelele propagandístico, lo que casaría con su condición universalmente acreditada de iluso un tanto narcisista.

Viernes

LA PACHANGA

Tengo dificultades para aclimatarme a las combustiones mentales del Gobierno: sus esfuerzos por impedir el referéndum norcoreano de Mas fueron tan perfectamente descriptibles que la prevaricación chirrió; en cambio, ahora ha deformado una norma dictada contra el racismo y la xenofobia ampliándola a la previsible exhibición de «esteladas» durante la final del próximo domingo. La justificación es ridículamente peregrina: la «estelada» es un símbolo político y éstos están proscritos en los espectáculos deportivos. Pero este argumento también es aplicable a las banderas españolas que sin duda agitarán los seguidores del Sevilla, ya que la selección española no va a jugar. El incidente no puede resultar más periférico respecto de lo esencial, que es el menosprecio o simplemente chunga hacia símbolos e instituciones que la ley obliga a respetar. Y como desde que expiró el caballo de Espartero no ha habido nadie con las dimensiones testiculares adecuadas para suspender un partido de fútbol por una escandalera pollina, poco importa si el domingo hay «esteladas», banderas escocesas o un grupo de «castellers» dispuestos a inmolarse desplomándose sobre el palco borbónico.

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