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Ejemplos de integración

Seis historias que prueban que la integración de la cultura musulmana es posible en Alicante

Ejemplos de integración

Sadiq Khan, londinense, abogado, casado, musulmán, de origen paquistaní, hijo de un conductor de autobuses, una costurera, criado en viviendas sociales, miembro de una familia de siete hermanos, laborista, moderado y desde hace una semana alcalde la que posiblemente sea la capital cultural y financiera del Viejo Continente. Una historia de éxito social que reconcilia a Europa por unos momentos con su historia y con un presente marcado por la radicalización y la incertidumbre. Colamos siete páginas con argumentos para la esperanza en una actualidad marcada por la bienvenida a Pegida y a Donald Trump, el rechazo a los refugiados y el miedo al Estado Islámico. Historias que ocurren ya en la Universidad de Alicante, en Benidorm, en la Zona Norte de la capital, en Torrevieja o en San Vicente y que ayudan a respirar en un mundo rabioso y taquicárdico que parece empeñado en replicar cada 100 años sus grandes errores.

Souad

«Poneos los moros, que yo no pinto na, hermano», dice el chico a sus compañeros de instituto. Es el único de origen español en la puerta del IES Virgen del Remedio y el tono con el que se dirige a sus compañeros es idéntico al que usaría un atlético si un fotógrafo estuviese haciendo un reportaje sobre seguidores del Real Madrid. No hay desprecio, ni enfado, sólo cachondeo. No puede haberlo en un centro donde hay negros haciendo palmas con los gitanos, colombianas y marroquíes posando para Instagram y cientos de otras escenas adolescentes en un centro con 26 nacionalidades y la edad del pavo como patria común. Buen rollo en el recreo, pero una olla a presión en algunas calles de la Zona Norte alicantina donde la mezcla y la precariedad la convierten en una comunidad inflamable.

Pero el detalle es distinto. Y esperanzador. En el despacho de mediadores, Souad Kchitil recuerda con sus compañeros Vicente y Maurilio cuando un chico ruso empezó a maldecir a los suyos mientras abrazaba a un compañero ucraniano que había perdido a un familiar en los bombardeos. A cientos, miles de kilómetros de donde crecieron sus padres, estos chicos atraviesan la adolescencia en un país que les es tan extraño como el que visitan una vez al año para ver a sus abuelos. «A quién pertenezco es la cuestión de esta generación», asegura Souad.

Filóloga de 36 años, nacida en Larache, Marruecos, y con un master en Mediación, ha subido «escalones cuatro veces más grandes» que los demás para ser una posgraduada de nacionalidad española más. Ahora está en una atalaya desde donde ayuda a los recién llegados a superar los obstáculos que ella escaló sola. Como mediadora en el instituto, hace de hermana mayor de los estudiantes, de amiga de las madres y de consejera de los padres hablando indistintamente en árabe y en castellano.

Con un visado de turista, se convirtió pronto en una sin papeles hasta que tuvo contratos de trabajo. La reagrupación familiar le permitió vivir con sus padres y sus hermanas en una casa de Carolinas donde no sobraba nada. Ella se integró a codazos, pero sobre la mesa. Estudiando el bachiller en el nocturno, aprendiendo español en una ONG y en los huecos que le dejaba el trabajo de cajera, limpiadora o cuidadora.

Hubo un momento en que no pudo más y casi se rinde. Cuenta que le pretendían y que varios hombres le ofrecían «el oro y el moro». «Me ofrecían una vida que no estaba mal, casarme, tener mi familia y cuidar de ella, no tener que preocuparme por nada», explica. Pero una profesora tiró de ella y la ayudó a seguir estudiando. En gran parte por eso hoy trabaja en un instituto rodeada de historias como la suya.

Chicas en búsqueda de sí mismas que un día se ponen el velo y al otro se lo quitan, padres que se niegan a tratar sus problemas familiares con una mujer que además es madre soltera, jóvenes nacidos en España de padres argelinos o marroquíes que se saltan las clases y «se hacen los bordes y los fuertes porque los demás se ríen de ellos». Desarraigo, rechazo, incomprensión y mucha ira que ella ha sabido transformar en una energía limpia y reutilizable.

Conoce el barrio y lo que se cuece en cada casa. «Por eso son importantes programas como este», señala a Vicente, el mediador gitano, y a Maurilio, también técnico de mediación, italiano y casado con una colombiana. «Yo trabajo desde aquí; en la prevención de los problemas. Si no la cuidan y esto estalla, que no vengan a buscarme después», asegura. Los tres tienen el sueldo asegurado hasta noviembre. No consiguen financiación municipal para su programa. Y eso que es de la edad y ha sido compañera de clase de media lista de Guanyar Alacant.

Habla de conflicto social, pero de radicalización religiosa, de momento, no tiene noticias. De padres de chavales que «llegaron aquí para trabajar en la construcción, que de alguna manera ayudaron a levantar este país y que hoy tienen 40 ó 50 años, están paro, seguramente tienen problemas de salud y se sienten excluidos». De ese tejido esta hecha la tensión en un barrio que es un gueto aunque nadie lo llame así. Por eso trabaja en esto, porque sabe lo fácil que es dejar de estudiar cuando el analfabetismo y la necesidad te saca de la biblioteca. Y de lo manipulable que te vuelves. «Cuando eres inmigrante no te vas a hacer rico nunca, por eso es tan importante la formación».

Hoy se declara «mujer, feminista islámica» y defensora de «una reinterpretación del Islam». «Antes no me atrevía hablar así, ha sido durante la formación de mi yo cuando he aprendido. Eso es un trabajo individual, pero necesitamos que nos den herramientas para hacerlo», apunta esta joven que cría sola a su hija, que cree en Dios sin velo y practicando a su manera y que cuando escucha a un ulema lo primero que hace es ver dónde estudió y a qué escuela pertenece. Ser crítica, en esencia.

Emana poderío y le queda rabia para sonar política y decidida. Carne de lista electoral, que rechazó. «¿Qué me queréis, porque queda bien tener a un gay y a una musulmana, no?», les contestó. No volvieron a llamar.

Hany

Licenciado en Filología hispánica por la milenaria universidad de Al-Azhar en El Cairo, Hany El Erian tiene la condición de ulema o experto en la ley islámica por haberse graduado la institución más prestigiosa en estudios coránicos y principal referencia cultural para los suníes, la rama más ortodoxa del Islam e interpretación que comparten alrededor del 90% de los musulmanes. Puede dictar fatuas, como un juez puede dictar sentencias, y crear jurisprudencia con ellas. Un poder que muchos ulemas han usado como arma arrojadiza contra opositores, intelectuales y cualquiera que hayan considerado enemigos del Islam.

Un negociado que a Hany, por lo que transmite, no le interesa demasiado. Hijo de uno de los fundadores de los Hermanos Musulmanes -«lo que sería el Opus Dei para los católicos»-, llegó a España a principios de los 80, donde lo primero que llamó su atención fue «la sensación de libertad». «Yo venía de un estado policial, un país gobernado por Mubarak donde la gente no puede expresar sus opiniones», cuenta en el despacho de la UA donde organiza su tarea docente. Una tierra en la que su personalidad abierta «chocaba» con la de su padre. «Me di cuenta de que era más moderno de lo que pensaba», cuenta con una sonrisa debajo del bigote.

En aquella España ilusionada, un joven egipcio educado, simpático y casi bilingüe podía hacerse un hueco como profesor universitario y tener ambiciones más allá del campus. «Abrí también una tiendecita de souvenirs en Benidorm, luego otra de deportes y así hasta cuatro», explica, como si todo hubiese venido sin esfuerzo. Hoy tiene varios negocios, un cochazo y la primera traducción al árabe de Tirant Lo Blanc a punto de entrar en el horno. La gente puede hablar de él como un hombre de cierta posición, aunque aclara que «mientras otros dormían, yo trabajaba», sin dejar de sonreír.

Una integración que le permite ser invitado a las fiestas de Biar y comentarle a sus amigos que «tampoco pasaría nada si no queman el muñeco, por que es de mal gusto», en relación al castigo que tradicionalmente se inflinge a «la Mahoma» en las fiestas de la reconquista de este pueblo del Vinalopó, o admitir que «no cuesta nada vestir con camisa y dejar la chilaba en casa», cuando se le habla de los barrios de la provincia que se han convertido en estampas del Magreb.

Musulmán creyente y de práctica relajada -«sí que hago el Ramadán»-, no bebe alcohol ni come cerdo por cuestiones culturales y se siente plenamente integrado. «Yo no he renunciado a nada, soy egipcio y soy español. Mi mujer es de aquí, mis hijos son españoles». Tiene resuelto el problema de la identidad, seguramente porque ha podido poner en cuestión las etiquetas y fabricarse unas nuevas con lo mejor de ambos mundos, a los que representa y asiste como profesor y portavoz empresarial.

El problema de la integración actual lo ve en los sitios donde este proceso es casi imposible. «La adaptación de una persona con conocimientos universitarios es muy sencilla, pero verás que en un gueto sólo hay un 1% con formación. Los jóvenes no encuentran futuro y lo que hacen es buscar el pasado, porque sólo en él encuentran la gloria. Y ahí está el problema. Es un problema también de identidad, no se sienten ni de la sociedad de acogida ni de la de origen».

Aunque admite que los musulmanes «tienen un gran problema al intentar vivir en el siglo XXI con las leyes del VIII», ve pequeños avances. Como el del gran mufti de Egipto, Ali Gomaa, quien acaba de despenalizar la venta de alcohol y carne de cerdo a los musulmanes siempre que sea para terceros y ellos no los consuman. «Se trata de facilitar la vida a la gente que viva fuera, en Occidente. Se necesita más gente que diga cómo modernizarlo», apunta Hany.

Se reconoce conservador, más próximo al PP y a Ciudadanos que a otros partidos, y aunque hay quien le ha susurrado poder al oído, de momento no le interesa representar más que los empresarios de su entorno mientras escribe un prólogo donde, por si acaso, recuerda a sus lectores que los insultos a la religión y a los musulmanes que van a encontrar en el libro los profiere un guerrero cristiano del siglo XIII, no el traductor.

Mohamed

Hablar de guetos en Torrevieja le parece un chiste a Mohamed El Mansuri. «El 60% de la población es extranjera aquí, hay pisos donde conviven rumanos con marroquíes y rusos con españoles», asegura con cierto orgullo en la voz. Marroquí y español, nació «en el hospital comarcal de Melilla», cuando «no se nacionalizaba a los hijos de extranjeros», por lo que adquirió la nacionalidad hace apenas un año y dos meses, según explica este joven de 23 años criado entre Nador y Salt, Girona, un pueblo con la misma estructura de extranjeros que Torrevieja pero con un largo historial de titulares en la sección de Sucesos.

Mohamed, con una FP en Administración de Empresas, es asesor del PSOE de la ciudad. Mamó política en casa y desde los 13 años, cuenta, se interesa por el gobierno de lo público. Su abuelo fue alcalde de su ciudad y su padre, presidente de un sindicato de comerciantes de muebles. Fue «expulsado del país por Hassan II». Montó su propia fábrica de muebles en Cataluña, como explica por teléfono. Reconoce que él vino «con casa en España» y en unas condiciones de bienestar que no son las habituales entre los magrebíes, pero sí ha tenido «a gente muy cercana pasándolo mal».

Mohamed ha encontrado la manera de engarzar sus circunstancias con su entorno y es la figura de referencia, asegura, para la comunidad árabe y musulmana de la ciudad. «Vienen a verme a mí; ni al párroco, ni a Cáritas, ni al concejal» sostiene, con el discurso corto, claro y que deja puntos suspensivos propio de los políticos. Se ha integrado muy bien en la sociedad española: el único enemigo que percibe es el PP. «Han intentado ya hacerme daño, pero no lo han conseguido. Aquí ya no gobiernan pero todavía se siente su política de amiguitos».

Se declara «creyente light» y, al estilo Sadiq Khan, no ve ninguna incompatibilidad entre sus creencias y el matrimonio entre personas del mismo sexo. «Como dijo Pedro Zerolo, amar no es ilegal. Para mí, lo único que es incompatible con el Islam es la violencia», asegura Mohamed.

Tampoco le fascina, como al resto de entrevistados en este reportaje, la carne de cerdo. Todos ponen el mismo ejemplo: «es como comer perro para ti». No suele haber réplicas. «Si hay jamón y cerveza en una fiesta del partido, que los ha habido, yo hago como tantos otros y tomo fanta y ganchitos».

Naima

«Islamista, integrista, exportador de inmigración, petróleo... Esa es la imagen que los españoles tienen de mi país y yo me siento en la obligación de mejorarla, trabajo para dar a conocer la imagen oculta de mi país. Tenemos cine, literatura, varias lenguas, teatro... No sólo té y pastas». Naima Benaicha, profesora del departamento de Filologías Integradas de la UA y compañera de Hany, llegó a estudiar a España en los 90 y cuando se quiso dar cuenta se había convertido en una especie de embajadora de calidad para conectar dos sociedades cercanas.

No se enteró de que estaba viviendo un proceso de integración mientras estudiaba y accedía a la docencia universitaria. Desfilaba en comparsas cristianas en las fiestas de Callosa d'en Sarrià sin ningún problema. «Era como si me llamara Inma en vez Naima», juega. La profesora, soltera, de ideas laicas y con dos identidades nacionales, se da cuenta tanto del precio del desarraigo como de las posibilidades de estar en medio de ambas culturas. «Conozco a las dos partes, y hay que tener en cuenta que el grupo es distinto al individuo. Cuando vienen aquí, ya sean de Túnez, Argelia, Senegal o de donde sea, ven que pueden comprar carne halal, ir a la mezquita, que no están solos. Y eso cuesta romper». Admite que sus compatriotas y el resto de árabes y musulmanes tienen que poner un poco más de su parte por participar en la sociedad local.

Pero tiene claro que desde las administraciones también pueden hacerse muchos más esfuerzos por evitar la formación de zonas excluidas. «En las mezquitas se hace un doble trabajo de enseñanza de la religión y de la lengua. El árabe no es la lengua de sus padres, es la del Corán. Es un idioma desconocido para muchos de ellos, es como el latín, y van allí a aprenderlo desde muy pequeños. Lo que se está haciendo es inculcar la religión a través del idioma, y pienso que debería haber opciones laicas para estudiarlo», concluye Naima.

Su vocación de separar identidad, nacionalidad y religión es tan fuerte que se queda con el adjetivo «mora» antes que «musulmana». «Me parece hasta cariñoso, según como se pronuncie. Musulmán es como si alguien te llama a ti cristiano, sin más».

Ni cree ni quiere la «integración absoluta. «Es imposible: no somos iguales ni tenemos que pretender serlo. La integración total se llama asimilación, y eso implica rechazar la cultura propia. La lógica debería ser yo te acepto a ti porque me has acogido y tu me aceptas porque enriquezco tu cultura», asegura la profesora.

Una lógica que, pese a la radicalización de ambos bandos en Europa y en Oriente Medio, demuestra tener buenos valedores en el entorno cercano.

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