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Guillermo, una vida de barra y ensaladillas

Pocas vacaciones y discretos lujos para un alicantino entregado a su tierra y a sus costumbres. Su bar será sexagenario el último día del próximo agosto

Guillermo, una vida de barra y ensaladillas PEPE SOTO

Hijo de un cochero llegado de Xixona que transportaba pasajeros por Alicante en un carruaje tirado por dos caballos que cada día estacionaba a las puertas del Casino, Guillermo Maciá Durá, vecino de la barriada de Carolinas, soportó las crueldades de la Guerra Civil. Los bombardeos se sucedían día tras día. «Muchas noches me quedaba a dormir en el refugio porque estaba algo delicado», asegura.

Guillermo sufrió paludismo en plena contienda. No olvida el maldito 26 de mayo de 1938, día en el que aviones fascistas italianos lanzaron una despiadada tormenta de bombas sobre el Mercado Central. Más muertos en plena miseria. Estaba sentado en un pupitre de la academia de don José Varó. Al estridente y cruel sonido de las sirenas, maestro y colegiales buscaron un refugio cercano. Sólo tenía ocho años.

Al año siguiente, el hambre y la pobreza le obligaron a buscar trabajo. Se colocó como aprendiz en la barbería de Gadea, situada en la calle San Fernando, donde recibía escasas propinas de clientes tan pobres como la cerrada guerra. Dos años más tarde cambió de oficio y trabajó como freganchín en el Bar Nacional (Internacional se llamaba antes de que la censura de Franco cambiara lápices por escoplos), donde, además de sueldo, tenía comida y un sencillo aunque limpio uniforme.

A los 14 años se empleó como barman en el Bar Consuelo, de nuevo en la zona del Mercado Central. Allí atendió al personal durante 14 años, incluidos los 20 meses metido en los hangares y barracones del viejo aeropuerto de Rabasa para atender a la patria.

El 1955 se casó con Paquita. La pareja se instaló en la calle Pinoso, donde nació su hijo Guillermo. El joven camarero se enteró de que Pedro Galiano quería traspasar su taberna «El Pelaílla», en un cantón entre las calles Pintor Velázquez y Juan de Herrera. Pidió prestadas 100.000 pesetas a la Caja de Ahorros del Sureste para pagar el traspaso. Hecho: Guillermo en la barra y Paquita en la cocina. Comenzaron a trabajar muchas horas y demasiados días. Y, además, criando niños en un bar o tienda de venta de licores, refrescos y un escaso variado de alimentos. El salazón y, sobre todo, la ensaladilla fueron sus especialidades, como también las comidas caseras.

Ahí comenzó su mejor historia: el Bar Guillermo, algo más que un bar, tasca o restaurante. Diferente. Sin complejos: hay lo que hay. El templo de la ensaladilla, de los salazones y, al tiempo, una casa de comidas de ajustado precio. Allí crecieron Guillermo, Paco y Juan Carlos, sus progenitores.

El destino, además, le envió tres importantes vecinos: las gentes que compran y venden en el mercado; locutores, técnicos y periodistas de Radio Alicante, y directivos y futbolistas del Hércules, todos establecidos en un trocito de la calle Pintor Velázquez, al lado de la taberna.

Casi sesenta años más tarde sigue en el negocio que ya lo gestiona su hijo Paco. Pero a eso de las nueve de la mañana, el viejo Guillermo se sienta en su mesa para ilustrar las ensaladillas y, después, despojar cáscaras de quisquillas, gambas y cigalas. Ahí sigue plácidamente hasta el mediodía, cuando ya se marcha a su cercana casa a descansar al lado de Paquita.

En la barra sigue Emilio, que vale más que su pueblo de El Bonete, y su hijo Paco, entre ayudantes de urgencia; Jesús García en la cocina con Lolita y Bea, y Duque como camarero de un comedor casi de arco iris.

Por todo, gracias Guillermo.

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