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Hora de despertar

El movimiento para ajustar el horario español al estándar europeo cobra fuerza

Las empresas han descubierto que sus empleados producen más si adaptan el trabajo a los horarios familiares. ANTONIO AMORÓS

Hora de dejar de ser «different». Improductiva, jerárquica, anticuada y, lo que ya resulta insoportable, pobre. España, sparring del choque entre bloques en los años 30 y espectadora de gallinero en la II Guerra Mundial, no quiso perderse el partido de su equipo y adelantó su reloj una hora para seguir al minuto lo que ocurriera en Alemania y en Italia. Franco forzó el guiño aunque supusiera que cuando Roma y Berlín amanecieran en Madrid seguiría siendo noche cerrada. Con la derrota del Eje, el último fascista de Europa se encontró al frente de un país en ruinas, con legañas y en ayuno forzoso cuyo único horizonte era prosperar solo. Sin plan Marshall ni socios extranjeros, pero con un discurso grandioso y autárquico que viajaba por radio, instauró oficiosamente en la posguerra la jornada laboral de sol a sol. La siesta, hasta entonces una solución al infernal mediodía de los trabajadores del campo, se extendió más en las ciudades donde empleados de todo tipo compaginaban trabajos de mañana con empleos de tarde, obligando a los oficinistas a darse una tregua en el intermedio y relegando la jornada de ocho horas a la condición de utopía postindustrial para países con mejor suerte.

En ellos, las familias cenaban juntas después de una dura jornada de trabajo por la mañana que liberaba las tardes para comprar, pasear o socializarse antes de que las diez metiese en la cama a los más trasnochadores. A la misma hora, en España empezaba la recta final del día: un padre deslomado entraba a casa y bendecía la mesa una hora antes de que los niños se fuesen a dormir.

El milagro económico de los 60 llenó las tiendas de nuevos productos que se vendían en el viejo horario, sin que la sobremesa ni la siesta pareciesen nada del otro mundo hasta que los primeros guiris llegaran a Benidorm y nos dijeran, mientras cenaban a plena luz de la tarde, que nuestras costumbres y nuestro horario eran muy raros. «No somos raros, somos diferentes», zanjó hábilmente un ministro, a la vez que los aeropuertos se llenaban de turistas y las carreteras de utilitarios.

Una excusa genial donde cabían tanto las singularidades como las anomalías. Mientras el país crecía al 3% anual, nadie se preguntó la diferencia: España se sabía la envidia de Europa porque sabía cómo progresar sin dejar de siestear, de trasnochar y de ser ella misma. Pero ahora que nuestros jóvenes leen abochornados en las cafeterías del norte de Europa donde desayunan o donde trabajan cómo sus periódicos relacionan nuestra economía con nuestras costumbres; y ahora que lo más reseñable de lo que producimos es que es tanto como lo que debemos, cobran fuerza las voces que se preguntan que quizá estemos haciendo algo mal. Así está el debate sobre la racionalización de horarios racionalización de horariosen el país que renunció a regirse por el sol para hacerlo con Hitler.

Dos horas perdidas

Alicante, 23 de junio de 2018. Poco después de las 21 horas, la noche más corta del año convierte a las hogueras de la playa del Postiguet en las únicas luces que se ven desde el paseo marítimo. Por primera vez en más de 70 años, lo que ocurre en el cielo y lo que dice el reloj en toda la Península Ibérica es lo mismo. Será una prueba de que el plan de la Comisión Nacional por la Racionalización de Horarios en España (ARHOE) se ha culminado. «Tenemos un calendario y un plan estratégico que se inicia en marzo de 2017 y acaba en marzo de 2018, con el retraso de una hora para ahorrar luz en verano que impone la UE a sus estados miembros. Anochecerá un poco antes, pero todo será más o menos igual. No va a ser Finlandia», asegura el empresario José Luis Casero, quien lleva un año al frente de esta organización con más de diez dedicados a fomentar el debate sobre el uso del tiempo en España.

Desde que el presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, anunciara que pretende fomentar una jornada laboral que termine a las 18 horas, está más solicitado por los medios. La jornada laboral continua es uno de los pivotes de su programa para reorientar España hacia la productividad y el bienestar del que gozan los socios europeos. Y la receptividad hacia sus propuestas aumenta. Las evidencias estadísticas de que pasamos muchas horas en el trabajo pero que nos cunde poco cuentan ya con poca resistencia.

La discusión sobre el uso del tiempo en España tiene dos vertientes. La primera, plantea que no tiene sentido que el reloj marque la misma hora en Praga, Berlín o Nápoles, donde a las 17 horas en invierno es noche cerrada, que en Madrid, donde apenas empieza a anochecer a esa hora. Sus partidarios reclaman volver a estar regidos por el sol, como lo hacen los países que están dentro del huso horario que define el meridiano de Greenwich, conocida por Greenwich Mean Time (GMT 0) y dejar de tener el huso GMT +1 de Europa Central.

La segunda cuestión plantea romper con el paradigma horario de la posguerra que parte la jornada laboral en dos mitades; por lo general una de cinco horas antes de comer y otra de tres más por la tarde, lo que facilita la enorme enorme pausa de unos 120 minutos conocida como «hora de la siesta». La propuesta general es madrugar un poco más, comer en menos tiempo y concentrar el tiempo libre en una tarde con mucha luz y que termine en una cena y una hora de dormir en la que la medianoche suene más a madrugada. En breve, concentrar la jornada laboral y ganar una media de dos horas diarias de calidad de vida.

En la actualidad, cuando sólo el 16% de los españoles declara hacer siesta diaria y un importante número de empresas ya han apostado por jornadas continuas, intensivas y flexibles, el debate pregunta a los españoles si están dispuestos a intentar este cambio. Como prueban las estadísticas del INE, las ocho horas en que hay más gente trabajando en España dibujan un gráfico en el que se puede pintar, muy a nuestro pesar, una comida copiosa y una siesta de dos horas, como imaginan los más críticos con la costumbre española.

Casero presume de que se ha sentado con todos los líderes políticos, sindicales y empresariales del país y que todos le han transmitido que lo que propone es necesario. «Es algo transversal a todas las ideologías», asegura. ARHOE piensa que no lucha contra la cultura española, sino contra la inercia de un país que se ha «acostumbrado a una discrepancia entre el huso horario y el huso solar y a un modelo que tiene efectos negativos».

Cree que hecha la campaña de concienciación, sólo se sólo necesita de voluntad política. «Tenemos un calendario y un plan estratégico, pero no nos podemos quedar en la cuestión formal, se necesitan medidas de fondo como la flexibilización de horarios, el teletrabajo o los bancos de horas y un pacto de Estado, como el de Toledo por las pensiones, para que sea posible».

«Una oficina está paralizada por la tarde porque tenemos que esperar a que los directores vuelvan de la comida a dar órdenes para empezar a trabajar. Ese es el problema, tenemos horarios de ministro y sueldos de trabajadores. ¿Por qué no podemos salir cuando hayamos terminado la tarea en lugar de quedarnos calentando la silla?», se preguntan desde ARHOE. Lo cierto es que, por norma general, la falta de nitidez de los horarios consolida la norma, no escrita en ninguna parte, de que entre las dos y las cuatro el día se paraliza.

Predispuestos

En la Comunidad Valenciana y en Alicante, tierra de pymes, la mayoría del tejido productivo se relaciona casi exclusivamente con el entorno cercano y es difícil que se pueda comparar la eficacia propia con el rendimiento extranjero. Pero las compañías y organizaciones de más tamaño y orientación internacional ven con envidia cómo en el exterior las plantillas rinden más, se implican más y obtienen mejores resultados. Algunas empresas hace años que decidieron pasar del anhelo a la acción y sincronizaron sus relojes con Europa.

Es el caso de la antigua OAMI y ahora Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea (Euipo, en sus nuevas siglas), la energética Iberdrola o la gran mayoría de grandes fabricantes del calzado ilicitanos. Todos ellos funcionan desde hace varios años con horarios intensivos que, pueden ser administrados con bastante autonomía por los trabajadores.

El objetivo es reducir el tiempo invertido en desplazamientos de casa al trabajo, la pérdida de concentración de los empleados en las pausas para comer y el estrés que genera no poder cumplir con citas como ir al médico, llevar a los niños al colegio o atender a un familiar enfermo.

En Iberdrola, cuyo consejo de administración aprobó en 2008 la jornada laboral intensiva y exacta de 7,36 horas para 9.000 empleados, presumen de haber «ganado 500.000 horas anuales de productividad» y de haber reducido en «un 10% la accidentalidad y el absentismo» respecto al horario anterior. Además cada empleado elige cuándo entrar en una horquilla que va entre las 7 y las 9 h. Y en la Euipo, además de la ficha flexible, permiten la opción de hacer teletrabajo, utilizada por más de dos centenares de empleados de forma habitual o esporádica. «La tendencia es que haya flexibilidad para entrar y salir pero que toda la plantilla coincida durante algunas horas del día», apunta Francisco Gómez, presidente en funciones de Coepa y cofundador de Grupo Marjal, donde la entrada y la salida también se adapta al trabajador.

Su matriz nacional, la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), tiene suscrito un convenio de colaboración con ARHOE para implantar las medidas de racionalización de horarios, al igual que los sindicatos UGT y CC OO.

Desde esta última central se señala que «hay que avanzar hacia los horarios racionalizados porque es evidente que la gente emplea en trabajar más tiempo del necesario», según Jaume Mayor, secretario de Acción Sindical y Relaciones Laborales de CCOO PV. Cree que «aunque las necesidades de los sectores son muy distintas y no se puede regular un "café para todos"», sí es posible avanzar hacia la jornada flexible e intensiva negociando «convenio a convenio».

No les parece mala idea a los representantes de los sectores. El comercio, estandarte del horario tradicional de diez a dos y de cinco a nueve, parece dispuesto a adaptarse a los nuevos tiempos de los trabajadores «como ya están haciendo muchas tiendas de barrio», según declara el secretario de Facpyme, Francisco Rovira. Y la hostelería, donde cabría esperar reticencias, la gerente de APEHA (Asociación Provincial de Empresarios de Hostelería de Alicante), presenta a sus empresarios ante esta oportunidad como «un sector que se va a adaptar a cualquier cambio», en palabras de Emi Ortiz.

Como escribe Rosa Díez, «a veces, basta con alzar una bandera para descubrir un ejército dispuesto a luchar». Los partidarios del cambio parecen estar encontrando en todo el país, y en provincias muy dinámicas como Alicante, más gente dispuesta a este nuevo uso del tiempo de la que se podría sospechar.

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