Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Otras anécdotas en mi vida; éstas, en estados unidos

Otras anécdotas en mi vida; éstas, en estados unidos

Mejor premiar que castigar. En EE UU la educación de los niños busca premiarles, estimularles, más que penalizarles. Algo que alabo y me gusta. Allí les aplaudían por ser por ej. el que mejor hace la o con un canuto. Eso les hacía crecer su autoestima, valorarse y con ello aspirar a metas más altas.

Fomentaban la independencia. Valoran mucho la formación, por ello los padres ahorrarán para que los hijos puedan ir a la universidad, lugar en que los costes de matrícula son caros. Pero ese joven en general buscará una universidad alejada del domicilio paterno. De hecho, si ese adolescente («teenager», porque su edad va de los 13 a los 20 años, y de trece a veinte el número en inglés acaba en «teen») no quiere irse de casa y ser independiente, los padres se preguntan: ¿qué hemos hecho mal para que no se quiera ir? Si me permite la broma, contrasta con lo que sucedía aquí en esa época: un hijo vivía con sus padres, y cuando en la treintena decidía irse de casa la madre se preguntaba ¿qué he hecho mal para que se quiera ir?

Ese modelo social se forzaba en enseñarles a ser independientes. Los jóvenes veían cubiertos por sus padres la matrícula para la universidad y el alojamiento, pero el gasto diario, el dinero de bolsillo, debían ganarlo ellos: repartiendo pizzas, de gasolineros o cajeros de supermercado. Recuerdo que en una casa que viví, en el estado de Maryland, de familia acomodada y en la que había dos hijas universitarias, en el fin de semana cogían alguno de los coches que tenían, que eran de alta gama (entonces se llamaban haigas, derivado del dicho: «el más grande que "haiga"»), y se iban a recoger porquería de caballos de establos o cuadras de los vecinos. Yo alucinaba, pero era su cultura y ellas debían ganarse el dinero de bolsillo. De hecho, si años después decidían casarse, en general lo comunicaban escuetamente a los padres (a veces por teléfono o carta) y les invitaban a la boda.

Era una sociedad muy independiente pero interesada por lo social. Dado que nos habían invitado a un grupo de españolitos en un pueblecito a pasar allí un mes y medio, y vivíamos con ellos distribuidos uno o dos en cada casa, organizaron una reunión de convivencia. Entonces asistí y aprendí lo que era la «party» que organizaron: nos repartimos en una especie de gimnasio, y allí, en una esquina unos jugaban al baloncesto, en otra los asistentes bailaban, otros conversaban, en tanto otros tomaban una copa. Lo llamativo es que los americanos llevaban viviendo allí años, y no se conocían, y nosotros, los españolitos que nos habíamos conocido en el viaje, íbamos de un sitio a otro presentando entre sí a los que nos habían generosamente acogido. Y aún más importante y llamativo es que la mayoría de ellos estaban altamente implicados en lo comunitario o social. Estaban integrados como voluntarios en comités para emergencias, policía local, o eran rotarios. Siempre he creído que gran parte de los norteamericanos (más los republicanos) fomentan un capitalismo extremo pero con alta solidaridad. Prefieren ser ellos quienes distribuyen lo suyo mejor que pagar muchos impuestos y que lo haga el estado. Así sucede con Bill Gates.

La expresión de afectos era muy limitada. Viví con mi esposa unas semanas como huéspedes de una judía americana en una casa magnífica en el centro de Nueva York. Era una gran fumadora y al poco de llegar le diagnosticaron un cáncer de laringe, la ingresaron en un hospital y la operaron. Nosotros acudimos a verla con unas flores, y allí lloró sinceramente un buen rato. Llevaba viviendo en Manhattan mucho tiempo, pero nadie la visitó, nosotros actuamos como es nuestra forma. Es el modelo español.

Ese modelo se repite en miles de películas de allí: si los padres se reúnen con algún hijo después de no verse largo tiempo no hay besos y las muestras de afecto corporales son escasas.

Era una sociedad puntual y confiada en lo propio. Si pidiera a un norteamericano que le señalara en un mapa donde está España, muy posiblemente no sería capaz; sin embargo, si se quería buscar al mejor experto en Velázquez o Cervantes, debería ir allí a buscarlo. De igual manera los mayores desarrollos científicos y/ o tecnológicos de los últimos cien años nacieron allí.

Confianza en la ciencia. Recuerdo que en España, en los años sesenta, la palabra cáncer estaba proscrita, era una sentencia para los enfermos, y se les obviaba. Yo estuve en Houston y allí el sistema era muy distinto. La información era amplia y detallada. El médico dedicaba mucho tiempo a explicar ese diagnóstico al enfermo implicado. Pero también era llamativa su «ingenuidad»; tras largas explicaciones debía firmar el consentimiento para las actuaciones médicas ulteriores. Sorprendía que tras ellas el enfermo dijera: «El doctor me dice que debo firmar la autorización, y el documento dice que es para tumores extendidos. ¿Es que mi cáncer está extendido?» Y el medico contestaba por ejemplo: «No, su tumor está en hígado y un pulmón, pero el documento es para uso general». Y como el afecto confiaba en el sistema, salía aceptablemente tranquilo.

Tu vida depende de donde naces. Yo también quedé sorprendido de en qué medida la vida se condiciona por el lugar en que naces. Conocí el sureste de California . No pretendo descubrirle nada pero sabe que existen los «espaldas mojadas», son mejicanos pobres que arriesgan su vida para entrar en estados Unidos. Ahora el candidato a presidente Donald Trump propone construir un gran muro que dificulte o impida la llegada de estos, que supone pasar del segundo mundo al primero. Yo viví en San Diego, en el sur de California, en el primer mundo. Pero viajé a Tijuana, un pueblo mejicano, próximo a la frontera, para ver la línea que separa la riqueza de la pobreza. El nacer unos pocos kilómetros más al norte o el sur marcaba tu vida.

Piénselo: siempre hay lo que imitar o rechazar.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats