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Correr hasta el final

El último esfuerzo

La muerte súbita reaparece en pleno boom del running y de la cultura de la extenuación

El último esfuerzo Jose Navarro

La mañana del 20 de septiembre de 2014 Ernesto Pérez murió. Remaba en la embarcación de un joven equipo de remo de El Campello. Iban «bastante picados» con el otro barco en cabeza, apenas a 25 metros de la meta y el corazón le latía desbocado. Pero esa sensación no era nueva para un adolescente pero experimentado remero: sabía por las pruebas de esfuerzo del club que en los picos de intensidad le podía latir a más de 220 veces por minuto. La adrenalina, el sufrimiento compartido, la expectativa de gloria y los ánimos que llegaban desde el puerto lograban atenuar la intensidad de las alarmas que le mandaba su cuerpo en forma de taquicardia y mareo. Sólo unos instantes antes de que su entrenador y timonel ordenara a los demás olvidar la carrera y detenerse y cruzara la yola a toda velocidad hasta donde estaba él, Ernesto acertó a gritar «me estoy mareando» antes de perder la consciencia y sufrir una parada cardiorrespiratoria.

Allí, sobre una barca que a duras penas llegaba al pantalán, en medio de la conmoción de sus compañeros, alcanzó un estatus clínico que basta para que un médico firme un certificado de defunción. Pero el doctor dedicó los doce minutos que su corazón estuvo parado a intentar reanimarlo en lugar de a hacer papeleo. Era el padre de un compañero de equipo, quien se percató de que algo no iba bien en el barco de los chicos y cruzó el puerto a tiempo de llegar a hacerle la reanimación cardiopulmonar mientras otro entrenador tuvo la inspiración de recordar que los barcos de la Volvo Ocean Race, amarrados en ese mismo muelle, tenían desfibriladores a punto en la cubierta. Una serie de afortunados eventos que hicieron posible que Ernesto, ahora con 17 años, cuente hoy cómo es haber sobrevivido a la muerte súbita.

El suyo es uno de los rarísimos casos «resucitados» dentro de esta categoría médica que sirve para englobar a un vasto número de fallos del sistema cardiovascular que tienen en común que matan y que lo hacen sin previo aviso. Una definición más técnica dice que son cardiopatías «cuyos síntomas aparecen durante la práctica deportiva o en la hora siguiente a su práctica y sin previo aviso», como explica el cardiólogo del centro Vistahermosa Javier Pineda. Y, según las estadísticas, matan a 1,7 deportistas de cada 100.000, bien ante las cámaras y en directo, como ocurrió en los conocidos casos de los futbolistas Antonio Puerta, Daniel Jarque o Rubén de la Red -quien afortunadamente también puede contarlo-, o de forma anónima en un punto aislado del recorrido de una maratón popular. Dos casos nuevos en una carrera de larga distancia castellonense, donde el veterano corredor alicantino Francisco Amat perdió la vida, han vuelto a colocar a los deportistas en el foco informativo. Analizamos la muerte súbita con quienes la han visto más de cerca.

Las escenas que han podido captar las cámaras de estas tragedias son propias de drama clásico. Como por capricho de un dios envidioso, un halo de muerte atraviesa el cuerpo del atleta en plena exhibición de vigor y cae como un fardo al suelo. Un espantoso espectáculo de antítesis para el que la medicina tiene datos más vagos de lo cabría esperar de un problema tan mediático.

En más del 90% de los casos de muerte súbita, tanto en deportistas (conocida como MSD), como en población general el afectado muere por causas cardiovasculares que pueden dispararse tanto en estado activo como en reposo. Pero los datos dicen que si una persona tiene predisposición a estas cardiopatías es más probable que caiga desplomada en el polideportivo que en la cocina: por cada 100.000 habitantes se producen sólo 0,76 casos en reposo mientras que entre los deportistas mayores de 35 años la casuística asciende a más de 3, según los estudios más recientes.

Vicente Bertomeu, jefe de Cardiología del Hospital de Sant Joan y expresidente de la Sociedad Española de Cardiología, explica que la edad es un factor determinante para entender la MSD, porque hay una raya clara entre sus víctimas. Los jóvenes suelen tener problemas que no conocen de corazón de tipo hereditario, mientras que los mayores la sufren por fallos coronarios producidos en gran medida por el envejecimiento y los malos hábitos. «En menores de 35 años, por lo general se producen por miocardiopatías y por causas genéticas, mientras que en mayores de esa edad suele darse por enfermedad coronaria», sostiene el cardiólogo.

Bien por un fallo congénito o bien por problemas adquiridos, los deportistas pueden llevar consigo, sin saberlo, una carga de nitroglicerina que estallará cuando se agite demasiado. Quizá en un momento de esfuerzo deportivo que el sujeto vivirá como un instante épico de su vida en el que ha de estar a la altura.

Porque la explicación más común para estas muertes es que el excesivo aumento de la presión sanguínea causado por el ejercicio desencadena fallos, bien en el músculo miocardio, debido a malformaciones en su estructura o a defectos en su sistema «eléctrico», o bien problemas como obstrucciones en las arterias que pueden permanecer desapercibidos durante años. Ernesto, a quien le fue diagnosticada una canalopatía congénita, pertenece al primer grupo que identifica Bertomeu.

Los veteranos, que han atravesado la juventud sin descubrir problemas congénitos, se enfrentan con los problemas del grupo de deportistas mayores: sedimentos tan silenciosos como letales. «Por encima de los 50 años, el 80% de la población tiene pequeñas placas de colesterol en las arterias», contaba ayer en la noticia principal de INFORMACIÓN el jefe de Cardiología del Hospital General, Francisco Sogorb, en relación a la muerte súbita de deportistas por obstrucciones coronarias. Y explicaba cómo estos taponamientos acaban provocando la irrupción de ambulancias en pistas deportivas y carreras populares: «El problema llega cuando la persona se somete a un esfuerzo importante, como correr, porque la presión arterial en estas condiciones puede hacer que las placas de colesterol se rompan y taponen la arteria, dando lugar a una muerte súbita por infarto de miocardio, como ha ocurrido con los dos corredores de Castellón», apunta Sogorb.

Definir con trazos gruesos la muerte súbita es relativamente sencillo; lo que supone todo un reto es hacer un retrato estadístico fiable del problema. Sencillamente, no hay ningún registro completo ni actualizado de la muerte súbita en España.

Pedro Manonelles, médico de la Federación Española de Medicina del Deporte, lleva varios días atendiendo a periodistas por teléfono y parece cansado de repetir la misma respuesta: «No tenemos datos nuevos». Por «nuevos» quiere decir información con menos de diez años.

En 2007, la federación a la que pertenece se propuso acabar con el vacío informativo que existía sobre estos fallos cardiacos en atletas y se puso al frente de una investigación en colaboración con el Instituto Nacional de Toxicología que permitió arrojar luz sobre la muerte súbita. Ocurrió prácticamente al mismo tiempo que las caídas de los citados futbolistas la colocaban en el centro del debate deportivo. El informe «La muerte súbita en el deporte. Registro en el Estado español» investigó con detalle 180 casos de MSD ocurridos entre 1995 y 2007 en el país. Es la obra más extensa que se ha realizado sobre el tema.

El éxito de este trabajo fue que logró conseguir información muy valiosa de autopsias y estudios «postmortem» gracias a la cooperación del Instituto, con acceso a pruebas que si no hubiesen estado respaldadas por este organismo dependiente del Ministerio de Justicia no hubiesen sido posibles, según explica Manonelles. La colaboración no se ha vuelto a reeditar, y desde entonces los especialistas como él y Bertomeu hablan de la MSD con estimaciones. No se sabe cuántos casos se producen al año, pero calculan que «entre 150 y 200», según el médico aragonés.

Para él sigue habiendo demasiadas «muertes misteriosas» en este capítulo de la medicina, porque «en muchas ocasiones no se sabe exactamente qué ha matado al deportista». Lamenta que para las autoridades sanitarias parece dar igual que haya muerto «por una canalopatía, por una cardiopatía isquémica o por un golpe de calor», asegura Manonelles. «La MSD puede tener muchas clasificaciones, desde un problema del miocardio hasta una enfermedad coronaria hereditaria, hay muchas afecciones que pueden causarla», explica Salvador Giner, jefe del Servicio de Patología del Instituto de Medicina Legal de Alicante. Por esta razón, y especialmente en mayores de 50 años, si para distinguirla de un accidente cardiovascular normal hay que explorar el cadáver, y al mismo tiempo las explicaciones del certificado de defunción responden de forma satisfactoria qué ha causado la muerte, la bolsa del cuerpo se cierra sin que nadie se pregunte mucho más por qué su corazón dejó de latir.

¿Cómo saber si podemos ser uno de los desafortunados candidatos a padecer un ataque de este tipo? Los médicos señalan con más o menos entusiasmo a las pruebas de esfuerzo como el mecanismo de prevención principal. Son tests de unos 15 minutos de duración donde se estudia el rendimiento del sistema cardiovascular durante el ejercicio. Pineda, cardiólogo en el sistema público y también médico de una clínica privada, se muestra partidario de ella porque «permite detectar un número importante de problemas coronarios o estrecheces importantes» así como arritmias y otras alteraciones cardiacas, aunque admite que las anomalías que se disparen en picos de ejercicio agudos, o en esfuerzos de más de 20 minutos, no quedarán recogidas en la prueba.

Fuera de foco, hay clínicas privadas que se frotan las manos cada vez que un medio asocia la prevención de la muerte súbita con las pruebas de esfuerzo. Su precio es igual al de unas zapatillas buenas, alrededor de 100 euros, y contribuyen a despejar dudas sobre la fortaleza del corazón y las arterias. Pero desde la medicina pública se hace hincapié en sus limitaciones para no beneficiar a la medicina de pago. Porque este test, también llamado ergometría, es una prueba que no suele cubrir la Seguridad Social. Algunos facultativos del sistema público recuerdan que muchas cardiopatías son completamente invisibles en la prueba de esfuerzo. Ernesto Pérez puede dar fe. «El riesgo cero no existe», sostiene Pineda.

Existen otros factores de riesgo que el corredor debe tener en cuenta para evaluar qué esfuerzos debe o no debe hacer, que, como dice Pineda, se manifiestan también en el historial clínico. «La hipertensión, el tabaquismo, el colesterol o la diabetes son factores de riesgo cardiovascular. Y si se juntan con el deporte intenso e irregular, como quien hace una pachanga de fútbol a la semana o el ciclista que se pega una paliza los sábados, el riesgo aumenta mucho», asegura el cardiólogo.

Una semana horrible más de otro año espantoso. Menos mal que está la carrera del fin de semana y el sudor colectivo, el sufrimiento en grupo y la orgía de dopamina que sigue a la carrera para aliviar los fracasos y la incertidumbre de la vida cotidiana. Un ruido interno y externo que atenúa las señales de alarma.

Alberto Merino es un corredor de seguros catalán que también hace maratones de montaña y carreras populares desde hace 25 años. El boom del running y el deporte popular le ha pillado igual de desprevenido que al resto de la población, y todavía le llama la atención lo que ve en las carreras. «He visto a varias personas desplomarse delante de mí, y a mucha gente vomitando en la meta. El running está moviendo mucho dinero, pero creo que nos estamos pasando, sobre todo al promocionar las carreras de ultradistancia. Hay mucha gente haciendo el burro y llevándolo al extremo», cuenta por teléfono. «Nos fijamos en gente como Josef Ajram, que tiene una marca que es "Where is the limit?", y quizá no sean los mejores ejemplos», reflexiona el corredor, en referencia al influyente deportista e inversor bursátil.

Los médicos, atrapados entre la necesaria llamada a romper con el sedentarismo entre la población y el reciente culto a la extenuación deportiva que llena titulares y salas de espera, lamentan la falta de información y la escasa preparación y formación de los deportistas. Mientras tanto, la épica deportiva se alía con el mercado y las frustraciones de la crisis para llenar las calles y las montañas de corredores y atletas populares dispuestos a darlo todo. En ocasiones, literalmente.

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