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Mario, del D'Angelo Palace al cielo

A Mario Gamero se le reconoce como el creador del «D'Angelo Palace», referente en el negocio del sexo

Mario, del D'Angelo Palace al cielo PEPE SOTO

Vivió su infancia, como sus cuatro hermanos, en un internado de Valladolid. Su padre tuvo que emigrar a Alemania para mantener a los suyos. Tras varios trabajos encontró acomodo en una estafeta de Correos de Frankfurt. Pero un trágico accidente acabó con su vida cuando una mañana iba de reparto montado en una bicicleta. Tenía 42 años; Mario, el segundo vástago del clan, acababa de cumplir los 13.

La madre halló sustento como limpiadora en el Hotel Condes de Barcelona, un palacete del siglo XIX del Paseo de Gracia. Allí arribaron sus retoños. Mario empezó a trabajar como aprendiz de freganchín el mismo año que huérfano quedó. Con nervio y sutileza se adaptó al negocio de la hostelería y fue ganando espacio en un carrusel de contratos por temporadas: veranos en la Costa Azul; inviernos en Andorra.

También bregó en hoteles de Reus y Salou, entre muchos, donde hacía gozar a los turistas extranjeros con fiestas y champan a go-go, cuyo vidrio tenía más valor que el líquido espumoso que contenía. Se hacía cargo con pillería de las reservas de mesas. Mario se trasladaba al garito que más pagara. Se hizo conocido en el litoral catalán y en las entrañas de Barcelona.

De Salou a Rabasa: la mili. Catorce meses de acuartelamiento le bastaron para conocer al dedillo el Alicante de 1978. Se quedó. Trabajó como encargado el locales de limitada reputación como «Winston» o «Milord». Los hermanos Orenes le llevaron para que tirara del carro del Club Don Pío, en Elda. Metido en el ambiente de los «complejos de ocio para adultos», como él los denomina, empezó a ganar dinero buscando mujeres para clubes de la provincia de Alicante, especialmente para los de la Vega Baja del Segura. Ganaba hasta 75.000 pesetas a la semana cuando el jornal de un camarero no superaba las 15.000. Vivía entre Alicante y Madrid.

El primer negocio lo montó con unos amigos. Cada uno invirtió 10.000 pesetas. Mario, nada, pese a que había traspasado una peluquería que le abonaron en letras de cambio. Primero abrieron el «Dallas», en la calle San Fernando, y, meses después, transformaron el restaurante el «Ciervo Rojo», de la calle Alemania, en el primer «D'Angelo», en 1985.

«El local movía la noche alicantina. Abría a las tres y media de la tarde y cerraba de día», relata Mario. Ahí funcionó durante una década. Pero estaba ilusionado en algo más grande: el «D'Angelo Palace», que empezó a operar con la reforma en un chalecito de Vistahermosa y que ha crecido por todos sus costados hasta convertirse en uno de los mayores negocios del gremio en Europa, con más de 4.000 metros cuadrados. «Todo lo que he ganado lo he gastado en ladrillos».

Vicente Aranda ahí rodó escenas de la película «Lolita's Club». Santiago Segura, trocitos de «Torrente 4», pero Gamero y el humorista llevaron sus diferencias a los tribunales por 6.000 euros de alquiler no satisfechos y por insultos al regente del negocio. «Santiago Segura no cumplió con lo acordado, y no estaba dispuesto a que me tomaran el pelo ni a que me llamaran proxeneta», señala.

Mario dice que tiene arrendados a un grupo el «D'Angelo Palace» de Alicante y otro de similares características que abrió en Madrid. Ahí sigue.

En sus negocios afirma no haber tenido jaleos ni riñas con clientes, chicas o el personal de una sala que llegó a tener contratadas hasta cien mujeres. Rechaza el consumo de drogas.

Recuerda que la mejor empleada que ha pasado por el «D'Angelo» fue una gallega a la que cada tarde aguardaban dos decenas de hombres en la barra.

Mario Gamero Sabater quiere jubilarse. Ha tocado el cielo.

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