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El subastero que más pesca en El Campello

El subastero que más pesca en El Campello PEPE SOTO

Por la mañana trabaja como secretario de la Cofradía de Pescadores de El Campello; de lunes a viernes, entre las 18 y las 19.30, se cuelga un pinganillo y ejerce de subastero en una lonja con vocación de servir a particulares desde que la parieron unos marineros campelleros hace un cuarto siglo. Del mar al fuego, sin mediadores ni tránsitos. Él mismo la inauguró.

Una subasta en toda regla. Un subastero con canas y aguda voz que levanta pasiones entre vecinos, clientes de localidades cercanas, turistas y curiosos. «Se oye por todo el pueblo y en la playa que estamos subastando pescadilla. Dicen de ella que es la más bella, la elegida para la gloria. Un placer para el paladar. ¡Está buenísima!». Esta es una de las frases que José Antonio Soler Lafuente ha utilizado en las más de 6.500 tardes que ha disfrutado en una singular subasta de pescados, cefalópodos y algo de marisco extraídos de la generosa bahía alicantina.

Ya hace 25 años que, mediada la tarde, José Antonio juega en una especie de tómbola que regala a la parroquia los productos más frescos del mar, en bandejas, que él llama «rancho»; o sea raciones de entre medio y un kilo. Algo así.

Apasionante escenario para una ceremonia que dirige con elegancia y astucia. La clientela rodea la larga bancada que, poco a poco, se llena de cubetas con sepias, salmonetes, doradas, pescadillas, cañadillas, dentones, pulpos, gambas, bonitos y mucha morralla.

El subastero lo tiene todo dispuesto antes de dirigirse a los compradores y a intrusos para explicar la ceremonia. Apoyado por una sofisticada pantalla que muestra a los animales que reposan moribundos en las patenas, José Antonio detalla cada especie dispuesta para la venta.

Empieza la subasta. Si por ejemplo el precio de inicio de un producto es de 10 euros, reduce su coste de diez en diez céntimos; es decir, nueve noventa, ochenta, setenta, sesenta, cincuenta..., hasta bajar el decimal y vuelta a empezar. La subasta puede detenerla cualquier paisano cuando le parezca oportuno, si bien es el armador quien da al traste con la puja cuando el precio se cae a los suelos del atrio.

José Antonio lleva el ritmo entre una tropa de adquisidores y dos o tres ayudantes que sacan y guardan azafates del escaparate y de las entrañas de la lonja de El Campello. Un espectáculo. El subastero disfruta tanto como las personas que rodean un sano y rico mostrador.

La flota pesquera de El Campello se reduce a una decena de menudas embarcaciones dedicadas al arte menor, al trasmallo: los animales del mar son atrapados por largas redes: unos 500 kilos de media diaria. El 30% de las capturas las negocian a través de esta popular subasta que regenta José Antonio; el resto parte hacia los vecinos puertos de Santa Pola y La Vila.

José Antonio empezó a trabajar en la Cofradía de Pescadores a los 16 años. Su padre, que ahí trabajó durante medio siglo, lo colocó como administrativo en 1976. Su primera tarea fue la de conformar las letras de cambio que los pescadores debían satisfacer por el coste de las viviendas sociales que para ellos se construyeron en el pueblo.

Cuando llegó a la Cofradía, fundada en 1919, el puerto estaba repleto de barcos de pesca, casi dos centenares que cada madrugada ocupaban marineros de aquí y de más allá. Ahora sólo cuarenta familias campelleras viven de la pesca.

El Campello se hizo pueblo en 1901, merced al asentamiento de un millar de pescadores con 200 embarcaciones, que formaron la primera flota de madera del Mediterráneo.

José Antonio, con parte de la pesca de sólo diez barquitos, aguanta el tipo con su pinganillo: seguro que es quien más paga en una puja de resistencia.

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