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Un capitalista radical que cree en el bien común

Es inevitable imaginarse a Poggensee en sus anécdotas como el empresario en camisa de flores que discute un martes un contrato en chino en una oficina de Shenzhen y negocia el jueves la compra de máquinas tragaperras a un tipo con corbata de cordón y carné de la Asociación del Rifle. Se define entre risas como un «capitalista puro y duro», y, con un discurso directo, sin circunloquios y confusamente sencillo, culpa a todos de la perpetuación de la economía sumergida. Al Gobierno por hundir a las pymes en impuestos, al consumidor por aceptar precios sin IVA, al trabajador por acomodarse en el silencio y al empresario por ser la vergüenza de un oficio que, lamenta, no es apto para todos.

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