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Resistencia homeopática

Negocio, desencanto y fe protegen a la medicina alternativa de los ataques del cientifismo

Resistencia homeopática Héctor Fuentes

La medicina oficial se abre paso a machetazos por la selva de la ignorancia, la superstición, la fe y la pseudociencia con poco éxito en algunos campos y dejando algún cadáver involuntario por el camino. Los espectadores, con más ansias de respuestas que capacidad para obtenerlas, observan la sangría que causan los exploradores con decepción y regresan a lo profundo, en busca del abrazo cálido del chamán.

Así, y sin perder de vista las cifras millonarias que mueve el sector, se explican muchos médicos tradicionales la resistencia de la homeopatía a desaparecer. Más bien al contrario; pese a que se trata de una práctica curativa que ha evolucionado poco las ideas que postuló el doctor Samuel Hahnemann hace 250 años, las ventas de granulados, pomadas y otras aplicaciones homeopáticas viven un buen momento de ventas pese a los ataques que recibe de la medicina oficial. Todo un mérito para su industria, teniendo en cuenta que mueve 60 millones de euros al año en España vendiendo productos sanitarios caros y sin eficacia científicamente probada. Sostenidos por una impresionante base de usuarios, por algunos estudios discutidos y escudados en el irregular éxito de la medicina tradicional, los homeópatas resisten envites y campañas en su contra que se reproducen varias veces cada siglo. La última de ellas está teniendo lugar ahora. Nos acercamos a ella desde las farmacias, consultas y colegios profesionales de Alicante.

Wikipedia explica bastante bien qué es la homeopatía desde un punto de vista crítico. Formada por los sintagmas griegos «igual» y «dolencia», su nombre encierra la idea fundacional de la disciplina creada por el doctor Hahnemann. Es la ley de similitud: «lo similar cura lo similar», según la cual, por la misma razón que una cantidad grande de una sustancia causa un efecto, una porción ínfima de esa misma materia generaría el efecto contrario. En esencia, el pionero alemán creía que dosis pequeñas de café pueden dar sueño o que un veneno de origen animal en dosis pequeñas puede ser el mejor antídoto para una picadura de su portador.

Hoy muchos homeópatas admiten que esta idea es pueril y rebajan la ley a la categoría de «principio», pero la técnica que el médico alemán inventó para extraer esas pequeñas dosis de sustancia curativa se mantiene prácticamente intacta. Tanto la defensa como los ataques a la homeopatía se centran en el mecanismo de disolver en un líquido base, como agua o alcohol, una sustancia de origen animal, vegetal o mineral relacionada con la enfermedad según los recetarios tradicionales de los homeópatas en una proporción de 1 parte por 99 del disolvente. Son las diluciones centesimales de Hahnemann, denominadas «CH» en su honor. Cuantas más CH contenga un producto homeopático, menor concentración tiene de la materia original.

Si la idea de que el «fuego combate el fuego» no fuera bastante controvertida, el problema se agrava cuando estudios científicos publicados en revistas de prestigio llevan años probando que tras un número elevado de diluciones la sustancia original o principio activo de estos fármacos -«prefiero llamarlos productos y no medicamentos», asegura el vocal de Medicina Primaria del Colegio de Médicos de Alicante, Juan Manuel Zazo- desaparece completamente. Lo que queda es agua, vertida o rociada sobre una pastilla de sacarosa que hace las funciones de soporte del líquido curativo. Agua y azúcar.

«Ciencia cero. Un químico bien formado te dice que después de 15 diluciones ahí sólo hay agua», asegura el médico. Es el punto más débil de la homeopatía y por donde más duro le golpean los movimientos escépticos, que según los homeópatas se reactivan cada cierto tiempo. En los últimos años, iniciativas como No Sin Evidencia, o grupos como la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas (ATEPT) están ganado la batalla de la opinión pública en internet, gracias en parte a la viralidad de los efectistas «suicidios homeopáticos»: los voluntarios ingieren ante la cámara, por ejemplo, 40 gránulos de un tranquilizante homeopático sin que les ocurra absolutamente nada.

¿Por qué se compra entonces homeopatía? Los médicos «alopáticos», como Hahnemann llamó a quienes «curan con contrarios» -el fuego se quita mejor con agua, podrían decir-, lo tienen muy claro. «Es un efecto placebo. El paciente cree que lo que toma le cura, y además el acto médico de los homeópatas contribuye», asegura Aurelio Duque, presidente de la Sociedad Valenciana de Medicina Familiar y Comunitaria. En efecto, sus largas consultas de más de media hora, el interés que muestran por conocer el estado no sólo físico sino también emocional del paciente y sus tratamientos con productos sin efectos adversos -y agradable sabor- contribuyen mucho a que los enfermos tengan más confianza en su curación. De hecho, este «trato humanístico» es la única utilidad que la medicina oficial reconoce como eficaz de la homeopatía, según Zazo. «Sólo es eficaz aliviando síntomas de dolencias menores, pero ninguno de sus fármacos puede curar ni el sida, ni el cáncer, ni la diabetes, la hipertensión ni ninguna otra enfermedad grave», zanja Duque.

Y si lo ha hecho, nadie lo puede demostrar de forma rotunda y convincente. El vocal del Colegio de Médicos de Alicante señala que ninguna publicación de renombre ha validado los estudios que prueban la eficacia de la homeopatía, y que su difusión se limita a revistas financiadas por los laboratorios que fabrican medicamentos alternativos y carecen por tanto de independencia.

Boiron es uno de ellos. Con cerca de la mitad del mercado homeopático español en su mano, el laboratorio francés se ha erguido ante las críticas de la medicina oficial para defender su sector.

Miguel Barelli, farmacéutico de formación y director de Relaciones Institucionales del laboratorio, es el hombre del chaleco antibalas que negocia con quienes quieren ametrallar todo el negocio que representa. Sale al paso de la reciente retirada de posgrados y especializaciones universitarias en homeopatía que están dañando gravemente la imagen de la disciplina y esgrime estudios afines que probarían la eficacia del principio de similitud en algunos medicamentos. Alega también que muchos de ellos han probado su eficacia en ratones, animales superiores y niños, por lo que la sugestión del efecto placebo quedaría anulada.

Comunicación eficaz o prestidigitación, este discurso reconforta a los partidarios, interesa a los neutrales e irrita a los críticos: estos últimos quieren pruebas científicas sólidas que expliquen cómo curan sus productos o, de lo contrario, que las autoridades sanitarias ordenen la comercialización de sus pastillas en quioscos de chucherías y no en farmacias.

«Hoy, 22 de marzo de 2016, el método científico es el que es: dentro de 10 años habrán otros y entonces podremos hablar. ¿Que la homeopatía es efecto placebo y hay que prohibirla? Nosotros lo que decimos es que hay que investigar más. Y mientras tanto decimos que hay países europeos donde son medicamentos subvencionados y que en España lo prescriben los médicos y lo recetan los farmacéuticos», resuelve el portavoz del laboratorio.

Resignados a admitir que tampoco sus estudios pueden probar el mecanismo de acción de estas diluciones sobre el organismo, los homeópatas sólo pueden decir que la ciencia no les comprende todavía mientras piden a los médicos alópatas - a quienes algunos especialistas en diluciones acusan de favorecer la medicalización con fármacos que superan ensayos clínicos pero que también pueden matar al enfermo- que en lugar de pegarles, les ayude a explicarse.

Resignada a compartir prestigio con pañuelos e infusiones en la esfera pública, pero sabiendo que gran parte de la calle es suya, la homeopatía opta por subsistir entre la botica y la parafarmacia mientras alega que la ciencia no está a la altura de su misterio. Allí, en las farmacias, no vive mal; la Agencia Española del Medicamento no les deja recibir subvenciones de la sanidad pública pero sí les permite venderse como medicamento pagando también sólo un 4% de IVA a condición de etiquetarse como «homeopático» y de reconocer que sus efectos no están testados.

La verdadera razón de su supervivencia está, para muchos críticos, en los pingües beneficios que genera para quienes fabrican estos gránulos y quienes los recomiendan. «Si se permite y sigue funcionando la industria es por dinero», asegura el doctor Duque. Pide transparencia y que se venda homeopatía especificando con toda claridad su función terapéutica y sus logros demostrables.

Es en las farmacias, en los establecimientos de proximidad, es donde más respeto generan estos productos. «Un fármaco normal contra el catarro y la gripe como Frenadol vale 7 euros; el de homeopatía, el Oscillococcinum, vale 30 euros, aunque vienen más dosis y sirve para otras cosas», explica una auxiliar de una farmacia que vende estos productos también de Alicante. Asegura que aunque ella nunca los recomienda, todos los días vende al menos una referencia de estos laboratorios. «La gente viene con la receta de su médico, firmada perfectamente con su número de colegiado. Saben lo que se tienen que llevar», asegura.

El desdén del cientifismo choca con la fidelidad de los usuarios homeopáticos, a quienes los farmacéuticos sitúan por lo general en un estadio socioeconómico medio-alto. Y se topa también con la enorme red de médicos licenciados, unos 10.000 facultativos según el portavoz de Boiron, que combinan medicina científica con homeopatía en sus consultas privadas, sometidas a un control legal y ético más severo que los magos y curanderos que inevitablemente también forman parte de este rincón a medio iluminar de la actividad sanitaria.

Amparados por una tradición de varios siglos y la convivencia estable que desde hace décadas mantiene con la medicina oficial en estados ilustrados como Francia o Alemania, cuyos gobiernos financian estos tratamientos en la salud pública, el mundo homeopático aguanta los ataques en forma de vídeos de Youtube. Algunas voces señalan incluso que detrás de estas campañas de desprestigio se encuentran laboratorios convencionales envidiosos y médicos exasperados por la poca esperanza que genera en enfermos crónicos o terminales la medicina oficial, obligada a reconocerles que no sabe cómo ayudarles. «Y también se vende el medicamento normal como placebo en algunas ocasiones», señala la vocal del Colegio de Farmacéuticos de Alicante María del Carmen Cayuelas. El doctor Zazo admite que el desencanto ha arrojado en brazos de los homeópatas a un buen número de pacientes.

«Yo también quiero acabar con la homeopatía, pero no lo consigo. Hace 25 años que lo intento y no hay manera. Es cierto que no podemos demostrar cómo funciona, pero sí sabemos que funciona», declara Adrián Martínez médico, homeópata y profesor de ciclos formativos sanitarios del Instituto Canastell de San Vicente del Raspeig. La medicina alternativa local ha celebrado su carta al director publicada en este diario el pasado sábado, en la que defendía esta práctica y pedía más investigaciones después de que una universidad india haya hallado «nanopartículas» del compuesto original hasta en diluciones muy altas. Cita otros estudios más próximos, presentados por el ganador de un Nobel por descubrir el virus del sida Luc Montagnier que avalan la existencia de materia original en ultradiluciones homeopáticas. Para Martínez no es que no haya garantía científica, es que no hay interés en que la haya. Y hasta entonces, a él y a su disciplina sólo les quedará resistir. O rendirse a la evidencia.

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