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Oliver, el chimpancé humano

Lo más importante que comparten un animal y un humano es la capacidad de ambos para sentir

Oliver, el chimpancé humano

Pues, verán, no hace mucho. Fue a mediados del siglo XX, concretamente en 1955, cuando, por primera vez, se comprobó que el ser humano tenía un par de cromosomas menos que un chimpancé. Quizás, por eso, en aquella misma época, en medio de todos esos descubrimientos, causó tanto revuelo la historia de Oliver, al que, nada más y nada menos, se bautizó como el primer «chimpancé humano».

Oliver nació en 1958 en el Congo, donde, tristemente, fue capturado. Dos años más tarde sería vendido a una pareja de entrenadores, los Berger, especialistas en romper el alma de los animales y convertirlos en esclavos de circo y artistas de feria.

El caso es que los Berger pronto descubrieron que Oliver no era un chimpancé igual al resto. Para empezar tenía un aspecto totalmente diferente. Su rostro era mucho más plano y, por cierto, muy semejante al de un ser humano. Por otro lado, caminaba siempre erguido y apoyado sobre sus dos patas. Eso en cuanto a su físico pero, sin duda, era en su comportamiento donde radicaban las mayores diferencias con otros primates.

Recientemente, en un programa de televisión, Janet Berger relató cómo Oliver, tras cumplir los dieciséis años, se enamoró perdidamente de ella. En los meses siguientes intentó, en varias ocasiones, atacarla con el propósito de aparearse con ella. A partir de ese momento la relación entre los Berger y Oliver se convirtió en un imposible. Finalmente, se deshicieron de él pero, para entonces, Oliver ya era una celebridad en el mundo entero. El periódico «Los Angeles Times» publicó por aquel entonces un llamativo artículo en el que lo presentaba como el eslabón perdido en la evolución del ser humano.

El caso es que, mientras tanto, el pobre Oliver, ajeno a todo, pasaba de dueño en dueño siendo vendido, una y otra vez, por los suculentos ingresos que despertaba su caso hasta que, finalmente, un laboratorio de Pensilvania decidió hacerse con él para realizar distintos experimentos con el fin, supuestamente, de aclarar qué tipo de animal era y si, verdaderamente, se trataba de un chimpancé o de un humano.

Sin embargo, nunca llegaron a realizar prueba alguna con él.

Imagínense, las condiciones de vida de Oliver eran tan malas -una diminuta jaula- que acabó viendo cómo su musculatura se atrofiaba y su salud se resentía para siempre. Así que, ante la gravedad de la situación, la organización Primarily Primates lo reclamó y, por fin, Oliver pasó a vivir en un recinto junto a otros chimpancés.

Fue entonces cuando, por primera vez, se le puedo realizar lo que todo el mundo científico reclamaba, una prueba de ADN para certificar realmente quién era Oliver.

La Universidad de Chicago fue la encargada de realizar la famosa prueba de ADN.

¿Y qué resultó de la misma? Pues que Oliver tenía 48 cromosomas, es decir, que, en efecto, se trataba de un chimpancé.

¿Fin del misterio? Pues no. Resulta que aquella prueba arrojó algunos otros datos que resultaron ser, realmente, sorprendentes.

Evidentemente, Oliver no era un humano pero, curiosamente, sí tenía una secuencia mitocondrial del ADN distinta a la que presentan los chimpancés.

Así que, a partir de ahí, se abrieron todas las hipótesis de nuevo. ¿Se trataba de una especie de primate no conocida hasta la fecha? ¿Era, realmente, un representante del camino intermedio entre un chimpancé y un humano?

Hoy sabemos que si comparamos el conjunto de los genomas en el caso del gorila, el chimpancé y el hombre, obtenemos un resultado muy curioso. Mientras que, en el caso de los humanos y los chimpancés nuestros genomas son similares en un 70 %, resulta que, en el 30 % restante, hay más parecidos con las secuencias correspondientes al gorila.

¿Y qué quiere decir todo ésto? Pues que, seguramente, en la evolución de las especies debieron existir cruces entre ellas e, incluso, puede que hubiera algún pariente común, es decir, alguna especie pasada, ya hoy desaparecida, y cuyo rastro se pierde en el origen del mundo.

¿Podría Oliver ser algún miembro de esa especie o subespecie? No lo sabemos. Lo que sí conocemos es el final de su historia. En 1998, siendo ya Oliver un anciano muy mayor, ciego, artrítico y estando muy enfermo, fue trasladado a un santuario de primates en Texas donde falleció cuatro años más tarde, concretamente el 2 de junio del año 2012.

Nunca sabremos toda la verdad sobre Oliver, pero lo que sí está muy claro es que, una vez más, el ser humano no supo respetarle como se merecía e, hizo de su vida, una especie de Gran Hermano en el que, realmente, todo valía.

Nota: En el Arca de Noé rescatamos aquellos animales salvajes que necesitan ayuda.

Más información en:

www.fundacionraulmerida.es

o www.animalesarcadenoe.com

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