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El piloto que cambió el cielo por el mar

Con más de 3.000 horas de vuelo y director de cinco aeropuertos, Paco García-Hortal siempre ha salido a hombros al acabar cada faena

El piloto que cambió el cielo por el mar

Hijo de un periodista que dirigió los diarios Imperio de Zamora y Pro de León, Francisco García-Hortal García mantuvo la residencia con sus abuelos en Guadix (Granada) hasta los 14 años, mientras sus padres se ganaban el pan de provincia en provincia y de una rotativa a otra. Ingenioso desde chico, picarón desde que su madre lo parió, a los 14 años acudió junto a sus progenitores a León. Estudió en los Maristas, donde recibió su primer castigo por jugar a los barcos en un cuadernito mientras un viejo profesor impartía una clase de historietas. Paco poco se asustó.

El traslado familiar a Madrid apenas incomodó a un chaval tan menudo como inquieto, que pasó por tres colegios y que acabó sus estudios básicos en el Instituto Politécnico del barrio de La Prosperidad. Sentía altos vuelos, sueños de grandeza en una España que sentía la resaca de una guerra civil recién pasada y con más miseria que futuro. Pero soñaba.

Entre bachilleres se preparó para acceder a la carrera militar. Y entró en la academia con 17 primaveras. Destinado a San Javier (Murcia), entre colegiales del Ejército del Aire, cuatro años más tarde salió del recinto militar con los galones de teniente. De cadete conoció a su mujer, Fina Sala, una joven torrevejense, pero eso quedó ahí.

Pasaron otros cuatro años para convertirse en capitán de altos vuelos en Albacete, Madrid y Zaragoza. Y se casó con Fina. Estudió periodismo cuando dejó de ser cadete.

Con más de 3.000 horas de vuelo, un buen día se preguntó: «¿Qué hago yo en el Ejército?». Aquel capitán valía para la navegación aérea y pronto le propusieron la dirección del aeropuerto de La Palma, poco después el de Girona y acabó en Menorca. Ahí anduvo cuatro abriles. Incrementó el pasaje y el propio obispo fue a despedirle a la pista cuando Paco embarcó para hacerse cargo del aeropuerto de La Coruña. Ahí tuvo sus más y sus menos con don Juan, padre de Juan Carlos I, que quería que su hijo volara solo, como lo hacía en Estoril, en su tierra de exilio. «Aquí, don Juan volará con algún piloto, no solo», respondió Paco García-Hortal. Así se hizo. En La Coruña vivió su peor experiencia cuando un avión se estrelló en montes cercanos sin supervivientes.

Nuevo destino: Santiago de Compostela. Llegó de manera sencilla y salió con la Medalla de Plata al Mérito Ciudadano para asumir la dirección de aeropuerto de El Altet.

Junio de 1982. El ministro del ramo era Luis Gamir (UCD) en vísperas de la cosecha de los 10 millones de votos que el socialista Felipe González recibió unos meses más tarde. El aeropuerto alicantino, según el informe del IFTO se encontraba en la penúltima posición del ránking nacional, con 1,5 millones de pasajeros. Un lustro más tarde, se situó en segundo lugar de las pistas del país, con 2,8 millones de viajeros.

Paco se enfrentó con ahínco a intereses aeroportuarios de Valencia. En 1987 asumió la dirección de Barajas y ahí permaneció durante tres años: «El problema de Madrid es que todos los ministros te dicen lo que debes de hacer; así es muy difícil trabajar», asegura.

Allí tuvo buena relación con el entonces ministro Abel Caballero y en 1990 regresó a El Altet, a casa, para jubilarse.

Franco le sonreía al verle; Alfonso Guerra, también, por su ingenio entre la pista y la sala de autoridades y por su desparpajo para evitar líos protocolarios innecesarios. Hablamos de un fino y astuto profesional que juega al ajedrez con inteligencia y al mus con mucha picardía. Y, además, besó la mano de Diana de Gales a pie de pista. Hace 16 años que no se monta a un avión. El reloj se paro. Se queda junto al mar, entre Torrevieja y Alicante, con alguna aventura ferroviaria de camino a la meseta española.

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