-Treinta y tres vueltas al sol, exactamente. Me acuerdo como si fuera ayer.
-No hace tanto tiempo, en realidad.
-No, visto así? ¿Qué son dos mil revoluciones?
-Aún conservo amigos allá abajo.
-¿De verdad? ¿Queda alguien de tu tiempo?
-¡Claro! Tres. Pero están muy mayores ya. Solo salen a trabajar una vez al año, el seis de enero. Y siguen teniendo el cariño de mucha gente.
-Eran buenas personas, esos tres.
-Si vieras lo que han hecho este año en algunas ciudades de España.
-¿Fiestas, homenajes a esos santos varones?
-Los han sustituido por una especie de cabareteras entradas en años. De vergüenza ajena.
-Cosas de los humanos, hijo. Deberías saberlo.
-No, si saberlo lo sé. Pero cabrearme, ¡como un unicornio plateado hambriento!
-¿Y cómo siguen estos humanos, JC?
-Pues te diría que me ha sorprendido una cosa.
-Tú dirás.
-¿Recuerdas que cuando diseñamos el proyecto Tierra no pudimos hacer como en otros planetas?
-Claro. Porque los humanos nos salieron rebeldes. Los Betelgeusianos son sumisos como gatitos, los Rigelenses siguen nuestras consignas a rajatabla y los Titaninos obedecen aún antes de que les digamos lo que queremos. Pero los humanos? ¡Vaya grano que nos ha salido!
-Lo comprendo, Pa. Es que cuando los diseñamos se nos escapó el centro cerebral del libre albedrío, y se nos despelotó todo el invento.
-Pues sí. Por eso han crecido como los chinches y hay más humanos en la Tierra que granos de arena en el planeta Tropical Paradise.
-Como además han avanzado mucho en medicina y en higiene, ya no se mueren jóvenes, como antes. Ahora aguantan hasta los noventa o hasta el siglo, incluso.
-Sí?
-Lo que no me explico es por qué siguen palmando. A estas alturas ya deberían haber alcanzado la casi inmortalidad?
-Ejem?
-¿Pa?
-Dime JC.
-Esa cara? ese color de cara, esa nariz colorada, esos ojos bri-llantes? No te los veía desde que enviaste a los judíos a pasear por el desierto?
-Bueno, hijo?
-¿Qué has hecho, Pa?
-Pues que alguien tiene que ir tomando decisiones.
-¡Mare de Deu!, como dicen en Alicante.
-No es tan mala la solución.
-¿Solución? A ver, Pa. Explícate que me estoy temiendo lo peor.
-Pues verás, JC. Los humanos se reproducen con una alegría digna de mejor causa. Y por eso nos han llenado el planeta de humanitos. Durante muchos siglos no había problema, cada dos por tres se les ocurrían guerras por aquí y por allá y eso mantenía a raya la población.
-Sí, lo recuerdo muy bien. Morían los jóvenes en edad reproductiva y la población sufría un bajón del que tardaba varias generaciones en recuperarse.
-En efecto. Pero la última guerra -ellos la llaman Segunda Guerra Mundial- fue tremenda. ¿Te acuerdas del bigotillo aquel que sube por aquí de vez en cuando y nos quiere duchar con no sé qué gas?
-Claro. Ni en la oficina de Pedro Botero lo soportan.
-Ese. Pues, como te decía, la última guerra fue horrenda. Y lo peor es que han inventado unas armas que si vuelven a pelearse se nos va todo el planeta al garete. Y los humanos muy listo no son, pero tampoco idiotas de baba.
-O sea, que ya no hay guerras como las de antes. Ya no se matan tanto. Y han inventado los antibióticos y el Viagra y la silicona y la Seguridad Social.
-Exacto. Y se reproducen como posesos y aquello amenazaba con el colapso. Así que debí tomar una decisión.
-Cuéntame.
-Inventé algo que fuera dañino pero que ellos no se dieran cuenta. Que además les diera placer, les causara adicción y, en el colmo del ingenio y la brillantez, que generara impuestos para pagar los propios estragos que origina y, con el sobrante, alimentar un poquito a los gobiernos, que de algo tienen que vivir.
-Parece algo realmente genial, Pa.
-Modestamente, sí. Así controlamos la población sin esas cosas tan desagradables de sangre por todos lados, vísceras esparcidas y campos de batalla sembrados de cadáveres.
-¿Y cómo se llama el invento ese tuyo tan genial, capaz de evitar que el planeta colapse, Pa?
-Pues se iba a llamar «La espada justiciera de Dios Padre que consigue mantener controlada a la Humanidad a la vez que reembolsa a los Estados unos buenos dineros».
-Genial, Pa. ¡Eres el puñetero amo!
-Sí. Pero como quedaba un poco largo, finalmente decidí llamarlo TABACO.